Temprano tránsito

AutorAndrés Henestrosa
Páginas86-87
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ANDRÉS HEN ESTROS A
caracterizarse, por mostrar su rostro personal, distinto de sus progenitores,
aunque conteniéndolos, los partidarios del pasado, amantes como los que
más de su patria, se vuelven contra él, gran amante de su patria también,
pero de distinto modo, para afearle la hechura de su obra, la incorrección
estilística, los personajes y los temas. Esto y no otra cosa mueve la pluma de
Salado Álvarez y la de todos los que comparten sus opiniones políticas, que
no literarias.
Situándolos junto a “Micrós”, dice don Victoriano, hay distancia entre los
personajes groseramente charros de Cuéllar y los exquisitos y refinados de
Campo. Y que no consistía la diferencia de los personajes en la clase social
en que se les colocaba, sino en la manera de presentarlos. B aile y cochino y
Los mariditos son de un arte inferior, primitivo y cursi, en tanto que La rumba
es una linda muestra de lo que da de sí la vida mexicana cuando la toca un
verdadero artista como “Micrós”. Cierto, Ángel de Campo ha sido uno de los
escritores más delicados, tiernos y dolientes de nuestra literatura, pero en
cuanto al quehacer y a la tendencia, era de la misma clase que Facundo, sólo que
menos encendido y más correcto de dicción.
27 de abril de 1952
Temprano tránsito
Silencioso, como atento a su propia voz, como agobiado por un gran presen-
timiento, encontré a Alberto Quintero Álvarez, apenas unos días antes de su
muerte, ocurrida a mediados de agosto de 1944. Un rato estuvimos platicando
de literatura, naturalmente; de nuestros amigos, naturalmente. Andaba como
ido; su palabra parecía venir de muy lejos, hasta el grado de no ser sino un
eco. Como quien va a morir, sólo habló de cosas pasadas, de cosas lejanas, de
amigos ausentes; de Taller, la revista poética que planeó y publicó con sus ami-
gos y compañeros de promoción literaria: Efraín Huerta, Octavio Paz, Rafael
Solana; de su primer libro; de Pablo Neruda, de quien fue amigo y a quien lo
unía una recíproca admiración.
Yo lo sabía enfermo, herido de muerte, pero nunca me hubiera ocurrido
pensar que muriera así, de repente, a la vuelta de un día. Yo lo sabía habitado,
más que cualquiera de nosotros, por la muerte, por aquella muerte que todos

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