Los supuestos estructurales del concepto burgués de opinión pública

AutorDaniel Berzosa López
CargoDoctor europeo de investigación en derecho por la universidad de bolonia del real Colegio de España
Páginas155-177

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1. Introducción

El entendimiento de lo político por el liberalismo clásico, a partir de la doctrina del orden natural preconizado por la Escuela isiocrática, exigía el con-curso de una razón inmanente en el ámbito económico y social, que se reprodujese de forma correspondiente en el plano político y social. Al mercado se le asignaba la responsabilidad de la racionalización del proceso productivo; a la opinión pública, la del proceso social y político.1

De esta concepción del mundo, se colegía que «la libre expresión de pensamientos individuales y el intercambio de pareceres, en una especie de mercado social de las ideas, llevarían a crear unas verdades sociales colectivas en cuya gestación todos participan libremente y cuya aceptación todos comparten». Surge, de este planteamiento, «la noción de opinión pública burguesa como opinión general, racional y libre, generada espontáneamente en el seno de la sociedad».2Cuando la libertad del hombre como ser humano, su igualdad como súbdito y su independencia como ciudadano deben asegurarse mediante la ley que emana

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del estado jurídico propio de la sociedad civil (según la clásica e impecablemente burguesa proposición de Kant), es cuando se hace inexorable la conexión de la libertad con los otros dos supuestos estructurales de la opinión pública burguesa: la generalidad y la racionalidad.

Los atributos de libertad, generalidad y racionalidad se revelan como los tres requisitos esenciales (con carácter de elementos constitutivos) para hallarse ante una auténtica opinión pública desde la concepción burguesa. De lo contrario, se tratará de otra cosa; como lo eran la opinión, la opinión del pueblo, el buen sentido, el sentido común y expresiones análogas a las que se había apelado y que circularon en el lenguaje político anterior a la revolución ilustrada3.

Este artículo se dedica a indagar en la relación que existe entre el concepto de opinión pública isiocrática, burguesa o liberal con cada uno de sus elementos constitutivos.

2. Opinión pública y libertad
A Verdad y libertad

Abría su lección magistral correspondiente a esta parte de sus memorables clases de derecho constitucional, mi admirado y querido maestro, el profesor don Pedro de Vega, airmando que la opinión pública necesita de un elemento de naturaleza casi espiritual, que viene determinado por lo que se llama mentalidad dialógica. Así es en efecto; pues sin el concurso de esa forma de enfrentarse a una realidad concreta no puede aparecer lo que la burguesía bautizará como «opinión pública».

Dicho supuesto espiritual puede rastrearse ya desde el mundo clásico. Aristóteles habla del «kairós» (el mundo de lo opinable) y distingue entre la «aleteia» (verdad) y la «Doxa» (opinión). Así como hay cosas de la vida humana que son verdades y evidencias, hay otras que no lo son, dirá el Estagirita. Frente a las verdades rotundas y certezas absolutas de los silogismos, surgirán lo que el mismo discípulo de Platón llama «entimemas». Estas verdades discutibles del mundo griego (que, no obstante, ya había planteado Platón) van a generar el pensamiento dialéctico y, con ello, la mentalidad dialógica. Al haber puntos; donde no hay verdades absolutas, frente a un «logoi» se alzará un «antilogoi».

Esta concepción revela que el pensamiento puede construir directamente una cierta verdad. Dicho con otras palabras: la verdad, las ideas nunca son deinitivas, siempre pueden enriquecerse más con el pensamiento. Cuando esta idea que distingue entre «doxa» y «aleteia» se recepciona en el pensamiento occidental por ese gran genio que es Hegel, éste lo traducirá en su conocida airmación de que el pensamiento y el conocimiento avanzan por medio de tesis, antítesis y síntesis.

En ilosofía, se distingue esencialmente entre realismo (la verdad está en las cosas) e idealismo (la verdad está en la mente). Cuando se piensa en términos

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dialógicos, el objeto hace el sujeto y el sujeto hace al objeto. Como siempre se responde desde el conocimiento que se tiene, el sujeto cognoscente deinirá un objeto desde sus conocimientos; por eso, el objeto conocido moldearía también al sujeto (objeto cognoscitivo). Por tanto, el pensamiento parece que avanza por contraposiciones. La relación del conocimiento es una relación sujeto-objeto, donde ambos aparecen entremezclados. Y ello sin entrar ahora a las consideraciones que podrían hacerse sobre el lenguaje.4Partiendo de esta posición, el conocimiento es algo que se hace; es un proceso. Esto hace la mentalidad dialógica; al no haber verdades absolutas, sino relativas, la verdad ha de hacerse. Si esto es así, frente a la verdad dogmática aparecerá la verdad dialógica. El dogma es lo que no admite discusión. Ahora bien, para que haya posibilidad de diálogo y, en consecuencia, mentalidad dialógica, habrá que reconocer que no hay verdades dogmáticas o que estas pueden someterse también a la discusión. Es imposible crear una verdad dialógica desde las verdades dogmáticas. Cuando las hay, con toda coherencia, el sultán puede ordenar que se queme la biblioteca de Alejandría; pues, como el Alcorán es la verdad y, además, no hay otra verdad que esa, es la única verdad y lo único que importa, no caben más que dos posturas. Si todos los libros de la biblioteca ale-jandrina dicen lo que el Corán, son superluos y, si se oponen, son mentira.

De esta íntima creencia asumida por entero por los pensadores burgueses, se sigue el primer supuesto estructural para que haya opinión pública. Para que pueda haber opinión, tiene que haber libertad de expresión. Y, por tanto, la esencia de la opinión pública burguesa radica en el reconocimiento de la libertad. Lo cual conirma la siguiente conclusión. Es imposible la existencia de opinión pú-blica en la Edad Media, porque es requisito previo de la opinión pública que se pueda discutir con libertad toda verdad, aun la caliicada de dogmática (cosa in-admisible en aquel periodo). Este salto va a marcar el Renacimiento.

El Renacimiento —dice Otto Hirzel5— es ante todo y sobre todo un inmenso diálogo. En la Edad media, no hay diálogo, hay «disputationes». En el Rena-cimiento, cuando se habla, los dialogantes no tienen la verdad absoluta. Para Hirzel, esto se constata en el modo renacentista de componer libros. Bocaccio es el primero que lo hace de este modo con su Decamerón, libro hecho a base de diálogos; donde unos nobles conversan en el campo. También son ejemplos de ello, Maquiavelo, con su Discorso o dialogo in torno alla nostra lingua, que es un

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diálogo sobre el italiano, como si el autor conversase con Dante (muerto dos siglos atrás);6 Caesarius de Hersterbach, con su Diálogo de los milagros; Lorenzo Valla, con su De libero arbitrio; el anónimo Dialogue de Saint Julien et son disciple; Lutero, con sus Conversaciones de sobremesa; o Fortescue, con su De laudibus legum Angliae, que recoge un diálogo entre el príncipe de Gales y el canciller de Inglaterra, donde se explica por qué un príncipe debe conocer las leyes.7 Las grandes obras renacentistas son diálogos. El propio Platón escribe sus obras más importantes, como el Critón o el Fedón, en forma de diálogo.

B Las libertades burguesas en relación con la opinión pública

En este contexto, Kant formula las principales representaciones de la Ilustración burguesa y le cabe la gloria de que no hayan sido sustituidas o perfeccionadas por ninguna nueva fundamentación ideal hasta ahora. Entre ellas se encuentra la del «estado civil» como estado jurídico fundado a priori en los siguientes principios:8 1) la libertad de todo miembro de la sociedad, como ser humano; 2) la igualdad del mismo respecto de todos los demás, como súbdito; y 3) la independencia de todo miembro de una comunidad, como ciudadano.

Desde este planteamiento, se comprende que el sentido y la inalidad del Estado burgués de Derecho no es la potencia y brillo del estado —de acuerdo con la justiicación que Montesquieu ofrece de su teoría de la división de poderes—,9 sino la libertad, la protección de los ciudadanos contra el abuso del poder público10.

El Estado burgués de Derecho se funda, en palabras de Kant, «en primer término, según los principios de la libertad de los miembros de una sociedad en cuanto seres humanos».11

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Uno de los frutos revolucionarios de esta concepción fue el nuevo entendimiento de la categoría de la capacidad jurídica general (sobre la que se fundamenta la garantía de la personalidad jurídica), puesto que tenía que ver de modo articulado con las libertades básicas del sistema de derecho privado. Aque-lla no se siguió deiniendo por mucho tiempo según la posición social y el origen de la persona. Al contrario, «el status libertatis, el status civitatis y el status familiae ceden frente a un status naturalis que se adjudica ahora a todos los sujetos de derecho —en coincidencia con la paridad básica que se da entre los propietarios de mercancías en el plano del mercado y entre los instruidos en el plano de la publicidad—».12Para el pensamiento político del liberalismo clásico, la naturaleza de lo que se entiende por valor es un postulado fundamental; de suerte tal que todo valor es inherente, en última instancia, a las satisfacciones y realizaciones de la personalidad humana. Ésta era la proposición que «Kant había expresado en su famo-sa declaración acerca de que la moral consiste en tratar a las personas como ines y no como medios y que Jefferson había airmado...

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