La superchería literaria

AutorAndrés Henestrosa
Páginas24-25
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ANDRÉS HEN ESTROS A
La superchería literaria
La superchería literaria, el apócrifo, sólo prospera cuando, encima de su fac-
tura literaria, divierte a los discretos y burla a los que se tienen por sabios. Las
letras, así las sagradas como las pr ofanas, registra n más de un ap ócrifo;
todas las historias literarias, la nuestra desde luego, también.
Si la historia de la literatura mexicana del siglo XIX no estuviera basada en
la tradición oral, en información auditiva, en juicios heredados; si los que la
escriben tuvieran curiosidad, si fueran capaces de la saludable imprudencia de
poner en duda la fama de más de un maestro en toda erudición mexicana, las
Memorias del Marqués de San Basilio –así se titula por fuera– serían proclamadas
un capítulo de nuestra picaresca, ocuparía un lugar al lado de las Memorias de
fray Servando Teresa de Mier, estaría a la par de El G allo Pitagórico de Juan
Bautista Morales, el otro clásico olvidado. Quién fue Adolfo Carrillo, su autor,
es cosa que contaremos otro día, cuantimás que todos lo saben. En otro am-
biente, con mayor escenario, Rogaciano Carrillo hubiera sido en pequeño un
Graciano Courtilz de Sundras, o un abate Juan Luis Giraud Soulavie, apunta
Carlos Pereyra que por cierto lo apellida en una ocasión Gómez Carrillo. Las
memorias del marqués de San Ba silisco –así se titula por dentro– sin contar lo
que tienen de infamia y de burla, están escritas en una prosa ágil, fluida, reto-
zona, plena de donaire, a ratos animada de reminisc encias clá sicas y a vec es
de resabios populares. Jorge Carmona, o Carmonina como Carrillo equivoca
su nombre para aludir al juego de barajas a que tan afecto era aquel pintoresco
personaje, está aquí retratado con mano maestra, no importa que la imagen
sea falsa.
Pero no fue ésta la sola travesura de Adolfo Carrillo. Hizo algo más: es-
cribió las Memorias de don Seb astián Lerdo de Tejada, caño por donde Adolfo –o
Rogaciano, su verdadero nombre– Car rillo dio e scape a todas sus antipatías
que de paso lo eran de don Sebastián Lerdo de Tejada, lo que v ino a au-
mentar sus trazas de auténticas. Don Sebastián, don Adolfo, que diga, vertió
allí con despa rpajo, gracejo y desenfado extremos, algunas de las cosa s más
divertidas y más libertin as de nuestra literatura, de verdad preo cupada por
las formas pulcras.
Llevado de su diabólica manía de burlarse, de poner una nota de veneno
en el vino de los aduladores de su tiempo, Carrillo tuvo la macabra ocurrencia
de atribuir a Tolstoi un texto que jamás pensó. Tal como si él sólo padeciera

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