Sor Juana Inés de la Cruz: el amor y la fe en la mujer

AutorAle, Pedro Salvador
Páginas237-248

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Juana de Asbaje
(Sor Juana Inés de la Cruz) El amor y la fe en la mujer

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COMISIÓN DE DERECHOS HUMANOS DEL ESTADO DE MÉXICO

Juana de Asbaje (Sor Juana Inés de la Cruz),

nos habla del amor desde la perspectiva de la sutileza femenina, de la mujer como la fuente del deseo sublimado, del conocimiento profundo de la psique humana, de la posesión como una manera de expresar la inseguridad material, más que la hondura de los sentimientos verdaderos, de la elección como un ejercicio del derecho individual, de la discriminación que ejerce una sociedad conservadora, de la femineidad como una herencia terrestre, de la naturaleza en relación a la mujer, del hombre y sus acciones en la realidad.

Nos enseña las facultades de la mujer, el espléndido don de ver, oír, sentir, recibir, y trasmitir imágenes, ideas y sentimientos con la velocidad de un rayo. Nos recuerda que casi todas las mujeres pueden percibir el más mínimo cambio en el humor de otra persona, pueden leer rostros y cuerpos, con eso que se llama intuición, y por medio de un sinfín de minúsculas claves que se unen para facilitarle información, adivinar lo que encierran las mentes. Todo esto, ante una sociedad adversa, que por lo general, intenta mutilar todas estas facultades, para convertirla en autómata del consumo.

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Sor Juana Inés de la Cruz: el amor y la fe en la mujer

Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695) Nepantla, Estado de México.

Nombre religioso de la noble y cultísima doncella Juana de Asbaje, capaz de escribir con la gracia epigramática de Santa Teresa y, a la vez, con el primor alambicado y difícil de Góngora o Villamediana; o- cuando cultiva el teatro- atreverse al conceptualismo brillante de Pedro Calderón de la Barca. Genio incomprendido de su siglo y verdadera musa del gongorismo mexicano.

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Sor Juana, usted puso bases f‌irmes sobre la dignidad de la mujer ante el hombre en el amor ¿qué piensa sobre ella después de más de cuatro siglos?

La escritura ha tratado todos los tipos psicológicos posibles de los conf‌l ictos eróticos, pero el motivo más sencillo de conf‌licto ha pasado inadvertido por su propio carácter obvio, y tiene que ver con la f‌i delidad.

El fenómeno del estar ya-ocupado: una persona amada que se rehúsa no por antagonismos o inhibiciones, no por frialdad o por calor reprimido, sino porque existe ya una relación que excluye la nueva.

El tiempo ejerce en realidad la función que se querría asignar a la jerarquía de los sentimientos. En el obligarse, además de la libertad de decisión y de elección, hay un elemento, totalmente accidental, que parece en contradicción con cualquier pretensión de libertad.

Y, por lo tanto, un ordenamiento de este género equivaldría a una violación intolerable de la libertad. La prioridad de lo accidental tiene poderosas razones para hacer valer: pref‌iriendo una nueva persona a la primera, se hace daño a esta última, en cuanto se anula el pasado de la vida común, y la misma experiencia queda –si puede decirse- cancelada.

El no poder modif‌icar el pasado proporciona un criterio moral objetivo. Pero este criterio, como el tiempo, está emparentado con el mito. La exclusividad implícita en el tiempo se despliega, según su mismo concepto, en el dominio exclusivo de los grupos herméticamente cerrados.

Nada más conmovedor que la ansiedad de la mujer amante que teme que la nueva pueda atraer sobre sí- precisamente por esa novedad que se produce, por antítesis, por el privilegio de la prioridad- aquel amor y aquella ternura que son su posesión más preciosa.

Sería inútil buscar un camino de salida a este laberinto. Pero es posible aislar el momento funesto que pone en movimiento a esta dialéctica: y precisamente, en su carácter exclusivo, de primero.

La relación originaria, en su desnuda inmediatez, presupone ya la abstracta sucesión temporal. Históricamente, el mismo concepto de tiempo está constituido sobre la base del ordenamiento de la propiedad. Pero la voluntad de posesión ref‌leja el tiempo como angustia de perder, es un sentimiento de lo irrecuperable.

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Toda posesión es lógica ante la pasión, aunque es imposible poseer a alguien, siempre habrá espacios…

Sin embargo, lo que es está dado en relación con su posible no ser: y solamente así se transforma en posesión y se reduce a algo rígido y funcional, susceptible de ser cambiado por una posesión equivalente. Transformada totalmente en posesión, la persona amada ya no se mira. ¿Sabe por qué? porque la abstracción en el amor es el complemento de la exclusividad, que se arruina por el contrario con la adhesión a un nuevo ser. Esta adhesión deja escapar al objeto propio precisamente en cuanto lo transforma en objeto y deja escapar a la persona que degrada a la mía.

Si los hombres no fuesen ya una posesión, ya no podrían ser intercambiados. Verdadera inclinación sería aquella que se dirige específ‌icamente hacia otro y se ref‌iere a rasgos precisos y amados, y no al ídolo de la personalidad, puro ref‌l ejo de la posesión. Pero es exclusivo en otro sentido: en cuanto, sin prohibirla, hace imposible la sustitución de la experiencia...

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