Sor Juana y sus críticos

AutorAndrés Henestrosa
Páginas27-29
AÑO 1951
ALACE NA DE MINUC IAS 27
que fue del poeta. Una cosa podemos decir de aquel discurso: en él se anticipan
algunos de los juicios contenidos en los “Prólogos” que sobre el poeta y su obra
escribió Xavier Villaurrutia, cuando de vuelta del viaje alrededor de todas las
literaturas, pudo ver mejor a Ramón López Velarde.
22 de julio de 1951
Sor Juana y sus críticos
La Universidad Nacional ha publicado recientemente el número 4 de la serie de
textos de Literatura Mexicana que dirige Agustín Yáñez. Este número corres-
ponde a El sueño; la más famosa y personal obra de Sor Juana, según algunos, y
obra tan útil para el estudio de las letras mexicanas, porque allí se reúnen las
influencias gongorinas en el siglo XVII. En un alarde gemelo al que llevó a Dá-
maso Alonso a prosificar Las soledades de Luis de Góngora, Alfonso Méndez Plan-
carte pone en prosa el texto sorjuanino, enriqueciendo la edición con notas y
una Introducción que, al mismo tiempo que constituye un estudio cabal de un
capítulo de nuestra historia literaria, es una descarga de todas las fobias que
de un modo tan lamentable tiñen los trabajos de Méndez Plancarte. Hombre
tan ponderado como Francisco Monterde llama intransigente a la crítica que
este sabio mexicano ejerce. Si no, recuérdese la saña, la furia, el encono con
que afeó los trabajos de Ermilo Abreu Gómez sobre la monja famosa. Su de-
nuncia, desgraciadamente fundada, tenía, sin embargo, una dimensión negativa:
la intransigencia, la crueldad –tan frecuente en los hombres que profesan una
religión y tienen fama de piadosos– que la animaba.
En el estudio que nos ocupa, Méndez Plancarte rastrea toda la crítica en
torno de Sor Juana, y se detiene a valorar las opiniones que El sueño ha merecido
de los escritores y críticos del siglo XIX, bello empeño si no tuviera, como parece
tener, por principal propósito arremeter contra algunos de los escritores de
mayor fama en ese siglo, y que por ser promotores de nuestro renacimiento
literario y próceres de nuestra renovación política, merecen ser tratados con
mayor comedimiento. En efecto, los dos nombres principales contra los que
Méndez Plancarte endereza sus diferencias no escribieron concretamente so-
bre El sueño, materia de la “Introducción”, sino sólo aludieron de paso, un poco
desdeñosamente, es cierto, a la obra poética de Sor Juana; y así lo manifiesta

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