La soldadera

AutorAndrés Henestrosa
Páginas542-544
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ANDRÉS HEN ESTROS A
propósitos éticos y políticos que involucra ese documento fundamental para la
vida del país. No es un extremo, por tanto, que para dar una idea del tamaño
de Zarco como cronista, se haya recordado el nombre de Díaz del Castillo; el
volumen, la referencia puntual, el calor que trasciende de sus páginas, acredita
la comparación.
La Revolución de 1910, como el movimiento liberal, son hechos demasia-
do amplios y complejos para tener un solo relator. En gran medida, son fenó-
menos aún en proceso, y sólo podemos hablar de muchas de sus innumerables
fracciones, como de las piezas del mosaico general. Como hechos multitudina-
rios, ambos movimientos tienen demasiados hombres, demasiadas anécdotas,
demasiadas transformaciones en todos los órdenes, para que cupieran en las
páginas de un hombre. Prueba de que el proceso está en marcha y afecta toda-
vía la vida y el pensamiento de todos los mexicanos, es que aún se analizan, se
enjuician y se trasponen sus elementos al campo de la ciencia social, económica
y jurídic a, y al campo de la literatura , que en su conjunto t ambién e s cró -
nica de esos máximos hechos de nuestra historia contemporánea.
De la Revolución Mexicana puede decirse que acaso su mejor cronista sea
el pueblo que la puso en marcha, y que le expresó su amor y su sentimiento
en el corrido y en la leyenda que aún pasan de boca en boca en la noche de los
campos y de las ciudades de México.
16 de febrero de 1958
La soldadera
De la Invasión Norteamericana, así como de la Guerra de Independencia, muy
poco tenemos en materia de canciones. Pero parece imposible que el senti-
miento popular no haya encontrado en el canto cauce para sus grandes dolores
y sus escasas alegrías. Cuenta Altamirano, en el “Prólogo” al Romancero Nacional
de Guillermo Prieto, que los soldados de Morelos cantaban en el campamento
corridos, que entonces todavía se llamaban romances, para informar, dolerse
y alegrarse de las derrotas y de los triunfos de las armas insurgentes; pero que
casi todos esos cantos se perdieron por lo largo de la lucha y porque las ad-
versidades fueron más numerosas. Con más razón se perdieron las canciones
populares y guerreras de la Invasión Norteamericana, con que México llevó

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