Socialismo

AutorJosé C. Valadés
Páginas155-193
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Capítulo XXXIV
Socialismo
CONTRADICCIONES IDEOLÓGICAS
El cardenismo, en pos de todo lo novedoso, empezó sus tareas si-
multáneas de lucha y consolidación desdeñando la idea de libertad;
ahora que como la libertad fue el principio fundamental de la Revo-
lución, se vio precisado a negar los valores políticos del maderismo.
Madero, para la nueva hornada política de la Revolución, había
sido un individuo débil, burgués e ignorante de los “problemas so-
ciales”, por lo cual el cardenismo, con su mucha beligerancia social
y política se presentó a sí propio como el verdadero empaque de la
Revolución.
Sin embargo, como no era posible destruir una tradición made-
rista y revolucionaria ni moda política, loca e insensata, buscando
una escuela que no poseía ni era capaz de instaurar, se refugió en
los pliegues del socialismo —de un socialismo amorfo— y ello sin
cambiar el texto constitucional de México ni acoplar las institucio-
nes públicas a la modalidad convenida.
La adopción fue tan categórica, que la Revolución desde ese mo-
mento se hizo simbólica y con lo mismo perdió el sentido y efectivi-
dad de los organismos democráticos.
Sin embargo, no era tan fácil y sencillo desvincular al país del
meollo indígena revolucionario. No era posible, por otra parte, ins-
taurar el socialismo dentro de un país cuya Constitución correspon-
día al antisocialismo. Además, los paladines de la nueva hornada ni
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José C. Valadés
siquiera hallaban los vocablos propios para explicar qué era el socia-
lismo, y cuál de las escuelas socialistas iba a ser aplicada en México.
El licenciado Emilio Portes Gil, pretendiendo ser el teórico y maestro
de la nueva pléyade política, produjo tantas incoherencias literarias,
que lo mismo hizo de las voces ciencia y razón la quintaesencia del
socialismo, que retornó a las definiciones del viejo liberalismo di-
ciendo que en éste “no hay favorecidos ni favoritos de Dios”; y al
efecto recomendó al magisterio mexicano que aprendiese “las lec-
ciones del socialismo ruso”. En medio, pues, de afanes novedosos,
Portes Gil llevaba sobre sus hombros una cabeza indigesta de ideas
cogidas a izquierda y derecha.
De esta suerte, el ir y venir en torno al socialismo se volvió tan
grosero y amenazante, que si de un lado el Departamento del Tra-
bajo expidió una recomendación a los mineros para que no extraje-
ran más oro, porque lo que existía de este metal sobraba “para
comprar el crimen” y la “deshonra”; de otro lado, la Secretaría de
Educación, entregada al proselitismo socialista, publicó una biogra-
fía de Karl Marx con el fin, advirtió, de “despertar en algunos nobles
inquietudes”, para en seguida afirmar que la educación socialista
mandaba poner la instrucción pública bajo “la soberana autoridad
del Estado”. Y no había de detenerse allí ese desgarbado proceder de
un ministerio constitucional, sino que entregado a la constituciona-
lidad, se declaró en contra de las nacionalidades, negó los derechos
de una patria, aceptó la lucha de clases y proclamó que no deberían
existir las “artificiales fronteras políticas”. La Secretaría de Edu-
cación, pues, abolía de una plumada la división entre México y Es-
tados Unidos.
Tales extravíos, que eran la negación de México, cometidos por
funcionarios públicos dentro de un Estado cuya Constitución era la
manifestación severa y celosa de la conservación de la autonomía
política de México, de la integridad territorial y del respeto a los va-
lores patrióticos, constituyeron un desafío al alma de la nacionalidad
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mexicana; hicieron creer que el presidente carecía de capacidad
para dominar todos esos atrevimientos apátridas e hicieron de aquel
periodo de transición uno de los más peligrosos del México moder-
no, de manera que la gente se apartó del aparato estatal y el país
estuvo a punto de recaer en las tentaciones sediciosas.
Llegó a corroborar aquel rosario de negaciones que fabricó el par-
tido cardenista el hecho de que el propio presidente Cárdenas critica-
ra la economía individual y la escuela liberal capitalista; de que Portes
Gil afirmarse que la doctrina mexicana del pasado sólo había servido
para que los cerebros estuviesen “al servicio de la explotación capita-
lista” y de que Lombardo Toledano asegurase que las 50 virtudes car-
dinales de Rusia soviética eran incomparables y aplicables a México.
La Revolución Mexicana, como había sido concebida, iba quedan-
do reducida a cenizas por la nueva generación revolucionaria, de
manera que el general Francisco J. Múgica, el inspirador político del
presidente de la República, afirmó que la propia revolución, hecha
ya gobierno, sólo era un acontecimiento histórico, en tanto que el
licenciado Ramón Beteta explicó que la propia Revolución constituía
el resultado de un conjunto de errores y apariciones del régimen
capitalista.
Los idearios de la natividad revolucionaria estaban siendo susti-
tuidos, pues, por otros que en la superficie eran complementos pro-
gresistas, pero que en el fondo contrariaban la tesis de la Revolu-
ción. Así, el materialismo histórico y la lucha de clases tomaron el
carácter de ideas “sagradas”, y la misión del gobierno no fue ya, en
la apariencia, el mando político, ni las garantías populares, ni el cum-
plimiento de las leyes, ni la función de las instituciones democráti-
cas, sino la “redención social y económica de las clases trabajado-
res” y la “distribución equitativa de la riqueza nacional”.
En medio de un nuevo léxico político, tan atropellado como alu-
cinante, funcionarios y líderes de todos los géneros correspondieron
en tareas competitivas de palabras y definiciones; y si la Secretaría

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