Sindicato de trabajadoras domésticas en México: (1920-1950)

AutorMary Goldsmith Corelly
CargoUAM-Xochimilco. Departamento de Política y Cultura
Páginas75-89

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A menudo se han discutido las dificultades de la organización laboral de los trabajadores domésticos (Chaney y Castro, 1989; Organización Internacional de Trabajo, 1970; Sanjek y Colen, 1990). Tanto sus características sociodemográficas como sus condiciones laborales han sido señaladas como impedimentos para su organización laboral; a veces la legislación laboral sobre esta ocupación constituye otra limitante. En México, y en América Latina en general, son mujeres jóvenes de procedencia rural y con bajos niveles educativos, tienden a considerar sus empleos como transitorios y por lo tanto no se identifican como trabajadoras domésticas. Por la naturaleza de su trabajo, están laboral mente aisladas;además su ocupación está socialmente desvalorizada. Todos estos factores obstaculizan su organización.

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En una investigación sobre la historia y las condiciones actuales del servicio doméstico femenino en México1 detecté, entre otros hallazgos, la existencia entre 1920 y 1950 de alrededor de 30 sindicatos que agrupaban a trabajadores domésticos, en distintas entidades de la República.2 Cabe señalar que en la actualidad no hay ni un sindicato de empleados domésticos en todo el país.3

El servicio doméstico y la fuerza de trabajo

Entre 1920 y 1950 el servicio doméstico concentraba menos del 4% del total de la población económicamente activa (PEA) en México. Sin embargo, era la ocupación de mayor relevancia numérica para las mujeres. Entre 1921 y 1940, aproximadamente una de cada tres mujeres trabajadoras laboraba como empleada doméstica; en 1950, esta cifra se redujo a una de cada cuatro.4

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A partir de la Revolución Mexicana el número absoluto de trabajadores y trabajadoras domésticas se redujo; esta tendencia persistió hasta 1930. Durante el periodo de la lucha armada más intensa (1910-1921) se registró una disminución notable en el servicio doméstico. En 1910 hubo 245,156 personas dedicadas a esta actividad en todo el país; en 1921, sólo hubo 189,790. Durante los 20 años siguientes, persistió esta tendencia, si bien de manera menos marcada que en años anteriores. A partir de la década de los 40 se expandió el servicio doméstico, inclusive a un ritmo mayor que el del crecimiento de la PEA en general.

Estas tendencias no afectaron de manera homogénea a hombres y mujeres. Entre 1910 y 1921 hubo mayor reducción entre los hombres que trabajaron en esta ocupación; pudiera ser porque muchos miembros de la servidumbre, liberados de las haciendas a raíz de la lucha armada eran del género masculino. Durante la década posterior, el número absoluto de varones en este sector aumentó (de 34,886 en 1921 a 54,389 en 1930) y el de las mujeres decreció ligeramente (de 153,904 en 1921 a 131,970). El crecimiento de la población de trabajadores domésticos podría haber estado relacionado a la contracción del mercado de trabajo industrial provocada por la depresión; es probable que algunos desempleados encontraran trabajo en el servicio doméstico. Otra posibilidad es que este aumento fue más ficticio que real y refleja diferencias metodológicas en los censos de 1921 y 1930. Si comparamos estas cifras con las reportadas en 1910 encontramos que la cantidad de hombres dedicados al servicio doméstico disminuyó durante la lucha armada y no obstante que incrementó durante la década posterior no llegó al número registrado en 1910 (60,951). En contraste, el número de mujeres empleadas en esta actividad decreció paulatinamente durante las primeras tres décadas de este siglo (184,255 en 1910,153,904 en 1921, y 131,970 en 1930). Durante la década de los 30, el número de mujeres dedicadas al servicio doméstico aumentó a 152,912 y en cambio el de los hombres bajó a 28,118. Cabe señalar que en el censo de 1940 se introdujeron varias innovaciones con respecto a las tabulaciones del trabajo doméstico. En los censos de 1921 y 1930 se incluyeron trabajadores y trabajadoras domésticas con y sin remuneración en la clasificación de "servidumbre"; en 1940, sólo se consideraron a las personas que percibieron alguna retribución en esta categoría.5 Por lo tanto, la población real tanto de hombres como de mujeres era mayor que la reportada en el censo de 1940. El aumento en el servicioPage 78 doméstico a partir de 1940 refleja la demanda creciente, sobre todo del género femenino, generada por la mayor incorporación de las mujeres en el mercado de trabajo y el crecimiento de las capas medias urbanas.

No obstante todas estas fluctuaciones temporales y regionales en la participación por género, el servicio doméstico durante este periodo fue femenino y nunca rebasó el 1.6% de la PEA masculina. A nivel nacional, en 1921 aproximadamente 81.1 % de todas las personas que trabajaron en el servicio doméstico eran mujeres; en 1930, el 70.8% lo eran, y una década después, el 84.5%. En el Distrito Federal hubo menos variación; en 1910, el 78.8% del servicio doméstico eran femenino y tanto en 1930 como en 1940, aproximadamente el 84% lo era. En contraste, en algunas otras entidades de la República, hubo una fuerte presencia de varones en este sector. Por ejemplo, en Morelos en 1930, más de la mitad de la servidumbre era masculina; en Chihuahua, el 40% lo era. Diez años después en estos estados, no obstante que en ninguno eran mayoría, constituyeron una proporción importante.

El análisis de la historia laboral femenina en México revela que durante el periodo contemplado entre 1910 y 1930, se contrajo el mercado de trabajo femenino. Decreció de manera muy marcada el número absoluto de molineras, tortilleras, lavanderas y "sirvientas". Durante los 20, se redujo además la cifra de maestras, vendedoras, tabacaleras, peones agrícolas y trabajadoras de algunas ramas de la industria textil y alimenticia. Sin embargo, hubo un aumento en la proporción de la PEA femenina que fue empleada en el servicio doméstico entre 1910 y 1930; esto reflejó el hecho de que el decrecimiento en el número de trabajadoras en otros sectores fue más marcado que entre las del servicio doméstico. Entre 1930 y 1940, creció ligeramente la PEA femenina en términos absolutos (a un 16.4%), el servicio doméstico femenino se incrementó en un ritmo semejante (a un 15.8%); pero ninguno de los dos crecieron con la misma velocidad que la población en general. A partir de 1940 (sobre todo entre 1940-1950), el número de mujeres que participaban en el mercado laboral aumentó, pero no se registró un crecimiento proporcional en la población de trabajadoras domésticas. Esto indica que no hay una correlación absoluta entre la integración de mujeres en el mercado de trabajo y una mayor demanda de empleadas domésticas. Hay que tomar en cuenta las características específicas de los empleos en los que son incorporadas las mujeres en un momento determinado; o sea, hay que evaluar si la remuneración que se deriva de éstos ofrece la posibilidad de contratar servicio doméstico. A la vez hay que examinar los otros recursos disponibles para resolver el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos; en el caso de México la familia extensa ha desempeñado un papel fundamental en la resolución de estos problemas para las mujeres trabajadoras.

Esther Boserup (1970) en su obra pionera sobre el trabajo femenino y el desarrollo económico, Women's Role in Economic Development, planteó que hay una co-Page 79rrelación positiva entre una baja tasa de participación femenina en el mercado laboral y una alta concentración de la PEA femenina en el servicio doméstico. A grandes rasgos la participación laboral femenina en México durante la primera mitad del siglo XX sostiene tal planteamiento. Durante el período entre 1921-1940 cuando la tasa bruta de la PEA femenina fue más baja (1921,6.6%; 1930,4.4%; 1940,4.3%), alrededor de una tercera parte de todas las mujeres trabajadoras eran empleadas domésticas. A partir de 1940, por la expansión de las industrias de sustitución de importaciones y la terciarización de la economía hubo una creciente demanda de mano de obra femenina, tendencia que persiste hasta la fecha. Durante la década de los 40, la tasa de la PEA se duplicó al llegar al 8.6%. Este incremento fue acompañado por una redistribución de la PEA femenina, al disminuir la importancia relativa del servicio doméstico como empleador de mujeres. Cabe señalar que a partir de entonces ha habido una feminización de la fuerza de trabajo en general.

Habría que considerar cómo estas fluctuaciones en el servicio doméstico y en el mercado de trabajo en general incidieron en las condiciones laborales de los trabajadores domésticos y en sus posibilidades organizativas. Para el periodo bajo consideración hasta este momento se ha encontrado poca información explícita con respecto a esta cuestión. Como punto de comparación encontramos que a finales del siglo XIX, los patrones se quejaban de que los sirvientes eran muy insolentes y menos cumplidos en sus labores porque tenían la opción de contratarse como obreros industriales (González Navarro, 1957, p.p. 391-392). Aproximadamente 50 años después,Salvador Novo (1967, p. 124), en su papel de cronista de la Ciudad de México relató que las patronas se quejaban por la escasez de servicio doméstico, sobre todo del género masculino. Ambos casos indican que este servicio funge como una reserva laboral que se moviliza en momentos de mayor demanda de mano de obra. Se podría suponer que en tales momentos los trabajadores domésticos pueden negociar mejores condiciones de trabajo. Sin embargo, por lo general las personas dedicadas a esta actividad viven, a menudo, en condiciones de trabajo infrahumanas: jornadas extensas, alimentación y alojamiento deficientes y despidos injustificados; percibían salarios inferiores a las empleadas en otras...

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