Sílabas enamoradas

AutorJesús Silva-Herzog Márquez
Páginas155-187
SÍLABAS ENAMORADAS
El ser carece de contrarios.
A
NTONIO
M
ACHADO
E
L PENSAMIENTO
se fundamenta en un desarraigo. Cercar las
palabras, dice Octavio Paz, es “arrancar al ser del caos pri-
mordial”.1En el cuchillo de un poeta nacido en Elea hace
más de veinticinco siglos encontramos el origen de esta
cisura de Occidente. Parménides narra su viaje hacia la luz
montado en una carroza fantástica y escoltado por donce-
llas solares. Después de abrir con suaves palabras las puer-
tas de la noche y el día encontró a una diosa sin nombre. La
divinidad acogió benévola al poeta y le reveló la entraña
“bellamente circular” de la verdad.
Atención, pues:
Que Yo seré quien hable;
Pon atención tú, por tu parte, en escuchar el mito:
Cuáles serán las únicas sendas investigables del Pensar.
Ésta:
Del Ente es ser; del Ente no es no ser.
Es senda de confianza,
pues la Verdad la sigue.
Lo que es existe, lo que no es no merece palabra. Ahí
está el filoso cuchillo de Parménides, la navaja de la disyun-
ción que sigue partiéndonos. El hombre no es polvo; el
155
1Octavio Paz, El arco y la lira, Obras completas, México, Fondo de Cul-
tura Económica, 1995, 1: 116.
agua no arde; lo ligero no oprime. La realidad es una, im-
perturbable. Muchos de los contemporáneos de Parménides
pensaron que era un cretino: quien abre los ojos observa la
exuberancia de las cosas, la incesante mudanza de la vida,
la presencia de la ambigüedad, la ironía de los cuerpos. La
realidad, responde Parménides, no se ve con la retina sino
con los párpados cerrados de la inteligencia. La imagina-
ción queda proscrita: lo que es nada viene de la nada.
Si para Rousseau la caída de nuestra civilización fue la
propiedad, para Octavio Paz nuestro desamparo nace con
la definición. Nuestras desdichas no nacieron en el momen-
to en que alguien dijo: “esto es mío”, sino en el momento en
que alguien dijo: “esto es esto y no puede ser aquello”. Dos
pecados humanos: adueñarse de la naturaleza que es de
todos; aprisionar el significado variable de las cosas. Esa
cerca del ser, esa muralla que divide al mundo en dos mita-
des, esa prisión lógica que nuestro pensamiento no puede
perforar es la casa de Occidente. De ahí viene el desarraigo:
la palabra quedó hecha pedazos y, con ella, nosotros par-
tidos.
Todo era de todos
Todos eran todo
Sólo había una palabra inmensa y sin revés
Palabra como un sol
Un día se rompió en fragmentos diminutos
Son las palabras del lenguaje que hablamos
Fragmentos que nunca se unirán
Espejos rotos donde el mundo se mira destrozado
Las palabras rasgan pero también enlazan. El trabajo
del poeta es recrear la originaria fraternidad de los signifi-
cados. La imagen poética traspasa la muralla y dice lo inde-
cible: las plumas son piedras. “El universo deja de ser un
vasto almacén de cosas heterogéneas. Astros, zapatos, lágri-
156 LA IDIOTEZ DE LO PERFECTO
mas, locomotoras, sauces, mujeres, diccionarios, todo es
una inmensa familia, todo se comunica y se transforma sin
cesar, una misma sangre corre por todas las formas y el
hombre puede ser al fin su deseo: él mismo.”2La raíz de la
poesía es la comunión del hombre y el mundo, las plantas y
los volcanes. En Estocolmo, al recibir el Premio Nobel, re-
cordaba una noche en el campo cuando percibió la corres-
pondencia de los astros y los insectos:
Es grande el cielo
y arriba siembran mundos.
Imperturbable,
prosigue en tanta noche
el grillo berbiquí.
El poema es el campo de las conciliaciones. Pacto ins-
tantáneo de enemigos, el poema encuentra la afinidad ocul-
ta entre realidades distantes: el grillo y el cosmos. Escribir
es recrear esa fraternidad cósmica que la lógica mutila. La
conciencia de la contradicción y el anhelo de reconciliación
nace en Paz desde muy temprano, desde su infancia en
Mixcoac. A Julio Scherer le cuenta que su casa era
el teatro de la lucha entre las generaciones. Mi abuelo —perio-
dista y escritor liberal— había peleado contra la intervención
francesa y después había creído en Porfirio Díaz. Una creen-
cia de la que, al final de sus días, se arrepintió. Mi padre decía
que mi abuelo no entendía la Revolución mexicana y mi abue-
lo replicaba que la Revolución había sustituido la dictadura
de uno, el caudillo Díaz, por la dictadura anárquica de mu-
chos: los jefes y jefecillos que en esos años se mataban por el
poder.
SÍLABAS ENAMORADAS 157
2Ibid., 1: 126.

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