El significado de la Constitución de 1857 en el siglo XXI

AutorXavier Díez de Urdanivia Fernández
CargoDoctor en Derecho. Profesor Investigador de Tiempo Completo en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila
Páginas299-307

Doctor en Derecho. Profesor Investigador de Tiempo Completo en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila Profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma del Noreste.

Conferencia magistral dictada en el Congreso de Coahuila el 8 de febrero de 2007.

Page 299

Acudo a este honorable recinto respondiendo con gusto a la muy honrosa invitación que me formulara, a nombre de las señoras y los señores diputados, el Presidente de la Junta de Gobierno del Congreso de este noble, Independiente, Libre y Soberano Estado de Coahuila de Zaragoza, el licenciado Horacio del Bosque Dávila, para compartir algunas reflexiones en torno a la trascendencia de la Constitución mexicana de 1857, en presencia del siglo XXI.

A ciento cincuenta años de su promulgación, cabe preguntarse si ella es sólo un venerable antecedente de la que hoy nos rige o sí, como creo y sostengo, es en realidad un documento que no sólo incorporó a México en la modernidad, sino que sentó bases firmes para detonar el desarrollo democrático de nuestro país en el mismo siglo XXI.

¿Cómo pudo esto ocurrir apenas mediado el siglo XIX? Gracias, según creo, a la pujante y preclara convicción de una excepcional generación de mexicanos, que lo fueron profundamente, al tiempo en que eran también ciudadanos del mundo.

Para acreditar esa aseveración estimo indispensable puntualizar previamente algunos elementos esenciales del marco teórico en que ella se inscribe. En primer lugar, estimo necesario recordar que una Constitución, cualquiera, es más que el marco normativo de mayor rango en un sistema estatal; es, además y antes que ello, la expresión mínima de un pacto político en el que se plasman los acuerdos vitales para el transcurso ordenado de la vida en sociedad de cualquier comunidad humana con apetencias de integralidad estable. Page 300

Cuando ese consenso falta, los sistemas políticos permanecen ayunos de la estructura institucional que permite el flujo ágil del transcurrir social cotidiano en el seno de parámetros mínimos de una legitimidad que, para serlo, no sólo ha de responder a los requerimientos de la legalidad, sino que debe, sobre todo, proveer satisfactoriamente a la necesidad de velar por el interés general, que no puede significar otra cosa que la efectiva garantía de los derechos y libertades fundamentales de los seres humanos.

En ese sentido, es insuficiente predicar la aceptabilidad de un régimen dado, como quieren Schmitt1 y Lipset,2 para calificarlo como legítimo, porque es claro que esa aceptabilidad no puede ser otra cosa que el producto de la percepción social generalizada de que el régimen cumple con el cometido garante a que se refiere el párrafo que antecede.

Más aún: sin legitimidad es impensable siquiera la tan manida gobernabilidad, independientemente de que se conciba como la capacidad que tiene un gobierno para hacer prosperar sus propuestas a través de las instituciones estatales o como el potencial que tiene un gobierno para responder a las demandas y necesidades de la sociedad.

Es la legitimidad, en otras palabras, la única justificación del poder público que se ha traducido tradicionalmente en la añeja noción de soberanía, como expresión suprema del poder del estado y en el estado, que no puede tener más sustento que la combinación equilibrada de una democracia fincada en ese interés general, con un orden normativo capaz de darle estructura y vía al acontecer cotidiano de toda comunidad civilizada.

Por eso hoy, en medio de los vientos que llevan al mundo a una irreversible globalidad de los fenómenos sociales y políticos, no sólo los económicos, una constante generalizada es la búsqueda de timbres de legitimidad para las instituciones, más allá de los límites territoriales, porque el paradigma en que hasta hoy ha descansado ella, desde sus orígenes renacentistas, parece haber entrado en franca crisis.

En efecto, el estado, que conjugó satisfactoriamente esos elementos de ordenación social durante casi cuatro siglos, parece hoy opacarse en su capacidad de respuesta frente a la necesidad de garantizar un interés común que trasciende las fronteras y, por si fuera poco, ha llegado más allá del ámbito estatal para todo efecto práctico de verdad relevante.

A nadie escapa el hecho de que un concepto que refleje hoy en día la realidad de la soberanía debe, por fuerza, considerar ese hecho, puesto que es innegable que de ella ya no es posible predicar, como lo hizo Bodino cuando acuñó el término, su irresistibilidad dentro del estado y su independencia hacia el exterior. En términos de real politik, en estos tiempos no es, ni con mucho, un poder omnímodo al que queden supeditados todos los demás que Page 301 en el interior existen, por la sencilla razón de que la revolución tecnológica ha diluido -en algunos casos incluso ha borrado- las fronteras entre los estados; por eso también la interdependencia global impide predicar de ella su independiente talante original.

Sólo pensar en Davos, por ejemplo, un foro impulsado por los capitanes de grandes empresas extranacionales, al que concurren cada año no pocos jefes de estado para exponer ante el mundo económico las ventajas competitivas de su país, nos da una idea clara de que cada vez más parece que es el estado el que se percibe supeditado a los designios de esos nuevos centros del poder mundial y no, como solía ser y todavía se piensa por algunos que es, a la inversa.

Es así que en medio de la globalidad ha surgido una nueva corriente de pensamiento que busca devolver a las instituciones políticas esa justificación que encontraron en el rejuego dialéctico derivado de una díada inseparable, formada por los sistemas político y normativo que, según bien apunta Niklas Luhmann, parece perdida en el ámbito global.3

Para restaurar esa función dual es insuficiente un sistema internacional normativo, al que son ajenas las nuevas redes de poder, inalcanzables para los estados -para todos y para cualquiera. Hace falta encontrar nuevas fórmulas de ordenación que, con...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR