La selección de un sistema electoral

AutorGiovanni Sartori
Páginas66-93
IV. LA SELECCIÓN DE UN SISTEMA
ELECTORAL
IV.1. EVALUACIÓN DE LOS SISTEMAS MAYORITARIOS
SE PUEDE considerar a los sistemas electorales como continuos
con respecto a la manera en que transforman los votos en es-
caños, ya que a este respecto la variable principal es el tama-
ño de los distritos, y en casi todos los países los tamaños de
los distritos varían en forma continua (serialmente) de 1 a 50
representantes. Pero si se trata de los fines y de las razones
que fundamentan la existencia de los sistemas electorales, in-
sisto en que debe separárseles claramente en mayoritarios y
proporcionales. La alternativa puede enunciarse como sigue:
Los sistemas representativos siguen dos patrones principales […] el
tipo inglés sacrifica la representatividad del Parlamento a la necesi-
dad de un gobierno eficiente, mientras que el tipo francés sacrifica el
gobierno eficiente a la representatividad del Parlamento […] [y] no
es posible construir un sistema representativo que a la vez cumpla
completamente la función de funcionar y la función de representar.
1
Antes de empezar esta discusión, permítaseme recordar
que los sistemas mayoritarios no necesariamente son sis-
temas pluralistas (por ejemplo, el voto alternativo requiere
una mayoría absoluta), ni sistemas de voto personalizado (ya
que es posible que haya un solo ganador en el caso de
votación por listas, como sucedió en Turquía en los años cin-
cuenta). Aunque el criterio pluralista es con mucho el más
empleado, debe entenderse bien que en realidad se está tra-
1
Sartori, 1968a, p. 469 (por supuesto, la referencia a un tipo francés es
histórica). Cito un antiguo escrito mío, porque se me ha acusado de no com-
prender que “los sistemas electorales deben ser clasificados y evaluados con-
forme a los principios de la representación” (Nohlen, 1984a, pp. 84-87). Esto
no es cierto y de hecho en muchos de mis escritos concuerdo con el punto de
vista de Nohlen.
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tando con diferentes niveles de mayoría que frecuentemente
están mezclados y que también tienen nombres que se pres-
tan a confusión. Primero encontramos la “mayoría calificada”,
en la que se requiere que se obtenga más de 51% de los votos
(generalmente entre 55 y 65%), a la que sigue la “mayoría
absoluta”, que se obtiene superando el umbral de 50%. A esta
mayoría absoluta se le llama también “mayoría simple” (a di-
ferencia de la “mayoría calificada”). ¿Qué más? Por lo general
se dice que sigue la “mayoría relativa”, a la que se identifica
con la pluralidad. Sí y no. Porque las mayorías suben y bajan
dependiendo de la base de cálculo, que puede ser el universo
de todos los que tienen derecho a votar, es decir, los electores
registrados, o el número real de votantes (cuyos votos son vá-
lidos). A este respecto, la mayoría absoluta es (hablando pro-
piamente) la mayoría simple del electorado, mientras que la
mayoría simple de los votantes es (propiamente) una mayoría
relativa. Una pluralidad es, en cambio, “cualquier mayoría”, y
con mucha frecuencia consiste en la “minoría más grande”.
Pero para todos los propósitos e intereses prácticos, aceptare-
mos la estipulación muy flexible de que la pluralidad es lo
mismo que la mayoría relativa.
Dije que la teoría y la práctica inglesas de la representación
sacrifican la representatividad del Parlamento a la necesidad
de un gobierno eficiente. De hecho, los sistemas electorales en
los que “el triunfador se queda con todo” buscan gobiernos
efectivos mediante la creación de mayorías que apoyan al go-
bierno. Realmente, los sistemas mayoritarios no consideran a
la “representación exacta”, favorecen la representación exce-
siva de los contendientes más fuertes y no pierden el sueño
por representar insuficientemente a los más débiles. La dis-
torsión representativa puede llegar al extremo de que un par-
tido suba al gobierno (la mayoría absoluta de escaños) aun-
que termine en segundo lugar según el voto popular.
2
Ésta es,
precisamente, su insuperable falla según los críticos de los
sistemas mayoritarios.
2
Por ejemplo, en Inglaterra en 1974, los laboristas ganaron el gobierno con
37.2% de los votos, a pesar de que los conservadores obtuvieron 39.9% . Peor
aún, en Nueva Zelanda en 1978 y 1981 el partido que ocupó el segundo lugar
por el número de votos fue el que obtuvo la mayoría absoluta de escaños.
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