Secuestro y Síndrome de Estocolmo: una visión psicológica
Autor | María Laura Quiñones Urquiza |
Cargo | Lic. en Criminología. Universidad de la Policía Federal Argentina |
Páginas | 283-286 |
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Lic. en Criminología por Universidad de la Policía Federal Argentina y especialidad en Técnica del perfil criminológico por la Universidad de Valencia, España. Dominio de las lenguas: Inglés, Francés, Español, Portugués, Ruso y Hebreo.
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El Síndrome de Estocolmo no ha sido caracterizado con entidad diagnóstica propia en la última edición de 1995 del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, pero sí se le reconoce como fenómeno psicopatológico de plataforma traumática: en el que se induce al agredido a un modelo mental, de naturaleza cognitiva y anclaje contextual.
Es posible definir al Síndrome de Estocolmo1 como un trastorno emocional que se caracteriza por la justificación moral y el sentimiento de gratitud de un sujeto hacia otro de quien forzosa o patológicamente dependen sus posibilidades reales o imaginarias de supervivencia.
Este estímulo estresante externo coloca a la víctima en una posición pasivo agresiva frente a su victimario, desencadena una reacción defensiva funcional nerviosa que hace actuar al innato y automático instinto de autoconservación: la señal de amenaza que recibe el cerebro se propaga por la ruta neuronal, recorriendo el sistema límbico hasta el complejo amigdalóide, regulador de las funciones instintivas y de defensa. La respuesta adaptativa sería la bús-Page 284queda de preservarse, en este caso frente a la anulación ilegítima de la libertad, al aislamiento; a la sorpresiva (¿Por qué no traumática?) realidad de no poseer más el control de su propia vida, de enfrentarse a la posibilidad de la muerte, en otras palabras: quedar sometido por tiempo indeterminado al impredecible deseo de Otro (la mayúscula es mía). Se establece un enlace asimétrico pero empático y pseudofraternal, dando lugar en forma real o imaginaria a la posibilidad de seducir y manipular al perpetrador, buscando ser desestimado como potencial objeto de descarga de furia, torturas u homicidio.
En el caso del rehén, el ascender un escalón y conseguir tratar al delincuente de igual a igual, se logra con empatía; quizás el mecanismo defensivo de la negación le impida reconocer su condición de subordinado, conquistando su simpatía mediante el diálogo, la obediencia e integrándose finalmente como una pareja armónica. Esta nueva dinámica entre la...
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