Ruiz de Alarcón, poeta

AutorAndrés Henestrosa
Páginas504-505
504
ANDRÉS HEN ESTROS A
Ruiz de Alarcón, poeta
La reciente publicación del tomo I de la Antología de la poesía hispa noamericana
dedicado a México –Madrid, Biblioteca Nueva, 1957– nos devuelve a un viejo
tema: al de Juan Ruiz de Alarcón, considerado como el alto poeta que fue
siempre, pero al que en cierto modo opaca su fama de dramaturgo. Sin razón,
a todas luces, porque Ruiz de Alarcón, sin haber cultivado preferentemente la
poesía, como lo hicieron sus contemporáneos, señaladamente Lope de Vega,
es un poeta que con unas cuantas muestras, perdidas en sus obras teatrales,
no queda a la zaga. Sin embargo, todavía no se le estudia debidamente en ese
campo. Y vemos que los antólogos se conforman con reproducir de otras an-
tologías los dos o tres poemas con que escasamente se le conoce como poeta
lírico.
No otra cosa ha ocurrido en la Antología aludida al principio de esta Ala-
cena. Sus organizadores, Ginés de Albareda y Francisco Garfias, en efecto, de
tres piezas que reproducen, una se encuentra en Las cien mejores poesías (líricas)
mejicana s compiladas por Antonio Castro Leal, Manuel Toussaint y Alberto
Vázquez del Mercado en 1914. Ella es “La cena junto al río Manzanares” con
la sola leve variante de su título, y que se encuentra en La verdad sospechosa.
Por cuanto al soneto que se inicia con el verso, “A la verdad huyo; a la espe-
ranza pido”, tomado de Las parede s oyen, se recoge por Castro Leal en Ingenio
y sabiduría de D. Juan Ruiz de Alarcón. Albareda y Garfias incluyen de Todo es
ventura el fragmento: “Los toros en Alcalá”, y los antólogos mexicanos ya alu-
didos, consignan, de la obra últimamente mencionada, la parte que se inicia
de este modo: “No reina en mi corazón / otra cosa que mujer.” La reedición de
Las cien mejores poesías (lírica s) mexi canas (1935), esta vez ya firmada sólo por
Castro Leal se enriquece con el soneto “La amistad”, tomado de El semejante
a sí mismo: “Aumento de la próspera fortuna…”
Pero el trato con la obra del dramaturgo mexicano nos indica que los frag-
mentos de poesía que ella contiene no son escasos, sino por el contrario, en
gran número. Y Castro Leal ha recogido muchos de ellos, si bien no por su
valor lírico, sino para ejemplificar con ellos el ingenio y la sabiduría del cor-
covado. Tal vez al propio escritor mexicano, que tiene andado mucho trecho
del camino, esté reservada la tarea de reunirlos todos y darlos a los lectores
mexicanos con el estudio que sitúe a nuestro poeta en la gran lírica mexicana
y española del siglo XVII.

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