La Rotonda de los Hombres Ilustres

AutorAndrés Henestrosa
Páginas632-634
632
ANDRÉS HEN ESTROS A
En otro tiempo, sugerí a mis paisanos tehuantepecanos que identificaran
la casa en que había vivido el abate, y le consagraran una placa conmemora-
tiva, que bien la merece quien de modo tan apasionado y entusiasta propagó
nuestra historia y mitología.
17 de mayo de 1959
La Rotonda de los Hombres Ilustres
Poco importa ahora recordar quién era el Presidente de la República o quién
el Regente de la Capital cuando con buen acuerdo se creó la Rotonda de los
Hombres Ilustres. Algo más interesa subrayar el propósito de la obra: la Roton-
da fue creada para perpetuar la memoria de los mejores mexicanos, de aquellos
que en todos los órdenes de la conducta y en todos los grados del sacrificio y
del trabajo han contribuido a afirmar la causa del progreso.
¿Por ventura, en algún momento se pensó que a semejanza del cemente-
rio del padre L achaise, en París, la Rotonda se destinaba a guardar los restos
mortales de los mexicanos más inteligentes, más cultos o más iluminados por
las luces del saber? No.
En una patria tan dramáticamente amenazada por las asechanzas de la vo-
racidad del lucro, por los intereses retrógrados y por las fuerzas que disocian la
formación de las nacionalidades, es preciso recordar todos los días, a esta hora, a
quienes han luchado y hasta perecido por los más sacros intereses generales.
Si como Mariano José de Larra, nos paseamos entre estas tumbas, nos
sorprende encontrar allí a personas que no hacen honor al benemérito fin
que se supone justificar la ex istencia de una Rotonda de los Hombres Ilus-
tres. Personajes que cultivaron el hai-kai y otras formas exóticas e ingeniosas
de poesía, pero que escribieron libros contra don Francisco I. Madero, una de
las piedras angulares de la Revolución y de la estructura democrática del
nuevo México.
Personajes que versificaban melodiosamente, pero que se frotaron las
manos de contento cuando V ictoriano Huerta asesinó al pequeño grande
hombre iniciador de la constitucionalidad tras el derrocamiento del porfirismo.
Hispanistas renegados y señores que vivieron de espaldas a las angustias
de su pueblo, y personajes que combatieron con denuedo digno de mejor cau-

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