Río Blanco, John Kenneth Turner. Río Blanco, 3 de diciembre de 1906

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EN LA LÍNEA del Ferrocarril Mexicano, que trepa
más de 150 kilómetros desde el puerto de
Veracruz hasta 2,250 metros de altura al borde
del Valle de México, se encuentran algunas ciu-
dades industriales. Cerca de la cima, después de
esa maravillosa ascensión desde los trópicos hasta
las nieves, el pasajero mira hacia atrás desde la
ventanilla de su vagón, a través de una masa de
aire de más de 1,500 metros que causa vértigo, y
distingue abajo la más elevada de estas ciudades
industriales —Santa Rosa—, semejante a un gris
tablero de ajedrez extendido sobre una alfombra
verde. Más abajo de Santa Rosa, oculta a la vista
por el titánico contrafuerte de una montaña, se
halla Río Blanco, la mayor de estas ciudades, es-
cenario de la huelga más sangrienta en la historia
del movimiento obrero mexicano.
A una altitud media entre las aguas infestadas
de tiburones el puerto de Veracruz y la meseta de
los Moctezuma, Río Blanco es un paraíso no sólo
por su clima y paisaje, sino por estar perfecta-
mente situado para las manufacturas que requie-
ren energía hidráulica. En el Río Blanco se junta
un pródigo abastecimiento de agua procedente de
las copiosas lluvias y las nieves de las alturas; con
la velo cidad del Niágara, las corrientes bajan por
las barrancas de la sierra hasta la ciudad.
Se dice que el mayor orgullo del gerente Har-
tington —inglés de edad mediana y ojos acerados,
quien vigila el trabajo de seis mil hombres muje-
res y niños—, estriba en que la fábrica de textiles
de algodón de Río Blanco no sólo es la más grande
y moderna en el mundo, sino también la que pro-
duce mayores utilidades respecto a la inversión.
En efecto, la fábrica es grande. De Lara y yo
la visitamos de punta a punta; seguimos la mar-
cha del algodón crudo desde los limpiadores, a
través de los diversos procesos y ope raciones,
hasta que al fin sale en tela cuidado samente do-
blada con estampados de fantasía o en tejidos
de colores especiales. Incluso llegamos a des-
cender cinco escaleras de hierro, hacia las en-
trañas de la tierra, para ver el gran generador y
las encrespadas aguas oscuras que mueven to-
das las ruedas de la fábrica. También observamos
a los trabajadores, hombres, mujeres y niños.
Eran todos ellos mexicanos con alguna rara ex-
cepción. Los hombres, en conjunto, ganan 75 centa-
vos por día; las mujeres, de $3 a $4 por semana; los
niños, que los hay de siete a ocho años de edad, de
20 a 50 centavos por día. Estos datos fueron propor-
cionados por un funcionario de la fábrica, quien nos
acompañó en nuestra visita, y fueron confirmados
en pláticas con los trabajadores mismos.
Si se hacen largas 13 horas diarias —desde
las 6 a.m. hasta las 8 p.m.— cuando se trabaja al
aire libre y a la luz del sol, esas mismas 13 horas
entre el estruendo de la maquinaria, en un am-
biente cargado de pelusa y respirando el aire en-
venenado de las salas de tinte… ¡qué largas
deben de parecer! El terrible olor de las salas de
tinte nos causaba náuseas, y tuvimos que apresu-
rar el paso. Tales salas son antros de suicidio
para los hombres que allí trabajan; se dice que
éstos sólo logran vivir, en promedio, unos 12 me-
ses. Sin embargo, la compañía encuentra muchos
a quienes no les importa suicidarse de ese modo
ante la tentación de cobrar 15 centavos más al
día sobre el salario ordinario.
La fábrica de Río Blanco se estableció hace
16 años… ¡16 años! pero la historia de la fábrica
y del pueblo se divide en dos épocas: antes de la
huelga y después de la huelga. Por dondequiera
que fuimos en Río Blanco y Orizaba —esta úl-
tima es la ciudad principal de ese distrito po-
lítico—, oímos ecos de la huelga, aunque su san-
*Fuente: Antología: México en el siglo XX, México, UNAM, 1983, pp. 137-144, Lecturas Universitarias No. 22.
Río Blanco,
John Kenneth Turner*
Río Blanco, 3 de diciembre de 1906
1906
TEXT O ORI GINA L

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