De la resignación a los derechos. Los motivos de las mujeres

AutorPatricia Arias
Páginas235-259
I
EL TRABAJO FEMENINO rural ha estado tan encubierto, reprimido y controlado por
los grupos domésticos y las familias que ha sido difícil y arduo para las propias
mujeres reconocer y valorar su participación laboral, su contribución económica
y exigir derechos que rediseñen sus obligaciones domésticas tradicionales. Pero
además, se puede decir que la agenda femenina de demandas y conquistas es
muy distinta y parte de situaciones muy diferentes a las masculinas. En muchos
estudios se filtra la idea de que los usos del dinero deben servir para lo que no-
sotros creemos que debe servir. Pero no es necesariamente así.
El trabajo y el dinero les han permitido a las mujeres empezar a modificar
sus condiciones de vida pero a partir de los temas, problemas, instituciones,
prácticas y mecanismos –familiares y comunitarios– que más las han afectado en
sus familias de origen cuando son hijas y hermanas; de las que pasan a formar
parte cuando se casan, es decir, cuando son esposas, nueras y cuñadas; de las
que ellas construyen como madres, suegras, abuelas. Las mujeres del campo
han utilizado el trabajo, el dinero, la migración para romper, en muchos casos
sin siquiera expresarlo de manera abierta, con valores, creencias, mecanismos,
prácticas, controles, identidades e ideologías de parentesco y género que han
marcado, enmarcado y afectado tradicionalmente sus vidas. Esa lucha no es, ne-
cesariamente, contra los maridos sino contra la trama de relaciones y significa-
dos familiares y sociales en que ambos están inmersos y que el trabajo, el dinero
y la salida de las comunidades puede mitigar. Al hacerlo, ellas han comenzado
a romper con los principios básicos de los modelos de reproducción social en
el campo cuyos supuestos representaban fuertes y dolorosos desequilibrios de
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De la resignación a los derechos.
Los motivos de las mujeres
Capítulo VI
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PATRICIA ARIAS
género para las mujeres. La lucha femenina puede resumirse en la conquista de
los siguientes seis derechos.
II
El derecho al trabajo y el salario
La primera generación de mujeres que se incorporó al trabajo en las empaca-
doras de fresa en Zamora, Michoacán, dice Georgina Rosado, le entregaba a
sus madres “...todo o la mayor parte de sus ingresos...” (1990: 145). Pero con el
tiempo, dice también, las obreras empezaron a discutir con sus suegras respecto
a la educación de los hijos, el manejo de los ingresos, la distribución de las tareas
domésticas. Sin embargo, los maridos apoyaban los argumentos más tradiciona-
les de sus madres que los de sus esposas.
Muy cerca de allí, en la comunidad de Quiringuicharo, Michoacán, hubo
una oposición cerrada de todos los hombres –padres, hermanos, novios, espo-
sos– a que las mujeres trabajaran en las empacadoras de Zamora. El trabajo
femenino fuera de la comunidad ponía en entredicho la hombría masculina
en dos sentidos: era la evidencia de que los hombres habían dejado de ser los
proveedores de la familia y ellos perdían el control sobre los desplazamientos
femeninos, cuestión que se asociaba, de inmediato, a la infidelidad femenina
(Mummert, 2003). La respuesta de las mujeres fue la tradicional durante mucho
tiempo: comportarse como “personas respetables que contribuían al bienestar
familiar con sus ingresos”. Así, ellas mantenían inalterable “el honor de la fami-
lia” y generaban dinero para sus familias. En esa comunidad las hijas entrega-
ban también “sus sobres de pago íntegros a sus madres”, algo que recordaban
con orgullo. Las madres, de acuerdo con su voluntad, les podían devolver una
parte “para sus camiones”, pero, en el caso citado, la madre se reservaba el de-
recho de comprarle la ropa a la hija trabajadora.
Hasta la década de 1980 era bastante común que las mujeres que trabajaban
fuera del hogar tuvieran que pedir “permiso” a padres y esposos. Esa manera de
plantear el derecho al trabajo las colocaba en situación de desventaja y subor-
dinación en la negociación con padres y maridos, que eran los que imponían, a
fin de cuentas, las condiciones bajo las cuales ellas podían salir a trabajar; entre
ellas, una muy importante: no negociar cambios en las relaciones conyugales
tradicionales ni modificar las normas domésticas: ellas seguirían, como siempre,
a cargo de todas las tareas domésticas y el cuidado de los hijos y sus movimien-
tos se limitarían a los desplazamientos casa-trabajo-casa. Si eran vistas fuera de
los lugares de tránsito permitidos, las mujeres quedaban expuestas a todo tipo
de sospechas y humillaciones por parte incluso de sus hermanos. Los hombres,

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