El reino de lo urbano y la muerte de la ciudad

AutorFrançoise Choay
Páginas157-187

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Traducción del francés: Salvador Urrieta García

Ingeniero-Arquitecto, Maestro y Doctor en Urbanismo. Profesor investigador en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura (ESIA), del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Orienta sus trabajos a los campos de la Conservación Urbano-Arquitectónica y del Espacio Público y es miembro del Consejo Internacional de Sitios y Monumentos (ICOMOS).

Introducción del traductor

La ciudad ha sido el elemento articulador de las sociedades en el tiempo. Muchas de estas ciudades, las llamadas históricas, dan cuenta de los progresos y retrocesos de las civilizaciones que constituyen hoy la esencia de la historia del mundo, y que también hoy nos ofrecen una herencia invaluable, misma que identificamos como patrimonio cultural.

Estas herencias culturales tienen en muchos lugares del planeta un papel protagónico, pero con el riesgo de ser sacralizadas o banalizadas. Frente a esta doble posibilidad, Françoise Choay nos ofrece una reflexión sobre la idea de ciudad y su relación con el fenómeno urbano, que nos puede ayudar a comprender la importancia y el papel de los centros antiguos o de las ciudades históricas en este mundo complejo, aparentemente perturbado por la civilización de la cibernética y del mercantilismo. Se pone en tela de juicio la competencia de quienes hoy buscan conceptualizar y construir el espacio habitable, principalmente en un mundo globalizado, que parece perder los rasgos humanos.

El artículo que a continuación se presenta forma parte de un libro que compendia las contribuciones que Françoise Choay ha realizado durante más de dos décadas sobre "las figuras múltiples de la espacialización y su historia" y se presenta bajo el título de "Para una antropología del espacio".1 La elección de este artículo fue una tarea difícil dada la posibilidad que Page 158 nos ofreció la autora de escoger uno de entre tanta riqueza conceptual que ofrece este texto y que sin duda es una referencia obligada, no sólo para los estudios urbanos, sino para otras muchas disciplinas afines (arquitectura, historia del arte, sociología, filosofía, etcétera).

Agradezco a mi muy estimada profesora su generosidad y confianza para traducir este artículo, lo cual representa un delicado trabajo de interpretación de ideas y de mensajes que espero haber cumplido formalmente.

El reino de lo urbano y la muerte de la ciudad

Françoise Choay2

Europa es hoy triunfalmente urbana.2AEn ella, el espacio rural y las poblaciones rurales se reducen cada día en tanto que se multiplica el número de megalópolis, conurbaciones, comunidades urbanas, tecnópolis y tecnopolos.

Ciudadha devenido una palabra clave de la tribu política, una palabra que le sirve para todo a la tribu mediática, la palabra coartada de los clanes de urbanistas, de "amenageurs",3 de arquitectos, de administradores, de sociólogos que la escudriñan, la auscultan y/o pretenden darle forma. ¿Pero "urbanización" es sinónimo de "producción de ciudad"?

La situación actual es el resultado de una transformación de la ciudad europea que se efectuó de manera sensible entre los años de 1850 y Page 159 nuestra época. En el mapa de Europa, encontramos los mismos nombres que en la Edad Media, admiramos el largo periodo de duración de estas construcciones urbanas que tienen por nombre París, Nápoles, Londres, Milán, pero también Barcelona, Praga, Zurich... y nos maravillamos de la vitalidad actual de los antiguos racimos de ciudades medievales, hanseáticas4 o flamencas.

No obstante en el curso de un poco más de un siglo no es una evolución banal lo que se ha llevado a cabo, sino una mutación que esconde la permanencia de las palabras y de las toponimias. En nuestra civilización de la imagen es suficiente mostrar visualmente las consecuencias, para comprender cabalmente la naturaleza de esta mutación, su amplitud y su historia.

Con este fin, la exposición del Centro Pompidou confronta dos series de representaciones. Unas emanan de practicantes, arquitectos urbanistas y otras de artistas. Las primeras al servicio de la acción, de la ideología y algunas veces del sueño, son proyectos, realizados o no. Las segundas registran la metamorfosis del campo urbano con una sensibilidad de sismógrafo. No nos equivoquemos. No se trata aquí de la ilustración, sino de la videncia, privilegio de los artistas quienes revelan y dan cuerpo a los fenómenos. Así, pintores, grabadores, fotógrafos y cineastas nos confrontan, desde el fin del siglo XIX, con una ciudad bifronte: benéfica según unos, efigie del progreso y de la belleza, fermento de la vida social hasta en el anonimato de las masas; maléfica según otros, sinónimo de caos, de perversión, de un desamparo y de una fealdad, en fin, que la estética soberana del cine ha sabido apropiarse. No obstante, a medida que pasa el tiempo, tanto unos como otros designan de manera semejante la acumulación progresiva de personas, la multiplicación de los trayectos y la aceleración de la velocidad, el gigantismo contagioso de las construcciones verticales y horizontales, la diseminación periférica y para acabar, una figura: la de la ausencia. Page 160

La mirada sucesiva y convergente de los pintores, fotógrafos y cineastas nos pone en alerta contra las palabras. La secuencia de sus presentaciones obliga a preguntarse si la divinidad bifronte, esta ciudad madre y castrante, hoy invocada y conjurada con pasión o desesperanza para justificar nuestros trabajos de urbanismo y fundamentar las virtudes de éstos, no es un engaño; si el viejo concepto y la imagen convenida, que abrigan de manera revuelta centros históricos, ciudades nuevas, suburbios y megalópolis, no funcionan a la manera de un mito encargado de obviar la impotencia o la angustia, y no disimulan la inadecuación de la palabra y de la cosa. Los historiadores nos han enseñado no obstante, que "los hombres no acostumbran cambiar de vocabulario cada vez que cambian de hábitos"5 y que la permanencia de las palabras contribuye a un periodo de larga duración de nuestros esquemas mentales; es decir, en dado caso, a su anacronismo.

¿No es entonces tiempo de admitir sin remordimientos, la desaparición de la ciudad tradicional y de interrogarse también sobre aquello que la ha remplazado, en breve, sobre la naturaleza de la urbanización y sobre la no ciudad en que parece haber devenido el destino de las sociedades occidentales avanzadas? Tal será mi propósito.

La palabra y la cosa

Cuestión previa necesaria a la exploración del campo urbano entre 1850 y 1950, será una rápida digresión concerniente a tres términos: ciudad, urbanismo y técnica. Para los dos primeros se tratará de recordar su acepción original. Para el tercero, por el contrario, se hará un acercamiento -no filológico- que pertenece a los hechos, destinado a poner en evidencia el lazo, reconocido insuficientemente, que liga la técnica a la ciudad y hace de este término una palabra clave del campo urbano. Page 161

Ciudad

Se pondrá entre paréntesis su sentido institucional: objeto de una convención, variable según el país (en Francia población aglutinada de al menos dos mil habitantes en una sola comuna, y que constituye un instrumento administrativo, jurídico y fiscal). En el lenguaje común de hoy, la ciudad continúa designando el lugar o soporte estático de una triple comunicación que compromete el intercambio de bienes, de informaciones y de afectos. Ella permanece concebida como la unión indisociable de aquello que los Romanos llamaban urbs (territorio físico de la ciudad) y civitas (comunidad de ciudadanos que la habitan), o todavía más como la pertenencia recíproca de una entidad espacial discreta y fija, y de una población.

Pero la entrada en la era industrial y las concentraciones demográficas sin precedente que ésta induce han desgastado esta asociación ancestral. Desde 1855, Haussmann lo subrayaba a propósito de París en un discurso pronunciado ante el consejo municipal: "¿Está bien hablar propiamente como de una 'comuna' de esta inmensa capital? ¿Qué relación municipal une a los dos millones de habitantes que aquí se apretujan? ¿Se pueden acaso observar entre ellos afinidades de origen? ¡No! La mayor parte pertenece a otros Departamentos;6 muchos a países extranjeros, en los cuales conservan sus parientes, sus más caros intereses y a menudo la mayor parte de su fortuna. París es para ellos como un gran mercado de consumo; un inmenso campo de trabajo; una arena de ambiciones; o solamente una cita de placer. No es su país".7

Etimológicamente, la palabra francesa "ville" viene del latín villa. Designando un asentamiento rural autárquico que a menudo constituyó el núcleo de las ciudades medievales. Esta etimología subraya la pertenencia de la ciudad europea preindustrial al campo. Lewis Mumford fue uno de los primeros que nos enseñó que a excepción de Page 162 algunos centros congestionados, la ciudad medieval no estaba nada más "enel campo, sino que era delcampo",8 y esta relación de interdependencia es hoy vuelta a poner en evidencia por los historiadores de la ciudad europea.9 La revolución industrial socavó una asociación original, rompió la relación de complementariedad que unía la ciudad al campo y cavó entre ellas la famosa diferencia que el comunismo, según Marx, debería suprimir. Sin embargo, no es gracias a una revolución social, sino a una permanente evolución técnica que dio inicio la supresión de esta diferencia...

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