La reforma triunfará

AutorIgnacio Manuel Altamirano
Páginas370-378
370
Ignacio Manuel Altamirano
LA REFORMA TRIUNFARÁ*
COMPATRIOTAS:
En medio de la tormenta revolucionaria que nos agita, entre las tinieblas de
esta noche sangrienta que estamos cruzando, y en los momentos mismos en
que creemos que el cielo es de bronce al clamor de la patria, aún nos sonríe
dulce y bello, como una alba del trópico, consolador como un faro de espe-
ranza, el glorioso recuerdo de nuestra Independencia.
El astro divino de 1810, al reaparecer cada año, en los grandes días de sep-
tiembre, disipa los celajes sombríos que oscurecen nuestro horizonte político,
y a su luz deben alzarse orgullosas las frentes de los hijos de México, antes in-
clinadas por el infortunio y la desesperación; y a su luz debiera puri carse
nuestro suelo tan rico y tan fértil, pero que está convertido en una inmensa
hecatombe en que humea fresca aún la sangre de nuestros hermanos.
Al menos, compatriotas, en presencia del sol de nuestros padres, demos
tregua a nuestros rencores, calmemos nuestro espíritu y bendigamos al Ser
Supremo que nos ha concedido nacer en un país libre, y reunirnos en un día
como éste para celebrar las glorias de la Independencia.
Voy a relataros yo, pobre y oscuro orador del pueblo y perteneciente a él
por mi cuna y por mi convicción, esa sublime historia de once años, tanto
sabida, pero siempre nueva: grandiosa y terrible epopeya, que requiere la-
bios más dignos que los que os hablan, y talento menos humilde que el mío,
para ser enarrada como merece; pero que siempre es hermosa, sea que la
re era un anciano en la intimidad de la familia o un veterano en el campa-
mento o un magistrado en la tribuna de la ciudad.
Escuchadme, pues, indulgentes y atentos.
Existía una gran familia de naciones, en un continente desconocido. Los
sabios del siglo XV, que creían infalibles las teorías de la antigua cosmografía,
no sospechaban siquiera que tras la inmensa llanura del Atlántico se alzaba
poderosa de vegetación, rica en minerales y abundante en razas vigorosas y
adelantadas en cultura, una tierra que iba a ser, en breve tiempo, la admira-
ción de la vieja Europa y el Eldorado del mundo moderno.
Así es que no se atrevían a franquear esas columnas de Hércules en las
que la ciencia de entonces había grabado el famoso lema Non plus ultra,
como marcando el límite de la tierra habitada.
* Discurso pronunciado en la ciudad de Guerrero el 16 de septiembre de 1859.

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