De la Reforma a la Revolución, La Dictadura de Díaz
Autor | Oscar Castañeda Batres |
Páginas | 627-660 |
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L TRIUNFO republicano contra la intervención francesa y el imperio
feudatario de Maximiliano fue la obra del pueblo, campesino
en su mayoría y de sus jefes, salidos de él y elevados en su nivel
social como artesanos, comerciantes, profesionales y militares de
escuela que antepusieron el interés nacional al espíritu de cuer-
po. Cinco largos y desastrosos años para la nación culminaron en
México y Querétaro. Nada pudo el poderío del ejército napoleóni-
co, con sus aguerridos soldados, reputados jefes, generales y maris-
cales, contra las pequeñas guerrillas, herederas de la insurgencia y
de la revolución de Ayutla, sostenidas y alentadas por el anónimo
pueblo, que hacían del soldado extranjero y sus aliados nativos
sólo ocupantes temporales del terreno conquistado. Guerrillas que
crecieron a destacamentos, a brigadas, hasta llegar a los cuerpos de
ejército de Oriente, con Díaz, de Occidente, mandado por Corona
y del Norte, que con Escobedo al frente puso fin al largo y trágico
episodio.
Más que de celebración, la hora triunfal fue la de la meditación
serena, la de la decisión acerca de cómo reanudar la vida constitucio-
De la Reforma a la Revolución
La Dictadura de Díaz
E
FRESCAS aún las huellas de la discordia civil; no del todo extinguidas
las pasiones que intereses opuestos encendieron en la sociedad mexicana,...
ALEGORÍA DE LA REFORMA
Pórtico del tomo quinto de México a través de los siglos.
General de División Porfirio Díaz.
Litografía de Riuz, siglo XX.
Rev olu ció n M ex ica na y C on sti tuc ión d e 1 917
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Est udi o H is tór ico
| Oscar Castañed a Batres
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nal apenas iniciada e interrumpida y acerca de la ruta que habría de tomar
la República democrático-liberal.
El partido liberal, unido en la lucha, desunido en la victoria, como lo
había dicho Ocampo, no desmintió a su mártir dirigente de la Reforma.
Pronto se planteó el doble camino, la doble posibilidad que fue la disyun-
tiva del Congreso Constituyente de 1856-1857: o la República iba a seguir
siendo la colonia con otro nombre, según la feliz expresión de José María
Luis Mora; o la Constitución sería, como lo había propuesto Ponciano
Arriaga, la ley de la tierra.
Porque la masa campesina que había conformado el ejército republi-
cano, abandonando para ello tierra y hogar, ahora desmovilizada y aban-
donada a su suerte con el agradecimiento del presidente Juárez, reclamaba
lo que había sido el nervio de su empuje: “su” tierra. Pronto, tan pronto
como en 1868, la revuelta campesina, “comunista” para la prensa, cundía
en el territorio nacional con esa demanda.
Los grandes propietarios, rurales y urbanos, los que se cobijaron siem-
pre bajo las banderas del partido conservador o del liberal moderado, con
su “no es tiempo” a toda reforma, sintiendo la amenaza al sistema impe-
rante, reclamaban orientar a la República por un régimen de “orden y pro-
greso”, embozo siempre, ayer y hoy, de la conservación de los privilegios.
Se habían cubierto, descarada y embozadamente, con los faldones de los
franceses y del imperio; pero la República –benévola hasta el error– no les
cobró la cuenta y los dejó intactos en sus bienes para que siguieran cons-
pirando contra la democracia.
Los conservadores vencidos, con sus antiguos jefes militares amnistia-
dos, se replegaron con la Iglesia –las altas jerarquías traidoras y traiciona-
das, en su sentir, por Maximiliano– a la espera de la hora del desquite.
Y la República democrático-liberal hizo del triunfo el caos. Un parlamen-
tarismo verbalista, en el cual luchaban los intereses locales contra el gobierno
general y los encontrados proyectos de clase –sin representación del pueblo
campesino–, chocaba contra un Ejecutivo débil, como lo creó la ahora san-
General Mariano Escobedo
Litografía de Iriarte, siglo XIX.
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