La Reforma y la Revolución

AutorMartín Luis Guzmán
Páginas65-102
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l anunciar que mi plática de esta noche versaría sobre “la
Reforma y la Revolución”,1quise dar a entender que habría
de referirme particularmente, como ustedes se lo habrán ima-
ginado, al enlace que existe entre esas dos grandes etapas de
nuestro desenvolvimiento histórico, o, cosa idéntica, que me
disponía a esclarecer estas cuestiones:
1ª ¿Es concebible que se hubiera producido la Revolución
mexicana, si antes no se hubiese hecho en nuestro país la
transformación espiritual, política y, hasta cierto punto, social
y económica que designamos con el nombre de “la Reforma”?
2ª Consumada la Revolución, como ya lo está, ¿sería
posi ble que subsistiera y perdurara lo que llamamos “con-
quistas de la Revolución”, o sea la Revolución misma, si aho -
ra renunciá semos a lo que fueron antes las conquistas de la
Reforma?
3ª ¿Será cierto, según pretende en nuestros días la nueva
reacción clerical, que el conflicto histórico que dio origen a
las Leyes de Reforma es un problema liquidado, y que, en
LAREFORMA Y LA
REVOLUCIÓN
A
1Conferencia sustentada la noche del 17 de diciembre de 1958 ante el claus-
tro y alumnos de la Universidad de Chihuahua.
consecuencia, la razón de ser de esas leyes ya no existe, y me -
nos aún la necesidad de respetarlas?
4ª ¿Será verdad, como a menudo se oye decir entre algunos
sectores revolucionarios —obreros, intelectuales, y hasta gu-
bernativos—, que hay que ser tolerantes con las transgresiones
que la Iglesia Católica hace de la ley?
Discurrir sobre estos puntos no sólo tiene interés histórico
o académico, sino importancia política viva e inmediata, por-
que actualmente hay muchos mexicanos que parecen pensar,
según el modo como actúan —o que de hecho piensan—, que
la Reforma fue un simple episodio pasajero en la vida de nuestra
patria, y que, consecuentemente, no hay por qué seguir toman -
do en serio los resultados a que la Reforma llegó ni, mucho
menos, por qué considerar que esos resultados sean una pieza
indispensable en la estructura espiritual, política, social y eco-
nómica del México que hoy vivimos y del México que de aquí
saldrá hacia lo futuro.
No se me ocultan las fáciles objeciones ni los juicios apa-
rentemente graves, aunque sumarios, que mi plática suscitará
entre las personas poco reflexivas o mal dispuestas a mirar las
verdades de frente y por el rostro.
Muchos calificarán de inútil mi dicho; algunos, de incon-
veniente; otros de extemporáneo. Pero es indudable que nos
encontramos ante esta realidad: existen unas normas constitu -
cionales y unas leyes derivadas de la Reforma, las unas y las
otras refrendadas por la Revolución, y esas normas y leyes se
infringen más reiteradamente cada día, y cada día más a fon -
do; situación anómala y arriesgada, que no admite quedarse
en el silencio, toda vez que los preceptos violados no son leyes
cualesquiera, sino ordenamientos esenciales para la continui-
dad del espíritu democrático mexicano y para la conservación
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de ese espíritu en su máxima eficacia progresista y creadora.
Y sien do esto así, ¿quién mejor que nosotros para ventilar el
asun to?, ¿quién mejor que aquellos, como yo, que surgimos de
la Reforma a la Revolución? Pues pronta y angustiosa, nos vie -
ne a los labios esta otra pregunta: Si no recogemos nosotros
la cuestión, ¿en manos de quién quedará? Por cautela o miedo
vico, por temor a que nos persiga el poder social y económico,
la reacción clerical y antirrevolucionaria, ¿faltaremos al deber
que viene de nuestra propia historia y del propio origen de
nues tras ideas? ¿Consentiremos que algún día nuestros hijos,
o nuestros nietos o bisnietos nos acusen de no haber sabido
sostener hasta lo último la causa que nos confiaron nuestros
padres? ¿Correremos, ahora que nos asomamos a la vejez, el
riesgo de no reconocer nuestra propia imagen reflejada en
el es pejo de cuando éramos jóvenes? Bien está que procedan
así los que habiendo sido revolucionarios ya no lo son, o los
que se imaginaron revolucionarios sin serlo, o los que hoy bla-
sonan de un revolucionarismo que no sintieron nunca. Pero
quienes hicimos la Revolución con el nervio y el ideario de
nuestra hora, no podemos negar ni aquella hora ni aquel idea -
rio ni aquel nervio.
La generación nuestra —la generación histórica en la cual
yo me formé— ha hecho más que encarnar el impulso revolu-
cionario: vive aún como testigo, autorizado e irrecusable, de
los vínculos que existen entre el espíritu de la Reforma y el
espíritu de la Revolución. Y que a la generación nuestra in-
cumbe tal papel por haber sido ella el instrumento para que
aquel enlace se realizara, es algo que fácilmente se verá, mejor
todavía, que se sentirá, se palpará, si durante breve espacio
volvemos la vista hacia algunos sucesos reveladores de lo que
pasaba entre nosotros hace cincuenta años.

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