Reforma de la Monarquía

AutorFernando Serrano Migallón
Páginas44-61

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II. REFORMA DE LA MONARQUÍA

Y a este respecto se debe tener en cuenta hasta qué punto no hay cosa más difícil de tratar, ni más dudosa de conseguir, ni más peligrosa de conducir, que hacerse promotor de la implantación de nuevas instituciones. La causa de tamaña dificultad reside en que el promotor tiene por enemigos a todos aquellos que sacaban provecho del viejo orden y encuentra unos defensores tímidos en todos los que se verían beneficiados por el nuevo. Esta timidez nace en parte por el temor a los adversarios, que tienen la ley a su lado, y en parte también de la incredulidad de los hombres, quienes —en realidad— nunca creen en lo nuevo hasta que adquieren una firme experiencia de ello.

MAQUIAVELO, El príncipe, c. VI

1. LAS INDIAS, LO PRINCIPAL

La historia contemporánea de España comienza con su intento de adaptarse al mundo moderno. Pero también parece que la Monarquía de España lucha con el mundo moderno que se ha gestado al otro lado de los Pirineos y —sobre todo— al otro lado del Canal de la Mancha.

Quevedo, en el siglo XVII, celebraba que España, “de menudo marisco, abultó en estatura mayor que la ballena británica”, expresando así el profundo sentimiento de rivalidad entre Inglaterra y España por el dominio del mar. La guerra naval inglesa contra España representó hasta cierto punto un enfrentamiento religioso, entre la Reforma protestante y el catolicismo jesuita e imperial. La enemistad, sin embargo, se tornó cada vez más desigual.

Al final del siglo XVIII, el Leviathan no sólo superó a España, sino que llegó a convertirse en el pez mecanizado del progreso industrial, que marcharía a la cabeza de Europa.

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Para 1762 los ingleses se apoderan de La Habana; azotan el Mar del Sur. Trabajan por el control de las rutas de comercio en el Pacífico; logran la toma de Manila al final de la Guerra de los Siete Años. Su presencia es ubicua; en 1770, el gobernador de Buenos Aires, Francisco Bucareli, envía cuatro fragatas en asistencia del gobernador de las Islas Malvinas, para tomar el fuerte Egmont, y expulsar a los ingleses de la isla Falkland, que poseían desde 1765. Inglaterra perderá sus colonias americanas (1776-1783), pero suyo es el mar, y con ello le basta para erigirse en potencia.

España tenía muy pocos elementos a su favor para integrarse a aquel progreso que representaba Inglaterra, ejemplar en más de un sentido para los philosophes y el siglo de la Ilustración por sus instituciones políticas y desarrollo económico. Predomina en la Península la herencia de retraso regional, las oligarquías locales y duros poderes corporativos, pesa además la sombra de una cultura arraigada en la Contrarreforma, y la larga decadencia de la Monarquía experimentada desde la muerte de Felipe II, herida gravemente en Flandes, Portugal, Nápoles, lacerada siempre por Inglaterra y Francia.

Aún quedaban las Indias, pero como observó el barón de Montesquieu en 1748: “las indias y España son dos potencias bajo un mismo dueño; pero las Indias son lo principal, España no es sino accesoria”. La frase es cierta; sobre todo para la segunda mitad del siglo XVIII.

Durante ese tiempo, el panorama político de España y las Indias lleva la marca de la guerra de los Siete Años (1756-1763) y del reinado de Carlos III (1759-1788), príncipe que se compromete con la adaptación de la Monarquía de España al mundo moderno.

Periodo que tiene como rasgo principal el reordenamiento del mundo atlántico y la vigencia, en España, de un gobierno con pretensiones absolutistas, edulcorado por el despotismo ilustrado. Durante este periodo se establecen los elementos históricos que tensan el devenir de la Monarquía; un drama que se desenlaza en la primera década del XIX, cuando “lo principal” se separa de España.

Y de “lo principal”, la Nueva España es principalísimo. Importante en Indias fue el virreinato del Perú, y lo fueron también los virreinatos de Nueva Granada y del Río de la Plata que se formaron, partiendo del Perú, durante el XVIII. La Nueva España tenía sin embargo una fuerza propia que irradiaba más allá de sus demarcaciones. La Nueva España fue sostén de sí misma y del gobierno militar y civil de Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, Luisiana, las Floridas, Trinidad, así como de las Filipinas y de Guate-

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mala. Durante la guerra de España contra Inglaterra (1779-1783) y a lo largo del reinado de Carlos IV (1789-1808), las cajas reales del reino auxiliaron permanentemente a la tesorería de Castilla. Hacia el norte, además, ofrecía extraordinarias oportunidades de expansión territorial. La Nueva España fue importante también por su desarrollo cultural y político. En la primera página del célebre Ensayo político sobre el reino de la Nueva España de Alejandro von Humboldt, del año crítico de 1808, se lee: “Como había hecho ya antes varias investigaciones en la provincia de Caracas, […] en Quito y en las costas del Perú […] me sorprendió ciertamente lo adelantado de la civilización de la Nueva España respecto de la de las partes de la América Meridional que acaba de recorrer”.1 Quizá la Nueva España no es lo principal de Indias; pero hay elementos que indican lo contrario. Se presentaba a los ojos de Carlos III y a la mirada de sus proyectistas y minis-tros como salvación providencial, o poco menos.

La idea está presente desde principios del XVIII, en la obra de Jerónimo de Ustárriz, Teórica y práctica de comercio y marina (1724): “Nosotros teniendo Indias de mayor extensión y más ricas y próximas [que Holanda], no acertamos, por nuestra desgracia, a enviar y recibir cada año una flota a Nueva España”. Ustárriz proponía mejorar la navegación y el comercio, e incrementar los intercambios con la Nueva España, para sacar a España de la dolorosa desgracia económica en la que parecía hallarse. Desde otra perspectiva, el marqués de Villadarias recomendaba en su Proyecto para una Compañía General de las Indias españolas (1731):

establecer un Consejo de la Compañía [General de las Indias] con sede en México y otro superior en España, compuestos de hombres de comercio, pero sin que faltasen inteligentes en la guerra de mar y tierra, ni en la política y leyes, así como dos pequeños consejos, subdelegados del de México, en Chile y Perú.

Miguel de Zavala y Auñón, en una Representación al Rey… dirigida al más seguro aumento del erario y conseguir la felicidad, mayor alivio y riqueza de la Monarquía (1732), igualmente sugería la creación de compañías de comercio que aseguraran el comercio de la Nueva España. La reflexión al respecto es intensa, y poco a poco va superando el candor del arbitrista del Siglo de Oro; en la segunda parte del Restablecimiento de fábricas, tráfico y

1 Hay varias ediciones. Porrúa, México, 1991.

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comercio (1740) de Bernardo de Ulloa, y en la Erudición política: Despertador sobre el comercio (1760) de Teodoro Ventura, hasta llegar al Proyecto económico (1762) de Bernardo Ward y el Nuevo sistema de gobierno económico para la América (1743; pub. 1762) de José del Campillo.2Unos más, otros menos, veían en las Indias y en particular en la Nueva España el alivio de las necesidades de la Monarquía; y esto se intentará realizar en la implementación del proyecto de reforma de Indias que se confió a José de Gálvez, visitador de la Nueva España (1765-1771) y Ministro de Indias (1776-1787).

2. DERECHO PÚBLICO Y BENEFICENCIA ILUSTRADA

Las reformas requerirán una nueva forma de ejercer el gobierno. Desde principios del siglo XVIII hay un cambio en el Derecho público de la Monarquía. Felipe V (1683-1746), primer príncipe de la Casa Borbón en España, era nieto de Luis XIV, y en la Francia del Rey Sol, la autoridad real —según dirá el obispo Bossuet en su Politique tirée des propres paroles de l’Écriture Sainte3 es sagrada, paternal, absoluta, y sometida a la razón: el “Trono regio es el Trono de Dios”. Y esta teoría serviría en Francia para afirmar el regalismo estatal, promoviendo una creciente unificación y homogeneización jurídica, “un roi, une foi, une loi”. La Monarquía se empeña en dotar a la unidad política de una administración tendiente a una creciente concentración del poder, y esta forma de dominio facilita el operar político del absolutismo. De ahí la idea de Felipe V al emprender novedades varias en el orden jurídico y administrativo, en Aragón, Valencia y Cataluña; desarrollando un Ius publicum nuevo. Derecho público que se orienta a debilitar y si es posible destruir las jurisdicciones rivales a la jurisdicción real.

Felipe habría de comenzar por las instituciones de la administración central, los órganos de gobierno de los cuales ha de emanar ese nuevo Derecho;4 reformar el corazón de la monarquía, y rodearse de fieles ministros

2 Véase para estos autores, Marcelo Bitar, Los economistas del siglo XVIII y sus ideas sobre el comercio con las Indias, Instituto Mexicano de Comercio Exterior, México, 1975.

3 Véase el estudio de George H. Sabine, Historia de la teoría política, FCE, México, 1998,
p. 416.

4 Suprime los consejos supremos de Flandes y de Aragón, y reforma los demás. Los de Castilla, Hacienda, Órdenes, Indias, Guerra los reforma; sustituye sus funciones por órganos administrativos individuales, no corporativos. Crea un Despacho Universal y nuevas secreta-

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en los que podría concentrar un enorme poderío. Uno de ellos, José del Campillo, declara en el “Exordio” de un panfleto reformista:

Dormida está España y permanecerá así hasta que hallándose con más fuerzas en el Erario y con menos inaplicación en sus hijos se desembarace de su sueño y ponga en práctica los remedios que la suministro, en cuyo caso podrá justificarse en ella realmente el título que doy a esta obra que es el de “España, despierta”, que cuando logre este nombre por las...

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