Reflexiones generales

AutorElvira Reyes Parra
Páginas401-461
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T ROZOS DE HISTORIAS de mujeres que tienen que prostituirse
como una única alternativa económica para sobrevivir. His-
torias de abusos y violaciones sexuales, de orfandad, de violencia,
soledad, pobreza extrema y de consumo de drogas, de desventajas
sociales y de riesgos vitales personales y familiares. Trozos de
historias de niños y niñas en riesgo de prostitución, también
abusados o violados sexualmente; soledad, abandono familiar,
violencia, pobreza e ignorancia, consumo de drogas: se repite la
historia. Niñas, niños y adolescentes olvidados, hambrientos de
afecto y protección que son prostituidos o tienen que prostituir-
se con tal de conseguir la “mona” para olvidar la miseria del
mundo que les rodea.
Hechas a la fuerza, las niñas-adolescentes-mujeres-madres
saltaron de una etapa histórica a otra sin disfrutar ninguna, des-
conociendo muchos de los procesos biológicos naturales sucedi-
dos en su cuerpo que habrían enriquecido las fuentes psíquicas
emocionales turbaron su capacidad de disfrute. Las niñas en y de
la calle, embarazadas, con hijos o no, cargan cicatrices físicas y
emocionales que les dificulta dejar de repetir el mismo esquema
de violencia que vivieron allá, en su infancia, con sus padres. Los
sollozos nocturnos se vuelven inagotables, las heridas corporales
y emocionales pareciera que no curan, más porque de manera
permanente está la zozobra de no saber si se contará con lugar
“confiable” que dé alimentos a cambio de nada y/o un lugar don-
de pasar la noche sin que sea menester dejarse tocar el cuerpo y
se vomite al día siguiente porque alguien se atrevió hacerlo. Sue-
ños, anhelos y deseos arrebatados no hacen fácil el sueño, en
CAPÍTULO 6
Reflexiones generales
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cambio, los recuerdos temibles convertidos en pesadillas suelen
volverse realidad cada día y cada noche.
Para estos grupos, el tiempo no se valúa igual. Se vive sólo
en presente, la máxima y más frecuente preocupación de las
trabajadoras sexuales es que no venga el policía a bordo de una
patrulla y las arreste por dedicarse a esta actividad, ya que si
sucediera no se contará con dinero suficiente para cubrir los
gastos del día: el hotel o la renta del mes, los alimentos, el ves-
tido, zapatos, útiles escolares, uniformes, etcétera. No se fijan
metas personales a mediano y largo plazo porque un día se gana
bien y el otro o los próximos días no, estado de incertidumbre
que les genera desconfianza, pesadumbre y rencores cotidianos.
La vida: pronta, exigente, efímera, voluble y conflictiva, no les
permite el disfrute de placeres que sean capaces de revertir su
soledad, tristeza y frustración; por eso consumir drogas es una
breve alternativa que logra ocultar ante sí mismas y ante los
demás sus miedos y angustias.
Vivenciar nítidamente las experiencias pasadas y presentes
de las víctimas que están ahí, todos los días, ocupando un lugar
en calles, en coladeras, en casas ajenas, o en la sordidez de un
hotel o de una prisión, nos hace lanzar la voz y denunciar el
quehacer de algunas instituciones gubernamentales y no guber-
namentales que operan dependiendo de lo que cada cual entien-
de para lo que fue creada. Historias de delitos impunes, de veja-
ciones policiales, de impunidad, de corrupción, de violaciones a
derechos humanos, y más.
Cuando la sociedad permite que niñas y niños vivan en la
calle, padezcan hambre, sufran de enfermedades de transmisión
sexual, sean vendidos sexualmente y se estén drogando a toda
hora e impávida y desdeñosa los deja pasar como si fueran seres
fantasmales, pues incorpóreos no le despiertan nada, estamos
frente a una sociedad “moneada” que perdió la sensibilidad y la
vergüenza hace mucho, sólo así, adormilada, puede tener como
respuesta pasar de largo haciendo como si no existieran o como si
no fuera asunto de todos y cada uno. Cuando el Estado no asume
su papel beligerante para combatir las causas de las víctimas y a
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aquellos agentes que coadyuvan para que haya niñas y mujeres
que se prostituyan, el propio Estado se vuelve peligroso.
Quiénes generan y a quiénes afecta la trata de personas con
fines de prostitución, es un tema cobijado por tantos mitos que,
vuelto tabú, de eso se aprovechan las redes de proxenetas, pero
también diversas instancias políticas y públicas.
Para una mirada común: hay quienes se prostituyen y hay
quienes les gusta estar en la calle, eso, es problema de no se sabe
a ciencia cierta qué o quién: allá ellos.
Así, la víctima de prostitución, prisionera en miradas super-
ficiales, pareciera que es culpable por su “acomodo” o preferen-
cia a vivir en la calle o a la “vida fácil”. Eludir reflexionar sobre
las verdaderas causas que los deriva y detiene en las calles faci-
lita acallar la conciencia. La calle no es una elección, es una sa-
lida que la infancia bebe de prisa.
Tampoco la opción de la prostitución para la mujer adulta
es fácil, es una puerta que se abrió y se tomó porque no había
otra: “Ninguna eligió esto”.
Cierto, ninguna tuvo elección. Si entendemos que elegir es
aquella acción pensada y decidida dentro de un proceso de de-
sarrollo libre al que cualquier ser humano tiene derecho. De
suerte que dicha elección tendría que haberse dado dentro de un
estado de libertad de pensamiento y acción, que sólo se logra
teniendo satisfechas las necesidades básicas de alimento, vesti-
do, vivienda, educación y salud, y dentro de un ambiente de
respeto, protección y afecto.
Seamos realistas. El crimen organizado toma como rehenes
a la infancia y a las mujeres, dadas las crisis económicas, políticas
y sociales de un país como el nuestro que está atrapado en la
corrupción y en el desinterés de nuestros gobernantes para re-
solver esas crisis.
Si sabemos que el crimen organizado sustenta sus bases en
la impunidad y la corrupción por parte de sus instituciones y la
pobreza extrema de la población, al parecer, no es meta de nues-
tros dirigentes erradicarlo: “la pobreza existe no por lo que se ha
hecho a favor de la estabilidad, sino por lo que no se ha hecho”,

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