Recuerdos de infancia

AutorAndrés Henestrosa
Páginas228-230
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ANDRÉS HEN ESTROS A
Iba por unos minutos y me quedé unas horas charlando sobre todas las
cosas, pero sobre todo de literatura. Redactaba en aquellos días las notas bi-
bliográficas de una antología de poetas tabasqueños, de próxima publicación.
Y quiso leerme alguna de las piezas que la integran.
Hombre del trópico, Díaz Bartlett tiene fuego en las entrañas, un fuego que
se propaga en su charla, en el timbre de su voz cuando lee. Metido dentro de
la cama, cubierto por las sábanas, levanta su alegre cabeza y domina y otea los
contornos con su mirada llena de fulgores, de vida y de pasión. Se diría que sus
ojos caminan, y palpan, y reconocen tanto como sus manos, como su tacto. Qué
lección la que dicta este artista y hombre verdaderos. Hace falta tener un amor
a los hombres para aferrarse así a la vida: con alegría, con sentido de concordia
y de utilidad. Su poesía corre por cauces serenos, sin tumbos, sin estruendos, y
encuentra remansos donde el cielo, como el corazón de Díaz Bartlett, se aquieta
y se pacifica. Escribir es su solo ejercicio. Y como decía San Juan de la Cruz, ya
sólo en amar se ejercita. Qué lección ésa que impartes, Tomás Díaz Bartlett. No
parece natural que tuviera alegría, y la tienes, y la repartes. Deberías tener dolor
y no lo tienes, y ayudas con tu poesía a que otros no lo tengan. Con palabras, con
sílabas ardientes, con frenética soledad, amurallado de silencios, tienes la ente-
reza de irte construyendo minuto a minuto, el pedestal en que ha de colocarse
tu estatua de poeta y de hombre. Has encontrado que es el Arte sólo desquite
contra las desigualdades y las equivocaciones de la vida.
Cuando yo te veo, Tomás, descubro que mis pequeños dolores no tienen
razón de existir. Y le renuevo a la vida la promesa de amarla y vivirla.
4 de julio de 1954
Recuerdos de infancia
Yo nací en Ixhuatán, no en Juchitán, como hasta ahora he venido diciendo.
Si me preguntaran por qué ocurrió así, tendría que responderles que lo hice
porque Juchitán ha sido siempre muy conocido en México, desde los días de
la Guerra de Independencia, en que sus hijos se afiliaron por la primera vez a la
causa de la República, y han per manecido en esas filas hasta nuestros días;
cosa ésta tan cierta que, aquel gran conocedor de hombres que fue Álvaro
Obregón, dijo en un discurso pronunciado en la plaza de aquella ciudad, en

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