Recuerdo de México en Zorrilla

AutorAndrés Henestrosa
Páginas474-476
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ANDRÉS HEN ESTROS A
Prosa y verso, según todos los indicios, sólo alcanzó un año de vida. En el
número 12 aparece un “suelto”, en que el editor se duele del ningún éxito pe-
cuniario de la publicación, y a pesar de que asegura continuarla, impulsado por
las “palabras de aliento que nos dirigieron buenos amigos”, lo más probable es
que aquella buena revista, “humilde manifestación de los deseos que nos ani-
man para contribuir con nuestro grano de arena al adelantamiento intelectual
de este terruño”, ya no volviera a salir.
A medio siglo de distancia, hemos querido dedicar a Francisco Salazar,
obrero de la cultura oaxaqueña, este recuerdo, como un tributo a sus afanes y
desdichas que, sin embargo, no alcanzaron a empañar el amor a su tierra natal,
la idolatrada Oaxaca que decía Burgoa.
28 de abril de 1957
Recuerdo de México en Zorrilla
Cuando José Zorrilla volvió a España a mediados de 1866, se encontró otra vez
en la miseria. Para aliviarla se le ocurrió algo que luego ha venido a ser recurso
y arbitrio de los poetas: las lecturas públicas, para lo que tenía grandes condi-
ciones, suficientemente probadas en México donde había sido lector de Maxi-
miliano. No debió alcanzar fortuna en los primeros tiempos, porque algunos
años más tarde, en 1871, solicitó la ayuda oficial para escribir un “Legendario
histórico y tradicional español”, desde el Cid hasta la conquista de Granada
que mejorara y amplificara el antiguo romancero. ¡Nada menos! Se quejaba
el poeta de su pobreza, pues por encontrarse ausente de Europa, a “donde
creía que Dios no lo dejaría volver”, cuando se promulgó la ley de propiedad
literaria, no recibía sus beneficios, en tanto que enriquecía a sus editores a
quienes había vendido a perpetuidad los derechos de su Don Juan Tenorio;
situación que se agravaba por haber él perdido ”la protección de un monarca
extranjero, cuya existencia acababa de tener trágico fin”. El gobierno estimó
justa la petición, pero no pudo satisfacerla por no existir antecedente de que
hubiese pensionado, temporal ni vitaliciamente, a ningún poeta. José Zorrilla,
con la jactancia, la soberbia y el orgullo que le fueron inseparables, arguyó que
tampoco se había dado hasta entonces un poeta que hubiera producido tantos
miles de versos dedicados todos a cantar las glorias, las creencias y las tradi-

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