Recordando a Ermilo Abreu Gómez

AutorAndrés Henestrosa
Páginas600-601
600
ANDRÉS HEN ESTROS A
ción de una realidad que alguna modificación ha de padecer al pasar por un
espíritu tan fino, tan delicado como el de Celia Calderón.
Y ahora el espectador y el crítico profesional tienen la palabra.
23 de noviemb re de 1958
Recordando a Ermilo Abreu Gómez
¿Andan las cosas en el aire? ¿Hay una manera misteriosa de comunicación? Todo
puede ser. Lo cierto es que frecuentemente coincidimos en pensar lo mismo,
en recuerdos idénticos, en iguales ocurrencias. Por ejemplo, esta mañana recordé,
digo desperté, pensando en Ermilo Abreu Gómez, ausente en Washington des-
de hace dos lustros, por lo menos. ¿Por qué si no he vuelto a sus libros desde
hace mucho, si nadie lo ha mencionado en mi presencia, si no tenemos corres-
pondencia? En eso reside justamente lo extraño de lo que voy a contar.
Yo acostumbro detenerme todos los días en “Sanborn’s”, así sea sólo por
unos cuantos minutos. En eso quizá no haga otra cosa que continuar una vieja
práctica de los escritores mexicanos, siéndolo yo de un modo tan modesto. Allí
se detenía en su tiempo Manuel Gutiérrez Nájera, por unos cuantos minutos
para saludar a sus amigos, para promover quizá una conversación que luego le
diera tema para cumplir con aquella misión de jornalero que se impuso, en-
tendiendo la palabra jornal en su doble acepción de periodismo, de sueldo y de
salario. El lugar se llamaba entonces Jockey Club y era el meridiano intelectual
de la ciudad, el centro de su geografía literaria y sentimental. Allí Pedro Santa-
cilia –el “Santa” de la mitología juarista– derramaba los dones de su ingenio y
de su erudición mientras le contradecía Telésforo García. Allí se sentó alguna
vez a poner en peligro las ideas que se había formado de México durante su
breve estancia, el argentino Vicente G. Quesada, autor de Mi misión diplomáti-
ca en Méxi co, en la que aparece una temprana exaltación de Gutiérrez Nájera,
cabalmente. Y, en fin, allí en nuestro tiempo han pasado algunas horas ilustres
literatos que visitan nuestra tierra. ¿No fue en ese sitio nuestro contertulio,
el gran poeta español, Jorge Guillén? ¿No se detuvo un rato en “Sanborn’s”
David H. Lawrence?
Bueno, pues por eso no hay escritor de hoy, por muy hombre aparte que
se sienta, que alguna vez no haya descendido a ocupar una de sus mesas y

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