Reconsideraciones sobre la paradoja democrática

AutorAriana Reano
CargoCandidata a Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de General Sarmiento. Instituto de Estudios Económicos y Sociales. Buenos Aires, Argentina. Correo electrónico: «arianareano@yahoo.com.ar»
Páginas309-333

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Debemos comprender que fuera de la esfera del parlamentarismo, tan estéril como absorbente, hay otro campo incomparable- mente más vasto, en el cual se elabora nuestro destino...

Joseph Proudhon, General idea of revolution in nineteenth century

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Introducción

En los últimos años, un amplio espectro de autores y teorías enmarcados en la tradición post-estructuralista han hecho hincapié en "la paradoja democrática" para señalar la ambigüedad del fenómeno democrático y disputar, al mismo tiempo, la visión que desde el racionalismo universalista se ha tejido de la democracia constitucional como expresión del "desarrollo de la razón". A pesar de lo azaroso que resulte agrupar las teorías contra las que el post-estructuralismo combate,1 lo que queremos destacar es su común ponderación de las instituciones en general, pero sobre todo las instituciones de la democracia liberal como forma -al parecer la única viable- de consolidar la democracia en un marco de respeto por el pluralismo, el disenso y la diferencia. De uno u otro modo, todas ellas están ligadas en la defensa de concepciones unarias de la política, es decir, idean un fundamento que unifica y da sentido a la práctica democrática. Cualquiera que sea el "nombre" con el cual se conciba este aspecto común -la concepción de derecho como derecho natural, ciertos criterios universales de justicia o la primacía de las instituciones del Estado de Derecho fundadas en la Ley como garante de la justicia y el orden-, la democracia sólo puede ser sostenida desde esta perspectiva como el marco político-racional para la estabilidad del orden social.

En este recorrido, por pensar en la democracia como forma de organización, se la ha asociado a una serie de significados -"pluralismo", "representación", "liberalismo", "constitucionalismo", "parlamentarismo"-, cuyo sentido no es otro que el de instituir la forma en que la democracia "debe asumir" para su correcto funcionamiento. Ahora bien, ¿por qué recurrir a tantos epítetos para nombrar un proceso que en nuestro sentido común parece incuestionable, esto es, que la democratización de la vida política es lo mejor que puede sucederle a

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nuestras sociedades? ¿Será que la democracia no tiene una lógica propia y que su carácter polisémico dificulta la tarea de entender a qué nos referimos cuando la evocamos, a pesar de no tener en claro los argumentos para defenderla?

Con este interrogante de fondo, nuestro trabajo se propone cruzar analíticamente dos tesis acerca de "la paradoja democrática" recientemente expuestas por Jacques Rancière y por Chantal Mouffe para intentar construir, a partir de ellas, una alternativa crítica a la idea de democracia defendida por la teoría liberal-procedimental y mostrar así el carácter complejo y contradictorio de la democracia cuando abordamos su lógica como práctica social y no sólo como un mero mecanismo institucional. Se trata de una paradoja presente desde la concepción misma de la democracia moderna y que, en cuanto constitutiva de ella, se actualiza permanentemente y nos estimula para seguir pensando su lógica.

La hipótesis de fondo que guiará nuestro escrito es que en los debates contemporáneos acerca de la democracia se teje un juego complejo entre el "amor" por la democracia formal -institucionalmente entendida y estructurada en función de reglas que propician la libertad, el pluralismo y la convivencia en la diferencia- y un "odio" por la democracia2 en tanto lógica social basada en el "reinado del exceso"; es decir, como una forma de acción que implica una ruptura del orden social bajo la "emergencia" de ciertos actores que permanecían invisibles políticamente. La idea "exceso" nos permitirá abordar a la democracia como lógica de la acción, como forma que excede la institucionalización, y que por no adoptar un contenido fijo nos remite a poner el acento en la contingencia y el carácter imprevisible de la política. No se trata de establecer el verdadero procedimiento para entender la

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democracia, sino de mostrar, como nos sugiere Rancière, que ambos momentos están presentes en la construcción de su carácter contingente y que es en el espacio ambiguo entre ambos que la dinámica democrática se constituye, poniendo en jaque permanentemente la estructura formal sobre la que pretende asentarse el gobierno democrático.

Los inicios de la paradoja democrática: crítica a la concepción liberal de la democracia

Mediante la alegoría de "la paradoja democrática", Mouffe intenta mostrarnos que la novedad de la democracia moderna consiste en que, tras el advenimiento de la revolución democrática, el viejo principio democrático de que "el poder debe ser ejercido por el pueblo" vuelve a emerger, pero esta vez en un marco simbólico configurado por el discurso liberal, con su enérgico énfasis en el valor de la libertad individual y los derechos humanos (2003: 20). Este es el sentido de que anide en ella una tensión constitutiva entre la "comunidad soberana de los iguales" y los "derechos humanos individuales"; tensión enmarcada al mismo tiempo en la defensa del pluralismo y el reconocimiento de la libertad individual bajo las normas del Estado de Derecho.

Mouffe señala que es la "invención liberal del pluralismo" aquello que impedirá de una vez por todas instaurar una concepción de lo político como unidad sin fisuras,3 pero cuyo despliegue necesita ser enmarcado dentro de ciertos ordenamientos simbólicos e institucionales. Lo cierto es que ha sido el liberalismo como tradición el que

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ha ejercido su capacidad estratégica para nominar a la democracia moderna, llegando a convertirla en un sinónimo de democracia liberal.4 La naturalización de este vínculo se ha ido profundizando desde la modernidad hasta nuestros días, informando las percepciones y debates que tenemos acerca del rol del Estado, los derechos humanos, las demandas sociales o los conflictos políticos. ¿Dónde reside este potencial? ¿Cuáles son las grietas que nos muestra esta forma de entender la democracia para disputar esta naturalización de sentido? Continuaremos indagando sobre las características y consecuencias de la paradoja para intentar encontrar un camino de respuesta a estas interrogantes.

El carácter paradójico de la moderna democracia radica, tal como lo señala Mouffe, en que no se pueda cuestionar la idea de ponerle límites (sean cuales fueren) al ejercicio de la soberanía.5 El meollo de dicha paradoja implica justificar, a nivel teórico, los marcos para la libre expresión del pluralismo y de la diferencia, y al mismo tiempo imponer la construcción de un marco legal-racional que contenga y ponga límites a dicha expresión. Uno de los modos más eficaces de hacerlo ha sido mediante la reivindicación del rol del derecho, como lo sugiere Rancière:

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El reino del derecho es siempre el reino de "un" derecho, es decir, de un régimen de unidad de todos los sentidos del derecho, postulado como régimen de identidad de la comunidad. Actualmente la identidad entre democracia y Estado de Derecho sirve para producir un régimen de identidad de la comunidad consigo misma para hacer que se desvanezca la política bajo un concepto del derecho que la identifica con el espíritu de la comunidad (Rancière, 1996: 137. Cursivas nuestras).

Cierre de la comunidad que, lejos de evadir el conflicto que supone el "vivir juntos en la diferencia", idea los mecanismos para contenerlo dentro de ciertos márgenes de acción. Y es mediante este proceso que el derecho viene a evadir el litigio fundamental de la política.6 ¿Cómo? Descomponiendo sus elementos y haciendo que la distorsión política por excelencia que implica actuar democráticamente se convierta apenas en un "problema" claramente identificado por los actores sociales que lo encarnan, y fácilmente procesable mediante los mecanismos

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ideados por el sistema democrático, concebidos para dar respuesta a las demandas de la ciudadanía.

Asimismo, la democracia moderna se basa en el principio de acuerdo con el cual el disenso, cuando es mantenido dentro de ciertos límites establecidos por las denominadas "reglas del juego democrático", no sólo no es destructivo, sino que hasta se vuelve necesario. Incluso, la operación ideológica de la democracia liberal moderna es mostrarnos que el disenso es en realidad un resultado inevitable del consenso. Por eso, "una vez admitido que la democracia significa consenso real y no ficticio, la única posibilidad que tenemos de aceptar que el consenso es real es aceptar su contrario" (Bobbio, 2000: 72). Asociada al liberalismo y al pluralismo, la democracia moderna pretende hacer visible el rostro del conflicto, mostrando en este mismo acto los elementos -expresados en normas legales, reglas jurídicas, disposiciones del derecho internacional- que permitirán morigerarlo para una mejor "convivencia en la diferencia". Bobbio sintetiza esta idea mediante la siguiente asociación:

La libertad de disenso tiene necesidad de una sociedad pluralista, una sociedad pluralista permite una mayor distribución del poder, una mayor distribución del poder abre las puertas de la democratización de la sociedad civil y, por último, la democratización de la sociedad civil amplía e integra la sociedad política (Bobbio, 2000: 73).

Sin duda, este es el sentido por el cual la tradición democrático-liberal ve la necesidad de ensamblar el pluralismo con el disenso y de entender que el disenso solamente es posible -y lógicamente necesario- en una sociedad pluralista. Necesario en la medida en que es posible justificar la...

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