Raúl Roa vuelve a Cuba

AutorAndrés Henestrosa
Páginas302-303
302
ANDRÉS HEN ESTROS A
A tiempo nos afearon la antología. A tiempo expliqué cuál fue mi partici-
pación en la obra, pero como quiera que la carta que escribí por aquellos días
–¿1946? ¿1947?– a Julián Amo no se dio a conocer, quise ahora descargar mi
conciencia de la parte de culpa que pudiera tener ante los ojos de algunos del
pecado que entraña un libro así de atrabiliario, si bien no de mala fe.
Viejos, queridos, y admirados escritores contemporáneos a quienes soli-
cité material quedaron fuera de los Cuatro si glos de literatura me xicana, ya por
olvido, ya por la precipitación con que fue armado, ya porque discrepaban de
la opinión y del credo estético de quienes le dieron al acervo el toque defini-
tivo. Uno de ellos –de los postergados– el buen prosista, el ágil y regocijado
autor de la Invitac ión al dancing, Octavio N. Bustamante, amigo de siempre a
quien no he vuelto a ver, pero a cuyas narraciones y cuentos y novelas, retorno
siempre.
15 de mayo de 1955
Raúl Roa vuelve a Cuba
No es ésta la primera vez que mi Alacena se ocupe de Cuba y de la amistad, vieja
de siglos, que siempre hubo entre México y la hermosa patria antillana. Aquí
hemos incitado a mexicanos y cubanos a que escriban ese libro en que se haga
la historia de la presencia cubana en la Conquista de México y de la presencia
mexicana en la lucha libertaria de Cuba, desde hace un siglo. Cuando la causa de
la libertad ha padecido la persecución aquí y allá, no como una tierra extraña
sino como a la propia, cubanos y mexicanos abren sus puertas a los proscritos.
Dos años hace que vino a nuestra casa Raúl Roa, el ensayista y escritor isleño,
que, a pesar de su significado en letras y en el pensamiento de Cuba, en los que
continúa en la línea de los grandes maestros, sino por eso mismo, no renuncia a
ser al propio tiempo un ciudadano para quien la suerte del hombre cubano no es
ajena, sino propia. Ahora Raúl Roa se vuelve a Cuba, como un día volviera a ella
Juan Clemente Zenea, a morir, y José Martí a renovar a la patria idolatrada el
juramento de morir por ella. Al marcharse, quiso nuestro Roa despedirse de sus
amigos de México, valiéndose de mi humilde conducto, seguro de que la mano
que le tendí, contenía el calor de las manos de mis compañeros de letras y de
ideales libertarios. Hela aquí, sin ningún otro comentario:

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