"Noriega no era lo importante: lo importante es la zona del Canal"

AutorGregorio Selser (In memoriam)
CargoPeriodista e historiador argentino (1922-1991)
Páginas65-85

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En los últimos meses1, Noam Chomsky y James Petras se han dedicado a desenmascarar a todas y cada una de las mentiras, falsificaciones y mitos empleados por la administración Bush para justificar ante la opinión pública estadunidense e internacional su espléndido pequeño blitzkrieg contra Panamá. También han estado denunciando las violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad cometidos por las fuerzasPage 66 invasoras y de ocupación en la medida en que este tipo de información se filtra hacia afuera. Han subrayado la urgencia que siente Estados Unidos de asegurar sus tradicionales e históricas pretensiones hegemónicas en el continente, dada su creciente rivalidad con Alemania Federal y Japón. Sin embargo, pareciera como si la administración Bush hubiera tenido éxito en mantener el debate dentro de los límites que se había fijado de antemano, porque hasta ahora el principal motivo de la invasión, es decir, el de mantener a las fuerzas estadunidenses en la Zona del Canal (Canal Zone), ni siquiera ha sido mencionado, mucho menos debatido en los Estados Unidos. Esto quiere decir que aun los mejor intencionados en favor de América Latina, y habitualmente los mejor infomiados, han caído en la trampa de la guerra de propaganda desatada contra Panamá desde por lo menos dos años antes de la invasión.

Yo tengo un gran respeto por los profesores Chomsky y Petras. Creo que muy pocos norteamericanos le brindan su apoyo, su afecto, su dedicación a la causa de los países del Tercer Mundo y de América Latina, como ellos. Creo, sin embargo, que por su especialización, a veces les puede faltar la documentación que, en cambio, nos sobra desde este lado de América. Quiero decir que el problema de Panamá lo hemos estado denunciando en sus aspectos más notorios, entre ellos, la decisión de Estados Unidos de no cumplir totalmente las cláusulas de los Tratados Torrijos-Carter de 1977, y hemos anotado el detalle, desde el punto de vista estratégico-militar, de que Estados Unidos no quiere cumplirlos porque necesita quedarse, según la nueva estrategia implantada por Reagan a partir de su ascenso a la primera presidencia en 1981.

¿Cuáles son los aspectos que a personas como Noam Chomsky y James Petras se les han escapado?

Lo que me llama la atención, fenómeno que estoy registrando desde hace por lo menos dos años, es la absoluta inocencia con que se refieren casi matemáticamente al tema los mejores críticos de la invasión y de las actitudes oficiales de Estados Unidos. Esa inocencia la refiero a que han aceptado que, por una parte, el general Noriega es todo aquello que la guerra de propaganda y la acción sociológica le ha atribuido y le ha cargado encima, en su afán por satanizar al personaje. Esto no quiere decir, y quisiera ser claro en ello, que Noriega pudiera no ser inocente de todos o de algunos de los cargos que se imputan. Lo que quiero destacar es que tales acusaciones y enjuiciamientos encubren una mercancía clandestina mucho mayor y subliminal. De hecho, la satanización del personaje encubrePage 67 un ocultamiento mayor de parte de Estados Unidos: la de la verdadera naturaleza de la operación. Desgraciadamente, hombres como Chomsky y Petras, sin embargo, la pasaron por alto.

Entonces, ¿fue un cambio en la visión estratégica de Estados Unidos, y no el "caso Noriega", la causa principal de la invasión?

Una era la visión que se tenía en el año 1977 del por qué se podían firmar unos tratados que en síntesis establecían que Estados Unidos iba a abandonar en un lapso de veinte años su presencia militar en la Zona del Canal, donde había sido permanente, incontrastable e irrefutable desde principios de siglo. Regía la distensión, se iba a los Tratados Salt II, al fin de la Guerra Fría. Pero estalla en 1979 lo de Irán y lo de Afganistán; se producen revoluciones en Nicaragua, en El Salvador, en Granada, y Estados Unidos percibe que se le están escapando ciertos controles estratégicos, que hay resquebrajaduras y desmoronamientos en su vecindad inmediata a la que llama "patio trasero". Sus estrategas comienzan a reaccionar ya a fines del gobierno de Carter, y de lleno con el de Reagan. Han pasado once años y todavía están en ello, en el roll back. Su fantasía reposaba en la seguridad de la competencia y la eficacia de las medidas de reversión que adoptaran los ejércitos locales, gracias a la enseñanza proporcionada por los asesores militares norteamericanos. Cuando no sólo no logran revertir la situación en El Salvador, sino tampoco —lo que les parecía mucho más fácil— en Nicaragua, entonces revisan sus conceptos militares en cuanto a abandonar un lugar tan estratégico como la Zona del Canal.

Estados Unidos cambia también su visión de la problemática mundial y percibe que no puede irse, como está establecido en los tratados, el último día de este siglo, sino quedarse hasta el 2025 y, de ser posible, hasta el año 3000. Pero para materializar ese objetivo necesitan que sean los propios panameños los que pidan la revisión de las cláusulas, aquellas que los obligan a completar su retiro el primer día del año 2000. Estos aspectos estratégicos tienen importancia porque la visión ha cambiado también en relación con los postulados que tienen que ver más con lo que llaman "narcoterrorismo", que es la expresión que va a reemplazar en los próximos años a la de "contrainsurgencia" y que, en cierto modo, se empareja con la doctrina o los principios del conflicto o de la "guerra de baja intensidad". Dicho de otra manera, una cosa era lo que visualizaba la administración Carter cuando firmó los tratados en 1977 y muy otra lo que consideró poner en práctica la administración Reagan.

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¿En qué sentido se manifiesta la nueva visión de Reagan?

Para Reagan, poco a poco el narcotráfico fue siendo un instrumento muy adecuado para reencauzar el sistema de dominación en la región latinoamericana. De una situación real de hecho, la existencia de cultivos cuantiosos de coca y mariguana y su procesamiento y transporte hacia Estados Unidos, han derivado los expertos de la Casa Blanca y del Pentágono, del Departamento de Estado, etc., lo que llamamos "narcopolítica" o "narcoestrategia"; es decir, la utilización de ese gravísimo problema que afecta sobre todo a Estados Unidos, su utilización y adaptación para los usos de la política exterior, que son dos cosas distintas.

¿Cuáles serían los problemas reales que la "narcoestrategia" está dispuesta a afrontar?

Estados Unidos está muy preocupado por problemas irresueltos, tales como la existencia de enormes deudas externas, que ya reconoce que son imposibles de pagar; pero como al propio tiempo está exigiendo a los Estados, a las naciones, a los pueblos, que sí se paguen, esas demandas producen efectos terribles sobre la vida interna de esos países. Se exige a los pueblos que dejen de comer, que dejen de instruirse, que dejen de progresar, que dejen de crecer, y que atiendan fundamentalmente a los compromisos asumidos, no por los pueblos, sino por los gobernantes, que en su mayor parte fueron dictadores militares o civiles o castas oligárquicas o sectores hegemónicos de la burguesía, que contrataron esas tremendas deudas con sus consiguientes consecuencias negativas para el desarrollo y crecimiento. Entonces, hay una contradicción obvia en lo que pretenden los gobiernos actuales, que son seguidores de los que regían en la región, las dictaduras.

¿Cómo se manifiesta esa contradicción?

Los gobiernos actuales están revestidos del aura, de la imagen de la democracia, pero son de hecho continuadores fieles, puntuales, de las políticas económicas que implantaron sus predecesores y que tienen como víctimas a los propios pueblos. EstaPage 69 contradicción tiene que provocar en algún momento alguna clase de explosión, si es que no varias explosiones simultáneas, o consecutivas, o intermitentes, de las cuales fue ya muestra la que estalló en Caracas en febrero de 1989 —no la llamo revolución—; por ahora son estallidos sociales, erupciones de tipo volcánico que pueden durar pocos o muchos días, pero que se expresan como explosiones espontáneas, que no requieren de ningún tipo de preparación previa, y mediante las cuales los pueblos expresan su rebelión o su indignación frente a los males de que son víctimas.

Y su desesperación...

Y su desesperación. Ésa es otra palabra muy importante. La desesperación, de la que también puede emerger eventualmente el odio. No es que yo lo esté recomendando, sino que lo estoy describiendo como fenómeno que se ha repetido con los asaltos a los supermercados en Brasil, Venezuela y Argentina. Venezuela y Argentina, curiosamente, son países donde gobiernan regímenes democráticos elegidos sin fraude, sin coacción, y cumpliendo todas las normas y principios del sistema representativo y electoralista. En Brasil era otra situación, pero con el nuevo presidente Collor de Melo, que fue elegido también dentro de esa imagen de democracia formal, se pueden producir de forma inesperada, y de hecho se están dando (aunque la prensa los cubre con su silencio), rebeliones más o menos grandes que se expresan fundamentalmente en los asaltos a los supermercados o comercios por parte de las poblaciones marginadas, que no encuentran otro medio de manifestar su desesperación, su ira frente a sus necesidades no satisfechas.

El equipo conductor de la estrategia de Estados Unidos sabe que va a contar durante la década del noventa, si es que no más, con expresiones multitudinarias de la misma naturaleza y tiene que estar preparado frente a ese tipo de contingencias. Por lo tanto, lo que no se consideró indispensable cuando Carter firmó en 1977 los Tratados, mantener las bases de la Zona del Canal, cambió con Reagan; porque, entre otras cosas, revivió la noción de que esa privilegiada posición geográfica de Panamá, en la cintura más estrecha de la porción continental americana, es el sitio ideal para cubrir con fuerzas de despliegue rápido, en el menor...

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