Los pueblos indígenas y la ciudad de México. Una aproximación

AutorClaudio Albertani
CargoCentro de Atención al Indígena Migrante
Páginas195-221

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¡Qué haya ahora amigos aquí! Es tiempo de conocer nuestros rostros. Tan sólo con flores se elevará nuestro canto. Iremos dejando nuestra pena

Canto náhuatl

Introducción

Según las cifras oficiales existen en México uno s 56 grupo s étnicos co n un a población cercana a los nueve millones de personas. Para llegar a esta cantidad, losPage 196 censos de población se fundamentan en el criterio lingüístico: la población de cinco años y más que habla un idioma indígena.

Algunos investigadores consideran insuficiente tal procedimiento para evaluar la compleja dinámica de la etnicidad, ya que deja de lado a la población que, a pesar de compartir valores, normas y prácticas comunitarias, ha perdido el uso de la lengua vernácula y se expresa únicamente en español. A esto habría que añadir la valoración social negativa del mundo indígena, lo cual para muchos padres implica no querer que sus hijos hablen la lengua materna porque es la lengua de los explotados.

Toda esta situación lleva a plantear un "etnocidio estadístico", es decir, una reducción artificial de las cantidades reales de población indígena debido a una defectuosa metodología para la captación de datos.1

En el caso del Distrito Federal, las cosas se complican más porque, por razones evidentes, el mimetismo es aquí mucho mayor que en el campo y es preciso tomar las estadísticas con mayores reservas aún. En este contexto y con estas limitaciones ofrecemos las notas que siguen, reiterando que se trata de aproximaciones y no de una investigación concluyente.

El conteo de población y vivienda de 1995 realizado por el INEGI nos da la cifra de 100 890 indígenas mayores de cinco años que hablan una lengua, más 24 464 niños de cuatro años y menos, cuyos padres hablan también una lengua. Si sumamos, la cifra oficial sería de 125 358. Esta cantidad casi se duplica si como unidad de análisis se emplean los "hogares con jefes y/o cónyuges que hablan una lengua indígena".

Según el mismo conteo de 1995, en la ciudad de México habitan miembros de 68 grupos distintos que hablan una lengua indígena, lo cual -aun considerando la presencia de algunos grupos de refugiados guatemaltecos llegados en la década de los ochenta- indicaría que la población indígena mexicana se está recuperando en términos cualitativos, ya que hasta 1990 se daba por hecho que los grupos indígenas del país eran 56.

De esta población, las dos terceras partes son indígenas originarios nahuas, y los demás son indígenas migrantes que residen principalmente en las delegaciones Iztapalapa con 61 320 hablantes de lenguas indígenas, Gustavo A. Madero con 29 187, Cuauhtémoc con 15 745, Coyoacán con 14 720 y Venustiano Carranza con 10 238.

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Los indígenas originarios pertenecen a comunidades precortesianas del valle de México, conservan su lengua, el náhuatl, eligen a sus autoridades -mismas que a veces son reconocidas por las delegaciones políticas de la ciudad- y poseen formas propias de organización social y política. Casi todas están ubicadas al sur de la ciudad, en las delegaciones Tlalpan, Milpa Alta y Tláhuac.

A pesar de haberse constantemente mantenido en pie de lucha y de poseer títulos de propiedad que, en ocasiones, se remontan hasta la Colonia, el crecimiento urbano acosa su territorio y pone en peligro su existencia. Según estimaciones de Silvia Bazúa, jefa de la Unidad Departamental de Atención a Indígenas Originarios del DIFDF, fundamentadas en el Conteo 95 del INEGI, la población indígena originaria en estas delegaciones sumaría 316 604 personas.2

En síntesis, aun con las contradictorias informaciones disponibles, parece prudente afirmar que por lo menos 500 000 habitantes del Distrito Federal son indígenas y que aquí reside aproximadamente uno de cada 20 indígenas del país. Incluso, sin contabilizar a los indígenas que viven en los 27 municipios conurbados de la zona metropolitana, es posible afirmar que la ciudad de México es la principal metrópoli indígena del continente americano y que, asimismo, está viviendo un proceso de reindianización, en que las viejas identidades ocultas comienzan a alcanzar la luz del día.

Indígenas migrantes

¿A dónde vamos? ¿Regresaremos algún día? ¡No! Los ríos no regresan, las lágrimas tampoco.

Mario Molina Cruz

De entrada, hay que aclarar que los conceptos empleados en torno a los migrantes disfrazan mecanismos de poder. Las mismas palabras "indígena" e "indio" son dePage 198 origen colonial y muchos grupos no las aceptan: ellos se identifican como otomíes, nahuas (que se nombran a sí mismos mexicanos), mazahuas, mixes, etcétera, pero no indígenas.

El uso ideológico del lenguaje impide ver la abundancia de móviles, características y consecuencias que suponen los procesos migratorios; y es común, por ejemplo, asociar la palabra migrante a la palabra problema. La idea es que los migrantes son una carga, que vienen a estorbar, que ésta no es su tierra y que tienen que regresar a su casa.

En realidad, los desplazamientos de poblaciones son fenómenos muy antiguos que se deben a causas que han ido variando según los lugares y las épocas. En nuestro tiempo, cuando el desarrollo económico crea riqueza y trabajo sólo para unos pocos, y pobreza, exclusión y destrucción para la gran mayoría, éstos toman la forma de grandes migraciones forzadas que se deben tanto a una desigual, no democrática e injusta distribución de la riqueza, como a causas políticas, culturales, de género, étnicas y religiosas.

Los procesos migratorios se encuentran, además, condicionados por la colosal manipulación llevada a cabo por los medios de comunicación y la publicidad: junto con las mercancías se vende a los pobres la mentira de una sociedad ideal, y este espejismo del bienestar empuja a millones de personas a migrar en búsqueda de una vida mejor.

En el caso de México, una parte de la población migrante se dirige periódicamente hacia Estados Unidos, ya que la globalización neoliberal impulsa la libre circulación de dinero y mercancías pero, al mismo tiempo, cierra las fronteras a las personas; y la otra parte, aún más numerosa, emigra a las ciudades del país.

Está claro que las causas de estas migraciones masivas se localizan en el campo: rezago agrario, escasa productividad de la tierra, ausencia de oportunidades, permanencia de poderes caciquiles. Con respecto a los indígenas, hay que añadir el despojo de sus tierras ancestrales, así como la subordinación política y cultural que viven en el contexto de la sociedad nacional.

Para ellos, la decisión de abandonar la comunidad de origen, emprender un largo viaje y exponerse a las incertidumbres de la vida metropolitana es más ardua que para los mestizos. De esta manera es posible observar que, históricamente, los indígenas se desplazaron después, llegando en un primer momento a las ciudades-mercado de su entorno socioeconómico (por ej. Oaxaca o San Cristóbal Las Casas, Chiapas)Page 199 y sólo posteriormente a las grandes urbes como Guadalajara, Monterrey o el Distrito Federal.

Hacia 1940, la población indígena de la capital todavía se concentraba principalmente en las delegaciones rurales del sur de la ciudad, y no es sino hasta los años cincuenta y sesenta, cuando se observaron grandes cantidades de población indígena migrante.

Con las sucesivas crisis de la economía nacional, que paulatinamente fueron mostrando lo inviable del modelo económico escogido para el campo, la zona metropolitana se convirtió en la principal receptora de migrantes del país: tan sólo en el periodo de 1956-58, llegó a Ciudad Nezahualcóyotl medio millón de personas relegadas a las actividades económicas menos remuneradas y más rudas.

Este drama se desenvolvió ante la indiferencia de las autoridades, que no quisieron reconocer a los indígenas migrantes como un sector de la población distinto al resto de la masa urbana, y ante la discriminación de una sociedad que, por considerarlos atrasados cultural, política y socialmente los marginó, negando sus expresiones culturales y limitando, en los hechos, sus derechos ciudadanos.

Hoy, las causas que condicionaron estos grandes movimientos migratorios siguen vigentes. La reciente Encuesta Nacional de Empleo en Zonas Indígenas (ENEZI), elaborada por el INI y el INEGI, establece que menos de la tercera parte de la población de las diferentes etnias indígenas está empleada en las regiones de origen, y que de ésta, 50 por ciento no recibe salarios. Al mismo tiempo, 30 por ciento de quienes sí cuentan con un empleo percibe menos de un salario mínimo al mes.3 En estas condiciones es obvio que la migración indígena hacia la zona metropolitana va a seguir.

De hecho, las regiones que expulsan indígenas a la ciudad de México se caracterizan por los altos índices de marginación y pobreza. Las principales son el valle del Mezquital (Hidalgo), Tolimán y Amealco (Querétaro), Guanajuato y Tierra Blanca (Guanajuato), en el caso de los otomíes; la Huasteca hidalguense y potosina para los nahuas; Acayucan, Catemaco Hueyapan, Macayapan, Sayula, Soteapan y Pajapan (Veracruz), para los nahuas-popolucas; Timilpan, Atlacomulco, San Felipe del Progreso, Acambay, Ixtlahuaca, Temoaya, El Oro, Jiquipilco, Temaxcalcingo y Donato Guerra (Edo. de México), para los mazahuas.

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Discriminación

A sangre y flor el pueblo mexicano ha vivido. Vive de sangre y flor su recuerdo y su olvido.

Carlos Pellicer

La ciudad, decía Guillermo Bonfil Batalla, siempre fue un bastión colonial.4 En ella instauraron los invasores su espacio privilegiado de dominio. Siglos después, aquí nació el discurso oficial que glorifica las civilizaciones indígenas prehispánicas para borrar a los indios realmente existentes e integrarlos de manera subordinada...

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