Prólogo

AutorCarlos Orozco-Felgueres Loya
Cargo del AutorPresidente del Grupo Orozco-Felgueres, consultores fiscales y patrimoniales
Páginas6-10
PRÓLOGO
Por el Licenciado Jesús Alfonso Serrano de la Vega
In limine
Prologo esta obra por razones de amistad, en aprecio del gesto que Carlos Orozco-Felgueres Loya tuvo al
haberme pedido escribir su exordio aunque apenas ha relativamente poco que nos conocemos en persona.
Acepté redactar estas palabras no sólo ni más bien porque hayamos simpatizado de inmediato a raíz de su
carácter alegre y de nuestra buena conversación, sino porque me sentí verdaderamente identificado con él
cuando me contó acerca de cuánto quiso a su padre, Don Carlos Orozco Felgueres, y de la Fundación que
creó para honrar su memoria, pues como yo también adoré al mío, Don Jesús Serrano Peralta, a quien tengo
de continuo presente y procuro honrar con mi vida y trabajo de cada día, no podía ser de otra manera. Lo
hago, además, porque me resultó simpático que no le importara correr el riesgo de que un Abogado como yo
presentase el trabajo de un Contador Público como él, en vez de que lo hiciera uno de sus colegas en la
profesión que desempeña al ejercitar la técnica contable.
Prólogo
El Mundo se debate aún en el seno de la peor crisis económica de la Historia Moderna. Al tiempo que
redacto estas palabras1 persiste, si bien con algunos atisbos de recuperación, la debacle resultante de los desatinos en que a lo largo de los pasados
ocho años2 vino incurriendo el país más poderoso entre los del concierto de las Naciones, en tanto que junto con otras muchas cosas perdiera –por decisiones de W.
Bush y de su equipo, implementadas a lo largo de sus dos periodos presidenciales– el superávit público que en el rango de los US$480,000’000,000.00
(cuatrocientos ochenta mil millones de dólares) lograra, con mucha inteligencia y esfuerzo, la Administración Clinton –después de recibir el gobierno deficitario de
manos de los Republicanos que todavía experimentaba secuelas de las así llamadas “reaganomics”– para, en vez de continuar con el
impulso clintoniano de la más larga época de expansión económica sostenida a nivel estadounidense y
mundial de la postguerra, hundirse en el cieno de un déficit público perenne y progresivo de alrededor del 8%
(ocho por ciento) del Producto Interno Bruto (PIB) de tal nación señera, el cual, aunado a un abultadísimo
déficit en su balanza comercial y de pagos, enfrentó a los Estados Unidos de América y a todos en el Orbe a
una situación de vulnerabilidad imperial absolutamente inédita. Luego, tal cual si fuese una película
emuladora del impacto, incendio, socavamiento progresivo de su estructura y, al final, dramático, intempestivo
y rápido derrumbe de la primera Torre Gemela, en este otro escenario sucedió lo que algún día, ya para
entonces más pronto que tarde, tenía que pasar: Los tornasoles espejismos de riqueza propios de la enorme
burbuja inmobiliaria, la realidad maldita de las hipotecas “sub-prime” y de los préstamos “ninja” (“no income-no
job-no assets”), el descarado “laissez faire-laissez passer” implementado por la Reserva Federal junto con
toda suerte de autoridades financieras en inaudita comparsa y la rampante corrupción que se enseñoreó de
Wall Street cobraron, como era natural, su cuota de realidad, provocando, a partir de octubre y noviembre de
dos mil siete, uno de los primeros cimbronazos del mercado de valores que, entre otras cosas, condujeron a
Alan Greenspan a alertar del diluvio recesivo que venía3 y fueron el preludio de otro delicado brote de inquietud bursátil en el curso de los
meses transcurridos entre marzo y mayo de dos mil ocho, para finalmente desencadenar la Ola Verde que arrastró a todos a partir de aquella semana negra de
octubre del mismo año próximo pasado una vez que Lehman Brothers fue abandonada a su suerte, hasta donde las cosas llegaron en marzo de dos mil nueve, para
luego recuperarse –¿artificialmente tan sólo?– hasta el lábil punto en que se encuentran hoy. Como sabemos,
el sistema financiero de aquel país entró en colapso. Para absoluto pasmo y terror de la mayoría, entre
octubre de dos mil ocho y marzo de dos mil nueve el principal índice bursátil norteamericano perdió doce años
de rentabilidad y casi dos tercios de su valor intrínseco, como si todo ello hubiese sucedido de pronto –por
más señales ominosas que en tal sentido se habían venido anticipando a lo largo de tanto tiempo– y el pueblo
y el gobierno de la mayor economía de la Tierra se encontraron empobrecidos y ante la cruda realidad y
consecuencias de que, ¡oh sorpresa!, simple y sencillamente habían venido gastando, a raudales, mucho más
de lo que ganaban o realmente tenían. Para ahora y desde el enclave de su transición en el poder, el conjunto
de la moribunda Administración Bush y la Administración Obama enfrentaron la crisis con un remedio
inflacionario de proporciones épicas, que ha elevado el déficit público estadounidense a terrenos de alrededor
del millón y medio de billones de dólares –según lo que ellos entienden por la palabra ‘billón’–, conduciendo a
los Estados Unidos a una reactivación incipiente que, sin embargo, aun cuando se está viendo replicada en
otras economías que adoptaron un enfoque similar, si continuase así, simplemente, en mi humilde opinión
resultará efímera y lo que habremos de ver enseguida será muy serio. Espero equivocarme. Al tiempo…
Pero ¿y qué con México? Pues que nuestra Patria, tan sugeridamente ‘blindada’ según la más alta autoridad
hacendaria e incluso la presidencial del Sexenio Calderonista, en realidad no lo estaba. Nuestra Economía,
tan sujeta a graves vicios de estructura y atraso con obvias raigambres políticas, ha sufrido la peor debacle
mundial que todos están testimoniando –si acaso superada en algo por Rusia– mucho más allá del mero
escenario propio de los países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico
(OCDE). En efecto, según las noticias oficiales más recientes, después de que el descenso en el primero fue
inédito, la caída del PIB mexicano en el segundo trimestre de 2009 fue parecida a lo catastrófico, de un ¡10.3!
por ciento anual. Para el segundo semestre de este año se espera una contracción del 5 por ciento y para

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