Prólogo

AutorBenjamin Moallic - Gilles Bataillon
CargoDirector de la revista Trace
Páginas3-8
prólogo
3
D.R. © 2014. Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos. México, D.F. ISSN: 0185-6286.
TRACE 66 (Diciembre 2014): págs. 3-5 www.cemca.org.mx
EL LARGO TIEMPO DE VIOLENCIAS EN CENTROAMÉRICA
¿Cómo entender las guerras internas centroamericanas y los fenómenos de violencia que
fueron la contraparte en las décadas de 1970 y 1980? ¿Qué pensar de la renovación de
la violencia prosaica que marca hoy en día, y como nunca antes, la vida cotidiana de los
guatemaltecos, hondureños, salvadoreños, y en menor medida, de los nicaragüenses?
¿Cómo entender estos fenómenos en vista de las costumbres políticas apenas diferentes,
según los países del istmo? El honrar y endurecer las prácticas electorales democráti-
cas, tanto en El Salvador como en Guatemala, los repetidos fraudes electorales en las
recientes presidencias de Daniel Ortega, el golpe de Estado en contra de Manuel Zelaya
en 2009, e incluso la anulación en 2014 de las penas de encarcelamiento del antiguo
dictador guatemalteco Ríos Montt por la Corte suprema –por encontrarse en las an-
típodas de las praxis democráticas–, no se inscriben sin embargo en un retorno a los
esquemas políticos en vigor en los años de las guerras intestinas. Ya no es tiempo para
los ideales totalitarios del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FMLN) ni de las
guerrillas castristas de los años de 1980 ni para las prácticas de contrainsurgencia
de los regímenes militares. El régimen democrático se convirtió, al contrario, en una
forma de horizonte infranqueable aun si las prácticas y las instituciones no son demo-
cráticas ni de lejos, e incluso la cuestión de los crímenes cometidos durante los años
de las guerras continúan siendo un tabú.
Guatemala, El salvador y Nicaragua no conocen las violencias o las tensiones so-
ciopolíticas de la misma naturaleza que estructuraron su vida política desde finales de
1970. La cuestión no es únicamente aquella de la intensidad de la violencia, sino
de las “puestas en sentido” que la acompañan. De ningún modo se pasa por alto, tal
como lo anticiparon algunos, los fenómenos de guerra de “alta intensidad” hasta las
guerras de “baja intensidad”. Aparte de depender sólo del conteo de las tasas de ho-
micidios, se debería hablar en sentido estricto de una renovación de la guerra de alta
intensidad, tanto en el caso de El Salvador como en Guatemala, los números que se
recuerdan sobrepasan a veces los de los años de guerra.
Hoy en día, la esencia de la violencia es ser una cosa prosaica e inmediata. Sus actores
no tienen ningún problema en volver a poner en forma lo social, aún si la multiplicidad de
sus acciones tiene efectos de composición que imponen sus marcas en las sociedades
centroamericanas. La inseguridad se convirtió en la preocupación primaria de sus habi-
tantes y si lo prosaico nunca ha estado ausente de las guerras internas de antaño, no era
menos considerado en las “puestas en sentido”, donde el proyecto de construir sociedades,
a la imagen de la cuba castrista, se oponía a aquél de defender un modelo de desarrollo
basado en acuerdos en la cima, y donde los militares y los sectores agroexportadores
no estaban dispuestos a ceder, en el mejor de los casos, lugares subordinados a otros
actores sociales. Cualquiera que haya sido a veces su prosaísmo, la violencia se articulaba
siempre hacia los proyectos portados por los actores colectivos tratando de imponer una
forma particular de lo social. Hoy en día, estos proyectos desaparecieron del horizonte
político y los actores que eran sus portadores sufrieron profundas transformaciones.
Los textos reunidos en esta entrega de Trace se interrogan sobre las permanencias
y los cuestionamientos de los hábitos (Marcel Mauss) forjados en parte durante estos
años de guerras internas.
El primer artículo, De Sandino a los contras. Formas y prácticas de la guerra en
Nicaragua de Gilles Bataillon (EHESS-CIDE), trata sobre “la cultura política” nicaragüense
y sus complejidades respecto al carácter guerrero. Muestra también que a lo largo del
siglo XX, la violencia fue una modalidad de acción legítima y codificada que permitió
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