El problema actual

AutorDaniel Cosío Villegas
Páginas145-164
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En el último capítulo de su libro, titulado “El problema actual”, Raba-
sa resume sus críticas a la Constitución de 57 y apunta más con-
cretamente a las reformas que debían hacérsele para que, según él,
dejara de ser el obstáculo insalvable que hasta entonces había sido a
la vida democrática, real y no teórico-jacobina, del país. El sentido
general de aquéllas es el de rebajar las facultades del Poder Legislativo
y dilatar las del Ejecutivo; pero, para lanzarse al gran tema de la refor-
ma constitucional, al cual mira, con justicia, como la coronación de
su trabajo, Rabasa apura sus argumentos hasta el extremo de que
resulta imposible encubrir por más tiempo el fondo penosamente re-
trógrado de su pensamiento político. Estoy persuadido de que si no
aconsejó en 1912 convertir a México en una monarquía absoluta y
hereditaria fue porque la forma, sólo la forma, del consejo hubiera
arruinado el fondo de su pensamiento al enunciarlo; mas es in-
cuestionable que para Rabasa no había otro gobierno propio ni digno
de México que la tiranía de Porfirio Díaz. El haber sido un gobierno de
hecho y no legal fue la única objeción que le puso; por eso, las refor-
mas a la Constitución de 57 debían tender a crear el clima propicio a
un nuevo Porfirio Díaz, pero inmaculado, amparado ya por toda una
sabia Constitución.
Don Manuel Herrera y Lasso, el discípulo más distinguido de
Rabasa, se expresó hace poco en términos hirientes acerca de una
“mayoría indocta y demagógica” del Congreso Constituyente de 1917
que, confesando con “paladino impudor” su ignorancia del derecho
VIII. “El problema actual”
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constitucional, quería organizar a la nación guiado por un “instinto
revolucionario”, que acabó por buscar “la ley de leyes entre escom-
bros y fosas, en el pillaje y en la sangre”. Dejando a un lado la consi-
deración de que, por lo visto, el tiempo no modera la pasión y ni
siquiera el lenguaje, la situación del Constituyente de 17 tiene una
explicación bastante sencilla. Por una parte, las ideas, el programa, el
tono o la temperatura de la Revolución mexicana no estaban enton-
ces suficientemente definidos, de modo que no parece muy aventura-
do suponer que si la redacción de la Carta revolucionaria se hubiera
hecho sólo tres años después, en 1920, la influencia de Rabasa habría
sido nula y expreso el repudio de su pensamiento político.
Por otra parte, no puede olvidarse la modestísima circunstancia
de que el Congreso de Querétaro era una asamblea revolucionaria, in-
clinada y comprometida a cambiar la organización del país, si no por
decisión deliberada, al menos como reacción instintiva contra el
gobierno tiránico de Díaz. Si tales fueron la ocasión y el ambiente de
Querétaro, ¿era posible que se proclamara allí la guía de Rabasa con
franqueza y aun con orgullo? Rabasa ha podido aconsejar algunas
reformas constitucionales atinadas; pero nadie que no sea su parti-
dario político puede desconocer que su temperamento y sus convic-
ciones políticas eran, como he dicho antes, penosamente reacciona-
rias. En efecto, creía en cosas de este calibre: “[…] el sufragio universal
es el enemigo necesario de todo gobierno establecido, el desorganiza-
dor de todo mecanismo ordenado”.
Un demócrata diría, a la inversa, que el sufragio es la savia que
vivifica la comunidad política, la renovación que anuncia y acompaña
la primavera, el vigía que eternamente cuida el avance normal de la
nación.
Además de ser “enemigo necesario” del sufragio universal, creía
que los partidos políticos eran dañinos, y no los de México, sino hasta
los grandes partidos tradicionales de Inglaterra y de los Estados Uni-
dos; pensaba, por ejemplo, que su aparición había limitado la libertad
del ciudadano a “escoger el partido en que quiera inscribirse y a quien

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