Pro familia antes que pro persona

AutorSergio Valls Esponda
Páginas58-62

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La fragilidad, la desnudez con que nacemos, hace evidente la necesidad natural de la familia. A diferencia de otras especies animales, la cantidad y la duración de los cuidados que exige nuestro arribo al planeta impone deberes que no se cumplen en poco tiempo. Ésta es la base en la que se consolidan las relaciones familiares. El grupo de la familia es el elemento esencial que compone a las aglomeraciones conocidas como naciones; de ahí que la familia sea un núcleo irreductible, donde su valor trasciende a la suma de sus miembros.

La familia es el conjunto de personas que viven ligadas entre sí por un vínculo colectivo, recíproco e indivisible. Las definiciones que al respecto se han generado son universales y permanecen atemporales, por lo que no incluyen aspectos culturales o regionales.

En México, la familia tiene valores y características que le dan autenticidad y firmeza, conformados por lazos de origen, sangre y solidaridad, donde uno o ambos progenitores son los pilares del grupo que integran hijos y nietos, pero también abuelos, tíos, padrinos y primos, así como cuñados, suegros, yernos y nueras; sin olvidar el compadrazgo, lo cual incrementa la cantidad de miembros de nuestras familias.

Es común que si las familias no viven en el mismo sitio, sea en lugares próximos, al grado de que el jefe de familia reparte espacios a nacidos y no nacidos; planifica dónde se van a asentar los nuevos hogares para que la unión prevalezca. También es común que ese ambiente familiar genere sentido de pertenencia y protección; en suma, identidad.

Sin embargo, no todo es festejo, y no por tratarse de familiares las relaciones son estables y exentas de conflictos. En ocasiones basta la promesa incumplida, el agravio vigente, el favor negado, para que surja el germen que dará pauta al inicio de un pleito ante los tribunales.

Es entonces cuando la biosfera familiar, entendida como el entorno en el que se desarrolla la totalidad de las relaciones entre miembros de un núcleo afín, se contamina y sus habitantes enferman.

El proceso judicial

El modelo tradicional de los procesos judiciales se basa en la confrontación, una guerra en cuyo largo transcurso se libran numerosas batallas. El atacante deviene atacado. Ambos se defienden. Conjeturan estrategias. Corren riesgos. Pero al final, por lo menos uno de ellos pierde. No es extraño atestiguar casos en

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que uno perdió en su pretensión y el otro se quedó como estaba antes del pleito. Caso frecuente en conflictos entre familiares. Ahí el proceso, lejos de resolver el problema, lo encarniza y lo perpetua. A la fecha no me ha sido dado conocer una sentencia en la que el derrotado acepte, entrecerrando los ojos en un gesto sagrado, cuánta razón tenía su contraparte y reconozca la función del juzgador. Por el contrario, el encono crece y se desborda en ríos...

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