Política práctica

AutorJosé C. Valadés
Páginas195-244
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Capítulo XXXVI
Política práctica
ALZAMIENTO DE CEDILLO
La expropiación de los intereses correspondientes a las empresas
petroleras extranjeras que operaban en México dio a los mexicanos
una nueva idea acerca de la personalidad y pensamiento del general
Lázaro Cárdenas.
En efecto, aquel hombre en quien sólo se veían las característi-
cas de un pueblerino, pues el país todavía atolondrado por las luchas
intestinas, no alcanzaba a comprender la mentalidad de un caudillo
propio de la victoriosa población rural de México; aquel hombre, se
dice, aparentemente falto de los recursos imaginativos y entregado
por lo mismo en la superficie a las menudencias de rutina política y
administrativa y al trabajo ímprobo de gabinete y exploración, se pre-
sentó, en seguida de los acontecimientos de marzo (1938), como in-
dividuo capaz de realizar una proeza nacional e internacional.
Grande, pues, fue la personalidad de Cárdenas con tal motivo,
máxime que los representantes de los intereses que primero fueron
confiscados y más tarde nacionalizados, no obstante que el acto de
México fue consecuencia de una ley aceptada universalmente y apli-
cada por los grandes Estados en su orden doméstico, se encargaron
de exigir reparaciones tan contrarias al derecho y la razón, que
aquello no hizo más que producir la indignación de los mexicanos y,
con esto, reunir a la población de México en torno a la figura del
presidente.
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José C. Valadés
Esto, que tan útil es a las naciones que siempre desean ver en
sus gobernantes personalidades relevantes por los méritos que
adornan a los hombres de templanza, firmeza y audacia, sirvió asi-
mismo para que las exageraciones del partido cardenista, que mu-
cho lastimaron los principios sociales del país, quedasen en el olvi-
do. Las críticas mordaces que se aplicaron al presidente, tanto por el
exceso de personas que formaban en su séquito durante los viajes
que emprendía como por los alardes de protección que sus colabo-
radores ofrecían al proletariado, mantenían un alza y baja del presi-
dencialismo, de manera que esto pareció estimular abusos de auto-
ridad en las zonas rurales y, en consecuencia, brotes rebeldes contra
los gobernadores.
No desestimó Cárdenas los azogamientos sociales que se obser-
vaban en consecuencia a los actos de su gobierno, y por lo mismo,
advirtiendo su responsabilidad política, procuró halagar siempre al
ejército, empezando por hacer efectivo el Día del Soldado, proyecta-
do desde su gobierno en Michoacán, para después hacer al ejército
socio del Partido Nacional Revolucionario. Por otra parte, dio funda-
mento y organización a la reserva nacional de la que formaron los
cuerpos agrarios, estableció la Secretaría de la Defensa Nacional y
mandó la división del país en zonas militares, con lo cual las jurisdic-
ciones castrenses fueron más precisas y más efectivas en las funcio-
nes de paz, separando al caso las correspondientes al ejército y las
comprendidas a la autoridad policiaca.
Muchos escrúpulos tuvo, en efecto, el presidente, para evitar
que los soldados se mezclaran en asuntos de la exclusiva competen-
cia de los jueces civiles.
Sin embargo, como la idea de socialismo marxista tenía perfora-
da la mentalidad del cardenismo, y no teniendo los adalides de tal
grupo las disciplinas científicas necesarias y consideradas para en-
tender y aplicar todo el enjambre de ensueños y proporciones socia-
listas, no dejó de hacerse pública una literatura conforme a la cual el
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soldado era un parásito, y como la versión iba tomando cuerpo y de
un lado lastimaba a los miembros de ejército y de otro lado la opi-
nión civil se creía víctima de un supuesto poder militar, el presidente
ordenó que los miembros de batallones y regimientos fuesen dedi-
cados al trabajo de oficio; y al objeto los soldados, sin abandonar sus
cuarteles, se convirtieron en albañiles, canteros, pintores, carpinte-
ros y a todas aquellas faenas conexivas a la construcción de cami-
nos, campos deportivos, puertos marítimos y aeropuertos.
La apariencia democrática que fue tal suceso en sus comienzos
pronto tuvo otros tintes. Tomase tal conversión como una mera
excentricidad oficial, y de esto se sirvieron los inconformes, pero
principalmente los veteranos de la Revolución, para promover des-
confianzas, frente a lo cual Cárdenas se presentó anunciando la or-
ganización de “colonias militares”, no para agrupar en éstas a hom-
bres armados, sino con el objeto de que los antiguos combatientes
de la Revolución hallasen en ellas tierras, techos e instrumentos de
labranza, con todo lo cual podían formar su patrimonio personal.
Entre tanto se sucedían tales capítulos que atañían a los miem-
bros del Ejército nacional, el presidente se vio obligado a echar mano
de los soldados para restablecer el orden, alterado por los líderes po-
líticos lugareños, y entre éstos, contándose en primera fila tanto por
su espíritu inquieto como por su caótico talento, el gobernador de
Tabasco, Tomás Garrido Canabal, quien después de su frustración
como secretario de Agricultura, regresó a suelo tabasqueño.
Para el vulgo nacional, Garrido era un gobernante irresponsable,
más partidario de la violencia y del atropello que de las ideas de un
socialismo sin Marx, que decía sustentar. No se vio en Garrido, a
pesar de que los signos del caso eran sobresalientes, un paladín
versátil y pueblerino de la grande y generosa República rural que
era México durante los días que recorremos. Se creyó que Garrido
estaba poseído de una furia satánica, haciéndose omisión de su in-
genuidad aldeana que a veces rayaba en revelaciones pueriles.

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