Polémica entre El Universal, El Siglo XIX y El Monitor Republicano entre 1848 y 1849

AutorJosé Antonio Aguilar Rivera
Páginas209-246
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Polémica entre El Universal, El Siglo XIX
y El Monitor Republicano entre 1848 y 1849
CUAL SEA LA CAUSA DE NUESTROS MALES
(Primer artículo)
A ENCABEZA EL Siglo XIX su artículo de fondo de 21 del que rige, y nosotros
nos congratulamos de que los periódicos, aun los que, como El Monitor y El
Siglo, se mani estan tenaces defensores de un sistema reprobado ya por el
instinto de nuestro pueblo, desciendan al análisis serio e imparcial de la cau-
sa de nuestros males, puesto que la duración de éstos no debe medirse sino
por el tiempo que tardemos en conocer el origen y fuente verdadera que los
produce, si como es de esperar nos anima a todos al deseo sincero de reme-
diarles; porque unidos nuestros esfuerzos, removeremos todos los obstáculos,
y cederán a la fuerza unida de los amantes verdaderos de nuestra desventu-
rada patria las di cultades que opongan intereses viles y rastreras pasiones.
Nuestros colegas forman los dos primeros párrafos de su editorial con
periodos burlescos, frases irónicas, expresiones equívocas e imputaciones
falsas sobre nuestros escritos, sin re exionar que, aun cuando todo eso me-
reciéramos, interesaba a su honor disimularlo, al menos al tratar de comba-
tirnos, porque de lo contrario arrebatan a su triunfo, si lo obtienen, la gloria
que pudieran adquirir; y preparan mayor confusión y vergüenza a su derrota
si un azar de la guerra los conduce a ella. Las más hermosas concepciones del
talento humano ninguna gloria pueden recoger de reducir a polvo las produc-
ciones del genio de escritores que son a su lado menos que un átomo. Alenta-
dos, pues, con la misma posición humilde en que nuestros adversarios nos
colocan continuaremos con mayor gusto nuestros esfuerzos para sostener
las doctrinas y principios que hemos emitido; pues cuando el enemigo con
quien se lidia es poderoso y fuerte, si al  n se sucumbe, no es tan vergonzoso
como cuando se combate con fuerzas mayores o iguales. Por tanto, en cam-
bio de esta posición ventajosa, nos desentendemos gustosos de cuanto no
mira ni afecta directamente el fondo y materia de la cuestión.
Dicen los señores de El Siglo, que indagando nosotros los de El Universal
las causas de nuestros males, hemos creído encontrarlas en la adopción del
sistema que hoy nos rige; esto es cierto, y ahora agregamos, que aun cuando
no lo hubiéramos dicho, ni aun imaginado siquiera, al leer el editorial que
nos ocupa lo habríamos pensado inmediatamente, y lo diríamos y sosten-
dríamos con toda la fuerza de que somos capaces; por eso es que insertamos
a continuación la mayor parte de ese escrito, pues nos parece que todos los
nuestros juntos, no dan a la cuestión la mitad de la luz que él sólo arroja de
210 LIBERTAD EN LA REPÚBLICA LIBERAL: 1845-1876
sí, sin que sea necesario añadir más que una que otra re exión sencilla y li-
gera, para facilitar una absoluta y total convicción. Dice así:
1. Cuando nuestra patria era colonia y propiedad de la España, las ideas que ha-
cía tiempo imperaban en el antiguo continente eran del todo desconocidas en
nuestro país. Aquellas ideas, sobre todo las de libertad e independencia, tuvieron
una época de efervescencia general; fue necesario todo su prestigio para libertar
al mundo de la dominación de un conquistador osado, a quien la fortuna parecía
haber tomado bajo su especial protección. El grito de libertad que resonó en
toda la Europa tuvo ecos en nuestra patria; hombres valerosos se levantaron para
libertarla de la dominación española; al cabo de once años lo consiguieron, y
desde entonces la nación ocupa un lugar entre los pueblos independientes.
Aquí se escapó un error histórico a nuestros colegas. En primer lugar, el
grito de Dolores no fue un eco del grito de libertad que resonó en toda la Eu-
ropa; la madre patria estaba invadida por el extranjero, y se temió que la do-
minación se hiciera extensiva a las colonias; entonces se dijo: Establezca en
ellas su trono el soberano:1 así fue como se levantó a los pueblos y se les lan-
1 Lamentable es por cierto la ignorancia en que estamos aún la mayor parte de los mexicanos
de los hechos principales y más importantes de nuestra propia historia. El grito de Dolores no
sólo no fue el eco de libertad, como hemos dicho, sino que se secundó y difundió en nuestro
país porque se proclamaba en él a Fernando VII, llevándose la  cción hasta el extremo de con-
ducir el caudillo de aquella asonada en su coche a un incógnito que se decía ser el mismo Fer-
nando, cuando entró a Guadalajara. El mani esto del comisionado de la junta de Zitácuaro,
don José María de Cos, a los europeos, fecha en el Real de Sultepec, a 16 de marzo de 1812, dice
el párrafo 12: “Habéis tenido la temeridad de arrogaros la suprema potestad, y bajo el augusto
nombre del rey, mandar orgullosa y despóticamente sobre un pueblo libre, que no reconoce otro
soberano que Fernando VII”.
Los artículos 1 y 4 del plan que acompañó con esta proclama dicen así:
“Art. 1. Que los europeos resignen el mando y la fuerza armada a un congreso nacional e inde-
pendiente de España, representativo de Fernando VII, que a ance sus derechos en estos dominios.
”Art. 4. Que declarada y sancionada la independencia se echen en olvido de una y otra parte
todos los agravios y acontecimientos pasados, tomándose a este  n las providencias más acti-
vas; y todos los habitantes de ese suelo, así criollos como europeos, constituyan indistintamente
una nación de ciudadanos americanos, vasallos de Fernando VII, empeñados en promover la fe-
licidad pública.”
El artículo 2 del plan de guerra que acompaña a la misma proclama, es del tenor siguiente:
“Art. 2. Los partidos beligerantes reconocen a Fernando VII. Los americanos han dado de
esto pruebas evidentes, jurándolo y proclamándolo en todas partes, llevando su retrato por divi-
sa, invocando su nombre en sus títulos y providencias estampándolo en sus monedas y dinero
numerario. En este supuesto estriba el entusiasmo de todos, y sobre este pie ha caminado siempre
el partido de la insurrección”. (Cuadro histórico de don Carlos María Bustamante, 2ª edición,
tomo 1, pp. 393 y ss.)
Ya se ve por esos documentos cuán ligeramente proceden nuestros adversarios al asentar los
hechos de que parten sus más fuertes argumentos. Para evitar esta y otras mil equivocaciones
de esa especie, que han acarreado y están originando males de la mayor gravedad y trascenden-
EL UNIVERSAL, EL SIGLO XIX Y EL MONITOR REPUBLICANO 211
zó a la revolución; y no sería infundado creer por la tenaz e invencible resis-
tencia que la nación opuso luego que desapareció aquel pretexto, que sin él,
no habría sido posible conmoverla con sólo el objeto de la independencia, y
sin otro apoyo. La historia contemporánea nos revela, y nuestros ojos vieron,
que de los hombres valerosos que se levantaron, sólo unos cuantos lo hicie-
ron para libertar a nuestra patria de la dominación española. Hablen sobre
esto los pocos de esos mismos hombres que subsisten, y escaparon con más
di cultad todavía a las miras personales de los llamados patriotas, que a la
persecución del gobierno virreinal. Al cabo de once años se consiguió la in-
dependencia en efecto; pero es preciso no olvidar, que se consiguió a merced
de un plan, cuya base principal era la traslación a la América de Fernando,
o de otro de los individuos de la casa reinante en España.
2. Veamos ahora lo que era natural que sucediera en el nuevo orden de cosas,
supuesto el estado en que se encontraba la educación política en el pueblo.
La dominación española que tenía por objeto enriquecer la península con los
productos de nuestro suelo, descuidó del todo la educación del pueblo, así en la
parte moral como en la política. Faltaban, pues, en la inmensa mayoría de la na-
ción, costumbres públicas que formaran su carácter y el conocimiento de los
principios sociales más sencillos. Acostumbrados los mexicanos a obedecer cie-
gamente las órdenes de un poder misterioso y terrible, lejos de toda intervención
en el gobierno y en los negocios públicos, habituados a sufrir el odio y desprecio
de los españoles, cuyas ideas de nobleza y superioridad habían impedido la fusión
moral de las dos razas, era preciso que sus sentimientos e ideas se extraviasen.
La división entre mexicanos y españoles había también ejercido in uencias del
mismo orden entre los primeros; es decir, los mexicanos, en vez de formar un
pueblo compacto y unido por los vínculos del sentimiento, de los hábitos y de los
intereses, no formaban sino un pueblo cuya unidad estaba exclusivamente fun-
dada en la del poder a quien todos obedecían. Empero, tal vínculo era por su
naturaleza violento, y era preciso que a la vez que faltara, produjeran su efecto
los diversos elementos disolventes que habían germinado en el silencio por es-
pacio de algunos años.
En el párrafo que antecede se falta sin duda a la imparcialidad históri-
ca cuando se asienta que el gobierno español descuidó la educación en la
parte moral: hablamos de la moral católica. Apelamos al juicio de los que,
testigos de los usos y costumbres de aquellos tiempos, lo sean aun de los
nuestros.
cia, quisiéramos que el señor Alamán apresurase la publicación de su historia de la guerra de
independencia, aun cuando las disertaciones preliminares que ha ofrecido se pospusiesen. Nos-
otros creemos haría en esto un servicio a la nación de la más alta importancia, y por tanto le
excitamos a que así lo veri que. EE.

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