Poinsett

AutorJosé E. Iturriaga
Páginas35-117
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PRECURSOR DEL MONROÍSMO
No estorba para entender el mecanismo motivacional de la conducta de Joel
Roberts Poinsett trazar un boceto sumario de su complicada personalidad.
Un símbolo de la presión norteamericano ejercida en contra de México lo
encarna la figura de Poinsett, nacido en 1799, en Charleston, Carolina del Sur.
No obstante el origen anglofrancés de sus inmediatos ancestros, las
peculiares y sorprendentes características psicológicas de Poinsett estuvie-
ron siempre al servicio de su patriotismo y del engrandecimiento de su
país: Estados Unidos. No le importaba mayor cosa contra quiénes debía
luchar ni qué medios debía emplear para ello: a ninguno renunció. La pa-
labra escrúpulo no existía en su vocabulario cotidiano.
Formando desde sus primeras letras en Inglaterra, regresó a Estados
Unidos, donde acabó de cursar la enseñanza media. Intentó en forma su-
cesiva seguir tres carreras: la de medicina, en Escocia; la militar, cerca de
Londres, y la de leyes, en su ciudad natal. Todos esos empeños erráticos
los abandonó en forma sucesiva y se lanzó a saciar su afán de saberes
múltiples, de conocer pueblos y costumbres, intelectuales famosos, gober-
nantes con apetitos de mando y caudillos libertadores.
Desde 1802 a 1810, o sea de los 23 a los 32 años de edad, viajó sin
reposo por Europa y Asia. Estuvo en Suiza e Italia, España y Portugal, Sue-
cia y Finlandia. En Alemania trabó amistad íntima con Federico de Prusia y
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José E. Iturriaga
con Guillermo de Humboldt, el filólogo hermano del barón, Alejandro de
Humboldt. Recorrió Francia, la patria de su madre, y en París acudió a los
salones de la célebre madame de Stael. Viajó a lo largo y a lo ancho de la
Rusia zarista, donde se vinculó afectuosamente con Alejandro I, nieto de
Catalina la Grande e hijo de Pablo I. Vanamente intentó Poinsett convertir al
zar a los principios republicanos. Pero la negativa de Alejandro I —a quien
llamaba el Angélico por su suavidad— no le impidió aumentar su afecto y
admiración por ese joven norteamericano, provisto de enorme curiosidad
intelectual, ello a tal punto que el monarca ruso ofreció a Poinsett perma-
neciese en la Corte de San Petersburgo en calidad de asesor, al lado de
Mijail Speranski, el culto y universal consejero del zar.
Poinsett rehusó permanecer en Rusia, pero aceptó viajar, entre otros
lugares, por Crimea y Usbekistán, Armenia y Ucrania.
Merced a su pasión de desplazamiento por el mundo y a sus vincula-
ciones con personajes célebres de la época, Joel Roberts Poinsett recuerda
más de una vez a nuestro Francisco de Miranda, el Precursor, nacido 29
años antes que aquél. En efecto, hay notable analogía entre uno y otro. Por
ejemplo, el gran caraqueño tenía como amigos a los mexicanos Clavijero y
Alzate y al guatemalteco Landívar, jesuitas expulsados por Carlos III y con
quienes se encontró Miranda en Italia; contó entre sus amigos a Catalina
la Grande y a su ministro universal, el príncipe Potemkin, así como al primer
ministro inglés, William Pitt, y al segundo presidente de Estados Unidos,
John Adams, padre.
Sea como fuere tal paralelismo entre Miranda y Poinsett, lo cierto es que
éste —gran conocedor in situ de la geografía universal merced a su vacación
de trotamundo— advertía sin duda las disputas territoriales que habrían de
sobrevenir entre Estados Unidos y la Rusia zarista con respecto a las pose-
siones de la nación eslava en el occidente de la América del Septentrión.
También percibía, acaso, el choque potencial de intereses entre España y la
Rusia zarista, suscitado por cuestiones de límites entre las colonias hispanas
El zar Alejandro I, emperador de Rusia, pidió a Poinsett nacionalizarse ruso y lo nombró consejero
Óleo de George Dawe, 1817. Royal Collection, Reino Unido *

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