Poeta y mecenas

AutorAndrés Henestrosa
Páginas237-238
brutal, pero verídico, producto de un mec anismo en que se suman todas
las circunstancias de la vida de aquellas dos mujeres: borrachas se reconocen
iguales; aunque Celia, la hija, sea una doncella, ya en su turbio corazón palpita
y actúa una moza de partido, víctima de la miseria y de la ignorancia, la sola
fuente en que se generan las deformidades de la vida.
22 de agosto de 1954
Poeta y mecenas
El nombre de Jesús E. Valenzuela –el otro Jesús E. se apellida Ruelas, y tam-
bién fue Alacena– es inseparable de los afanes literarios de toda una época
de México: la que va de los últimos años del siglo pasado a los primeros días
del presente, y que se resume en la Revista Moderna. Pertenece Valenzuela
a la raza selecta de los que gozan con la gloria ajena y concurren a servirla; a
la familia de Jesús E. Luján, protector de Julio Ruelas, al linaje de Antonieta
Rivas Mercado, de gratísima memoria. Sino que el hombre olvida fácilmente
a sus protectores, mientras que se aferra a quienes no quisieron o no supieron
servirlo. Por eso el nombre de Jesús E. Valenzuela, al igual que los nombres de
otros, se escamotea, se esquiva, se le relega a un silencio injusto. A veces, ello
es inevitable, alguno que no fue favorecido tiene la limpieza de corazón para
traer su nombre y la lista de sus beneficios a cuento, como quien pone una
flor sobre un sepulcro. Así lo hizo hace algunos meses Julio Torri al recordar
que Valenzuela, aprovechando que en él se reunían el poeta y el hombre rico,
congregó en torno suyo a una de las más brillantes promociones de artistas
que México ha dado. Y a manos llenas gastó sus dineros en sostener una publi-
cación que podemos considerar una de las que mejor han servido a la causa de
la literatura nacional, al lado de El Renacimie nto de Altamirano, pongamos por
caso. Jesús E. Valenzuela no sólo era el benefactor, sino que usaba sus dones
de hombredad para coordinar las tareas de los artistas que la revista reunió,
para contener impulsos desorbitados, para proteger a trasmano a alguno de
sus miembros, a despecho de conocer sus aberraciones y su índole personal.
Hay amigos, llegó a decir Valenzuela, que valen el oro…cuando es uno el que
lo tiene. Así pensaba Valenzuela, pero persistió, y ya persistir es alto signo, en
aquella siembra cuya recolección todavía no acabamos de hacer.
AÑO 1954
ALACE NA DE MINUCI AS 237

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