Poeta enterrado

AutorAndrés Henestrosa
Páginas382-383
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ANDRÉS HEN ESTROS A
es lo que ha ocurrido? ¿Por qué ha podido prosperar esta superchería, que dice
Pola? ¿Por qué todavía hace unas semanas, don Alberto Morales Jiménez lo
comenta como auténtico? Todas estas son cosas que debiéramos dilucidar. Y
quizá no faltara quien, movido por esta Ala cena, se propusiera hacerlo. Y otra
vez c omo cu ando nos r eferimos a la Ca rta, nos pregunta mos si no hay en
estos documentos alg o del e spíritu juarista que permite la super vivencia
de estos que muchos califican de documentos apócrifos.
1o. de abril de 1956
Poeta enterrado
Hace escasamente veinte años de su muerte y ya muy pocos recuerdan a aquel
pobre poeta y hombre desventurado que fue José Antonio Muñoz. Había na-
cido en la Villa de Tantima, perteneciente a la huasteca veracruzana, el 20 de
noviembre de 1899. Su único libro publicado, Lectura para días nubla dos. Sone-
tos, apareció en esta ciudad en 1925 con poemas escritos desde 1915 hasta el
año anterior de la publicación. Antes de seguir adelante quiero consignar algo
que ahora mismo se me ocurre: el título del libro de Muñoz, quizá haya nacido
de la lectura de la Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes, porque recuerdo que en
las primeras páginas de ese libro, puede leerse que una imaginación como la
de Robert L. Stevenson, capaz de soñar La isla d el tesoro con sólo contemplar
una cartografía infantil, hubiera tramado sobre las estampas de Ramusio, mil
y un regocijos para días nubladosyo subrayo. No vaya a creerse caprichosa
esta suposición: el nombre de Alfonso Reyes era familiar al poeta y el soneto
“La canción del regreso”, escrito en los últimos días de 1915, aparece dedica-
do a “quienquier que se encontrare ausente: Luis G. Urbina, Alfonso Reyes o
Eduardo Luquín”. Y la edición costarricense de la Visión de Anáhuac apareció
por aquel tiempo, según creemos recordar.
Pese al criminal olvido en que se le tiene, Muñoz fue un poeta que me-
reció de los que en su tiempo se ocupaban de la literatura patria, atención y
entusiastas elogios. “Muñoz –escribió José de J. Núñez Domínguez– es esen-
cialmente melancólico, elegíaco, poeta de tonalidades desvaídas.” Era en el
año de 1917 y todavía resonaban en la pluma de los críticos las palabras verti-
das por Pedro Henríquez Ureña a propósito del mexicanismo de Juan Ruiz de

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