El poder y las formas

AutorSheldon S. Wolin
Páginas725-756
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XVI. EL PODER Y LAS FORMAS
FORMAS POLÍTICAS VIEJAS Y NUEVAS
Por asociación debe entenderse una relación social con
una regulación limitadora hacia fuera.
MAX WEBER1
Durante siglos, la mayor parte del trabajo sobre teoría política asumía que
para que existiera la vida política, ésta tenía que morar dentro de una estruc-
tura de gobernanza, una “forma” o constitución que diera cuerpo a ciertos
principios que determinaban su naturaleza. De igual forma, a toda Constitu-
ción se le daba un nombre que significaba esa identidad colectiva representa-
da en sus principios. Las formas arquetípicas se llamaron monarquía, aristo-
cracia y democracia, que significaban, respectivamente, la predominancia de
uno, los pocos o los muchos. Mientras que una forma específica se distinguía
por sus instituciones políticas, sus prácticas y concepción de la ciudadanía, la
idea de una forma también implicaba una manera particular de ser en el mun-
do expresada en correspondencia a valores y prácticas culturales. Una socie-
dad gobernada por una forma monárquica, por ejemplo, mostraría todo el
tiempo valores monárquicos (esto es, de preeminencia singular). De esta for-
ma, se esperaría que el padre de una familia o de un hogar, aunque se tratara
de un sujeto, gobernara sus “dominios” de una manera real. Luego entonces,
una forma no era una idea abstracta, sino el símbolo de un modo de vida dis-
tintivo y dominante.
No era extraño que los teóricos reconocieran la existencia de constituciones
híbridas o “mixtas” que combinaban elementos contrarios o en conflicto deriva-
dos ya fuera de sus arquetipos o de sus corrupciones (tiranía, oligarquía y go-
bierno de la plebe). Sin embargo, un híbrido no necesariamente significaba que
la identidad sustancial de las partes hubiera sido absorbida al unirse; el elemen-
to aristocrático no se aburguesó al ser incluido en un gobierno “mixto” o vice-
versa. Un híbrido tendía al “equilibrio” de los poderes, más que a su síntesis.
Las cla sificaciones persistieron en el siglo XX, pero después de la primera Gue-
rra Mundial, lo único que había sucedido con dos de esas formas, la monarquía
y la aristocracia (la nobleza por nacimiento o por adquisición), fue que habían
1 Max Weber, Economía y sociedad, 2ª ed., trad. de José Medina Echavarría, et al., FCE, México,
1964, p. 39.
726 SEGUNDA PARTE
desaparecido,2
mientras que el gobierno de la plebe, quizá con la única excep-
ción de los
momentos de excesos revolucionarios (por ejemplo, la “revolución
cultural” maoísta), nunca logró la estabilidad de una forma. Casi no se pensaba
en la oligarquía,
que había llegado a significar el gobierno de los pocos ricos,
aunque parecía un nombre adecuado para el poder del capital organizado po-
líticamente. Quizá esto se debía a la renuencia de los capitalistas a gobernar
abierta y directamente. O quizá la oligarquía había sido sustituida por el elitis-
mo, que es un poco más amplio, tiene matices más meritocráticos y probable-
mente hubiera migrado de la oligarquía y sus asociaciones peyorativas para
convertirse en una representación modernizada de la aristocracia en la era de
la democracia.
Por otro lado, durante la mayor parte del siglo por lo general se asoció la
democracia con lo “liberal” o “constitucional” para decir que un nuevo híbrido
“bueno” había empezado a existir. Mientras tanto, la tiranía se había meta-
morfoseado en una versión más suave, el autoritarismo tradicional, y en una
más dura, el totalitarismo.3 De esta forma, para mediados del siglo XX se ha-
bían inventado dos formas únicas, la democracia liberal y la dictadura totali-
taria. Mientras que la democracia liberal podía jactarse de tener una larga
genealogía que se remonta hasta los orígenes medievales del gobierno parla-
mentario, el totalitarismo representaba una nueva especie, más que sólo una
versión extrema del despotismo. Para principios del tercer milenio había ya
aparecido otra forma nueva o, posiblemente, la mutación de una reciente: la
superpotencia.
En teoría, la importancia de una Constitución (incluso la Alemania de Hitler
y la Unión Soviética de Stalin presumían de tener una) era que constituía el
Estado como el poder más formidable de la sociedad y, de manera simultánea,
legitimaba y contenía, o por lo menos regularizaba, el ejercicio de la autoridad
del Estado. Max Weber subrayó el poder como la esencia del Estado en su infa-
me formulación: “Un Estado es una comunidad humana que reclama (con éxi-
to) el monopolio del uso legítimo de la fuerza física dentro de un territorio de-
terminado”. Se decía que el monopolio del Estado por “medio de la violencia
legítima” era esencial si se deseaba que la autoridad del Estado fuera obedeci-
2 Véase, sin embargo, Arno J. Mayer, The Persistence of the Old Regime: Europe to the Great War
[La persistencia del antiguo régimen: Europa hacia la gran guerra], Pantheon, Nueva York, 1981.
Mayer desa ó la opinión convencional de que la burguesía había triunfado completamente antes
de 1914; él demostró la in uencia continua, incluso dominante, de elementos “feudales”.
3 Véase Roger Boesche, Theories of Tyranny: From Plato to Arendt [Teorías de la tiranía: de Platón
a Arendt], Pennsylvania State University Press, University Park, 1996; Alan Bullock, Hitler: A Study
in Tyranny [Hitler: un estudio sobre la tiranía], Harper, Nueva York, 1952; Karl Dietrich Bracher,
The German Dictatorship [La dictadura alemana], Praeger, Nueva York, 1970; Robert C. Tucker
(ed.), Stalinism: Essays in Historical Interpretation [Estalinismo: ensayos sobre interpretación his-
tórica], Norton, Nueva York, 1977.
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da.4 Weber agregó que “el concepto de Estado […] en su pleno desarrollo es
enteramente moderno”.5
Aunque la violencia legítima sigue siendo un elemento distintivo del poder
del Estado, y la violencia misma ya no es un Estado-monopolio, la formulación
de Weber omitió un factor importante —y continuo— que Aristóteles había in-
troducido dos milenios antes y al que Marx había vuelto a dar fuerza. Toda
Constitución, observó Aristóteles, contenía un elemento gobernante (politeuma)
en forma de una clase.6 Durante más de dos mil años, el conocimiento común
confiaba en que los grupos gobernantes avanzarían o defenderían sus intereses
de clase. Aunque una Constitución podía declarar que una forma particular se
dedicara al bienestar de todos sus miembros, inevitablemente se había cons-
truido una tensión entre el gobierno basado en los intereses de todos y el go-
bierno de una clase; la primera implicaba la inexistencia de un solo interés y la
segunda la tendencia de clase.
El punto no era sólo que se sospechara necesariamente que cada forma era
partisana, sino que en cada forma se había construido una ambivalencia. Una
clase que se ponía al frente como la gobernante también reclamaba la posesión
de algunas virtudes que la distinguieran, tales como la destreza militar, un senti-
do del honor muy cultivado o habilidades para gobernar; pero cada clase tenía
sus propios vicios: la arrogancia aristocrática, la codicia de la clase media y el
equilibrio democrático. Se decía que la igualdad era la virtud de la democracia
o del gobierno de los Muchos. Por otro lado, durante siglos, incluso los críticos
de la democracia reconocieron un pequeño valor a la igualdad, insistían en que
había una incompatibilidad fundamental entre el impulso de la democracia por
igualar y las raras virtudes de la competencia necesaria para gobernar.
Al principio de la segunda mitad del siglo XX y hasta el XXI hubo algunos
avances políticos que no se podían ubicar dentro de la teoría tradicional de las
formas. Se dio el surgimiento de formas sin forma, de la superpotencia y el te-
rrorismo que eran incompatibles.
SUPERPOTENCIA Y TERROR
¡Sí, borraré de las tabletas de mi memoria todo recuer-
do trivial y vano, todas las sentencias de los libros, to-
das las ideas, todas las impresiones pasadas, que co-
piaron allí la juventud y la observación!
SHAKESPEARE, Hamlet (1.5.100)
4 “Politics as a Vocation” [La política como vocación], en From Max Weber: Essays in Sociology
[De Max Weber: ensayos sobre sociología], ed. de H. H. Gerth y C. Wright Mills, Oxford University
Press, Nueva York, 1946, p. 78. El énfasis y los paréntesis son del original.
5 Weber, Economía y sociedad, p. 45.
6 Aristóteles, Política, Gredos, Madrid, 1988, III.6.10-15.1278b.

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