El Plan de Iguala

AutorMagdalena Martínez Quirarte
Páginas15-30
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INTRODUCCIÓN
S
IN DUDA alguna lo más valioso que se logró en el siglo XIX fue la con-
sumación de la Independencia de México en 1821 y los documentos
que lo fundamentan son: el Plan de Iguala, los Tratados de Córdoba y
la firma del Acta de Independencia. El Plan de Iguala, proclamado el
24 de febrero de 1821 (con tres garantías fundamentales: religión,
independencia y unión de los mexicanos y 23 artículos) y que refuerza
su independencia, además se complementa con los Tratados de Córdoba
(contiene 17 artículos), que a pesar de no tener características propia-
mente de una constitución, se reconoce la independencia de la Nueva
España, es firmado en Córdoba, Veracruz, el 24 de agosto de 1821 por
Juan de O’Donojú (último virrey de Nueva España, “Conde del Vena-
dito”) y Agustín de Iturbide (comandante del Ejército Trigarante). De
manera breve, se trataran los acontecimientos más relevantes.
ANTECEDENTES
Fueron muchas causas internas y externas que fortalecieron a las colo-
nias a pensar en la posibilidad de un gobierno libre del imperio español.
Por dondequiera que se realizaban reuniones se buscó la mejor manera
de lograr un consenso, una unidad de pensamiento para establecer su
propio gobierno.
El imperio español, después de 300 años, no se daba cuenta que
las cosas se habían modificado; los desórdenes de la realeza española
dieron lugar a profundas reflexiones en los habitantes de América,
pensando en la posibilidad de poder gobernarse a sí mismos; aunque
en un principio la lucha no fue en contra del monarca, sino del mal
gobierno.
*Doctora en Derecho. Docente e investigadora de la Universidad de Guadalajara, PRODEP, y miembro del SNI, nivel I.
ESTUDIO CRÍTICO
El Plan de guala
Magdalena Martínez Quirarte*
MAGDALENA MARTÍNEZ QUIRARTE
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La limitación al poder de los monarcas absolutos era una alternativa que los pueblos re-
clamaban, una participación más activa de los diferentes sectores de la sociedad. Esto se fue
consolidando con las promulgaciones de las Constituciones francesas y estadounidense y con
la proclamación de los derechos del hombre en agosto de 1789. La sociedad de la Nueva
España conoció esos cambios e ideas y los deseo para sí. Las conspiraciones en contra de la
Corona comenzaron a suscitarse. El problema en la Nueva España fue que se desencadenó
una lucha muy violenta que lo único que desató fue el odio y la desunión entre sus habitantes y la
destrucción de su riqueza. Don Miguel Hidalgo, cura descontento con la desigualdad social, y
algunos criollos (civiles y militares) comenzaron la lucha en el año de 1810. Por esta violencia,
otros criollos, aunque deseaban la Independencia, no la aprobaron en este primer momento.
Entre ellos se encontraba Agustín de Iturbide, nacido en Valladolid el 27 de septiembre
el año de 1783, hijo del vasco José Joaquín de Iturbide y Arregui y de la criolla michoacana
Josefa de Arámburu y Carrillo de Figueroa. Joven e inquieto militar, preocupado por los pro-
blemas de su patria, en 1810 Hidalgo le ofreció la banda de teniente general si se unía a la
insurgencia; misma banda que él no aceptó porque ya el movimiento insurgente, dados los
terribles acontecimientos de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato, y por la ola de des-
trucción que iba causando, se fue desprestigiando y provocó un gran temor entre españoles y
criollos. Más tarde, destacaría combatiendo eficazmente a los insurgentes.
A Hidalgo le sucedieron otros caudillos, quienes lucharon contra un ejército realista con-
for mado, en gran parte, por hombres nacidos en América: criollos, mestizos y mulatos, princi-
palmente,1 entre ellos estaba José María Morelos y Pavón, que después de su muerte, en 1815,
el movimiento insurgente empezó a decaer, ya que los diversos grupos que luchaban por la
independencia se habían dividido, y el gobierno virreinal, presidido por el General Félix
María Calleja, ofreció indultos a los principales líderes insurgentes, y a los que no aceptaron
el perdón, los persiguió hasta acabarlos o meterlos en prisión, además de que, de los pocos
jefes insurgentes que quedaban en pie de lucha, ninguno tenía la capacidad ni el carisma,
para tomar el mando del resto de los luchadores por la Independencia.
De los que sobrevivían en 1815, el que tenía más méritos era Manuel Mier y Terán, quien
tenía capacidad militar, y el concepto de que no era necesario escribir leyes, ya que la Nueva
España todavía era colonia de España. Por su parte, el Coronel Mier y Terán armó y disciplinó
a sus tropas, y estableció su cuartel en el Cerro Colorado, lugar localizado en el cruce de los
caminos entre Puebla, Veracruz y Oaxaca, en donde se mantuvo por más de dos años, hasta
que, a principios de 1817, fue acorralado y vencido.
Una vez derrotado Mier y Terán, el virrey Juan Ruiz de Apodaca (1816-1821), tenía la
seguridad de que el territorio de la Nueva España estaba completamente pacificado, pues
sólo quedaban algunas pequeñas zonas, donde había grupos de insurgentes que actuaban,
más como bandoleros que como libertadores, como era el caso de los independentistas del
Sur (actual estado de Guerrero), Veracruz y Guanajuato.
Sin embargo, el 15 de abril de 1817, un joven español llamado Francisco Xavier Mina,
despertó y dio un nuevo impulso al movimiento insurgente. Mina era de ideas liberales y defen-
día la Constitución de Cádiz. Perseguido por los monarquistas, sale de España para refu-
giarse en Francia y después pasa a Inglaterra, donde conoce al mexicano Fray Servando Teresa
1Silvia Martínez del Campo Rangel, El “Proceso” contra Agustín de Iturbide, Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM, www.juridi-
cas.unam.mx/publica/librev/rev/hisder/cont/15/…/cnt11.pdf, pp. 292-293.

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