El Plan de Guadalupe: punta de lanza

AutorJosé Muñoz Cota
Páginas43-52

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“Don Venustiano, con esa palabra un poco nasal a veces, pero clara y siempre completa, sin que una sola sílaba se perdiera en la elocución, discute. Si el plan es demasiado complicado y contiene promesas que puedan juzgarse excesivas, tendrá el inconveniente de crearnos enemigos mortales entre los terratenientes y en cambio el pueblo desconfiará de él porque todos los planes se han caracterizado por no cumplirse nunca…

Aldo Baroni

Hay páginas en la historia que quisiéramos poder borrar definitivamente; hechos que muerden la conciencia; pasajes que lastiman, hieren, ofenden, la dignidad humana.

El asesinato de Francisco I. Madero y de Pino Suárez, es algo más que un crimen, es, decididamente, una ignominia.

Nada lo justifica ni lo explica. Se puede, dentro del necesario debate en busca de un juicio histórico, discutir la política de Madero, su ideología, su actitud frente a los problemas de la tierra y sus diferencias notorios con Zapata.

Están a la mano algunos testimonios: el discurso de Madero al poner la primera piedra del monumento a Aquiles Serdán, la entrevista concedida a los periódicos de la época, donde, de manera más o menos clara el apóstol de la democracia deslindó su posición frente al agrarismo. Existe el pasaje en que el general Gildardo Magaña relata la conversación con Emiliano Zapata y en la que —según Magaña— el inquieto maestro de la rebeldía contra don Porfirio, instó al caudillo del Sur a retirarse, a dejar pendiente la petición de tierras para cuando las cosas se asentaran, ofreciéndole en cambio una hacienda en el Estado de Veracruz, idea que encolerizó al suriano.40Tenemos ante los ojos, también, el brillante, apretado, valiente alegato de Alfonso Tarecena, defensor, el primero de la limpia ejecutoria de Francisco I. Madero, explicando la acción agrarista del coahuilense, la acción obrerista del mismo, su acción social, todo ello truncado por el nefasto golpe de Estado cuya repercusión, el

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hecho más rufianesco de la historia, tiró por la borda los principios de la paz y de la constitucionalidad.41Dos posturas antagónicas, dos opiniones, dos puntos de vista, la obra del doctor Luis Lara Pardo42y la biografía con sentido maderista del historiador José C. Valadés.43El alud se precipitó en forma devastadora. Cayeron los elementales principios de la dignidad y del decoro.

La muerte del apóstol Madero, cobró, así los perfiles de una tragedia esquiliana. Se sabe que tanto Venustiano Carranza, gobernador del Estado de Coahuila, como Emiliano Zapata, caudillo en el Sur, advirtieron —a Madero de los peligros existentes que todo mundo vio, menos él —y lo invitaron a salir de la capital refugiarse en Coahuila o en Morelos y principiar así otra guerra de tres años; pero al llamado del destino, a la existencia de la muerte, respondió Madero con la estatura de un héroe auténtico.

Inclusive, no aceptó la ayuda que Márquez Sterling le ofreciera para rehuir el peligro inminente.44Un relámpago, un rayo, no hubiera provocado un desbarajuste semejante. ¡Dejad, cuando menos, que enterremos a nuestros muertos!... este fue el grito de los diputados maderistas en la sesión tremenda de la XXVI Legislatura, cuando Alfonso Cravioto pronunció uno de los más conmovedores discursos que se hayan dicho.45Pero el chacal Victoriano Huerta estaba ebrio de poder y de vino y pasó por la escena nacional con sus anteojos oscuros, arrastrando el sable, balanceando el cuerpo a tumbos de alcoholismo y de dictadura. Se rompieron los lazos constitucionales que normaban al país. Al garete la nación. Cuando los sempiternos enemigos de todo intento revolucionario se solazaban con la vuelta a los tiempos dorados del porfirismo, con afán de retrotraer la historia, entonces, independientemente de que Emiliano Zapata continuaba, leal con el surco y con la milpa, levantado en armas, por el Norte se iniciaron las voces de una protesta general.

A un lado los incidentes —meramente anecdóticos— que se multiplicaron entre Venustiano Carranza y Maytorena, o la búsqueda de un jefe para encabezar el movimiento constitucionalista, en pos de la reconquista de la ley, del orden, de las instituciones, el pueblo glosó, con popular corrido, la actitud del varón de Cuatro Ciénegas.

“Don Venustiano Carranza gobernador de Coahuila, para salvar a su pueblo, anda arriesgando la vida…”

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El “corrido” tiene la jerarquía de ser la voz del pueblo. Noticia y relato de hechos, sucedido, dramas, levantamientos, asonadas, descarrilamientos, de todo lo que acontece da cuenta el corrido que, de este modo se transforma en una especie de correo que va de población en población, informando al nutrido auditorio que se congrega en torno al típico cantador, en espera de que luego circulen las hojitas impresas, a colores, y, sobre todo las antiguas, ilustradas con sendos grabados del genial Guadalupe Posadas. Podríamos seguir las crónicas de la Revolución Mexicana repasando estas publicaciones volanteras.46Don Venustiano Carranza, avanzó rodeado de “sus muchachos”, a rescatar la sangre de Madero; en pos de la constitucionalidad secuestrada.

Se puede recurrir a numerosas publicaciones para fijar el retrato de este excepcional varón, factor en el cambio de rumbo de la historia. Hay, ya, multitud de historias de la Revolución —matizadas con el partidarismo natural—; pero es preferible reproducir el cuadro que ha pintado una de las mayores glorias de nuestras letras, el novelista Martín Luis Guzmán quien, en su obra nos dice: “después del candor democrático de Madero, creía notar en él algo que me hacía pensar en don Porfirio tal cual lo vi y lo oí la última vez. Pero así y todo confieso que a primera vista nos frustró mis esperanzas de revolucionario en cierne. En aquella primera entrevista se me apareció sencillo y sereno, inteligente, honrado, apto. El modo como se peinaba las barbas con los dedos de la mano izquierda —la cual metía por debajo de la nívea cascada, vuelta la palma hacia afuera y encorvados los dedos, a tiempo que alzaba ligeramente el rostro— acusaba tranquilos hábitos de reflexión, hábitos que no podía esperarse —así lo supuse entonces— nada violento, nada cruel. “Quizás —pensé— no sea éste el genio que a México le hace falta, ni el héroe, ni el gran político desinteresado, pero cuando menos no usurpa su título: sabe ser el Primer Jefe.”47No cabe dentro de la intensión de este ensayo insinuar un juicio de valor acerca de don Venustiano Carranza a quien, los carrancistas, exaltan la hipérbole; a...

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