Los tres pilares de Rusia en America Latina (despues de la Guerra Fria).

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Introducción

A lo largo de su historia, Rusia ha sido un polo de poder influyente, primero regional y luego mundial, disputándose el papel de primera potencia con Estados Unidos en la Guerra Fría y cosechando espacios de influencia en diversas regiones en oposición a la influencia estadounidense. Con el impulso de la ideología soviética hacia otros continentes se amplió la presencia del binomio Rusia-Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en Latinoamérica en la segunda mitad del siglo XX, primero de manera tímida, luego marginal y por último fallida con Guatemala a principios de los años cincuenta. Para ese momento Stalin no estaba listo para desafiar abiertamente la hegemonía estadounidense en el subcontinente, y luego logró una presencia regional importante a partir de la década de 1960 con Cuba como pivote. En la primera mitad de los años setenta aumentó la interacción con Sudamérica, sobre todo con Chile y en menor medida con Argentina, pero fue cortada de tajo por los golpes militares que ambos países experimentaron. Con el triunfo de la Revolución Sandinista en 1979, Nicaragua se convirtió en el segundo aliado en importancia de la URSS en Latinoamérica en los años ochenta, situación que duró hasta la derrota del Frente Sandinista en las urnas en 1990, un año antes del colapso de la URSS.

La debacle de la URSS en diciembre de 1991 produjo de inmediato una implosión en Rusia y una retractación importante de su posición de poder y su influencia internacionales. Las relaciones con Latinoamérica perdieron dinamismo en los años noventa en comparación con lo que habían sido una o dos décadas antes, pero sin que esto significara un estancamiento. Los lazos con los diversos países de la región comenzaron a cultivarse de una manera pragmática, desprendiéndose de la ideología, sobre todo con Brasil, Argentina y Chile. Las relaciones con Cuba sufrieron significativamente al ser consideradas un vestigio de la Guerra Fría, pero no fueron abandonadas, sino que se les siguió estimulando en la medida de lo posible, pero bajo los criterios del realismo político y las consideraciones de mercado, dejando atrás el fraternalismo entre Estados proletarios de la época soviética.

El fin de la era Yeltsin en diciembre de 1999, con la renuncia del mandatario debido a problemas de salud, abrió paso a una nueva etapa de las relaciones internacionales del país, caracterizada por la reafirmación de posiciones geopolíticas y una mejora sustantiva de los lazos con Latinoamérica. El simbólico año 2000 coincidió con una coyuntura económica internacional favorable que incluía precios altos del petróleo, lo que impulsó el resurgimiento de Rusia en la primera década del siglo XXI como un protagonista internacional significativo. El presidente Vladimir Putin, ex oficial de inteligencia del Comité para la Seguridad del Estado (KGB, por sus siglas en ruso), promovió el fortalecimiento interno basado en un nacionalismo concentrador de aristas sociales, y sobre éste se sustentó el retorno internacional de Rusia como un actor relevante, mediante el ejercicio de una política exterior enérgica, fundamentada sobre todo en el pragmatismo y en una orientación multivectorial, dirigida a diversas latitudes del planeta y del sistema internacional multilateral.

Creadas las bases para el relanzamiento internacional de Rusia como un país sólido, estable, próspero y poderoso, con renovadas cualidades de potencia, que fuera parte tanto de Europa como de Asia, se inició una campaña de búsqueda de socios significativos en lo político y en lo económico en el mundo. Con una orientación diversificada, encaminada a la generación de equilibrios internacionales, impulsó la edificación de un escenario multipolar como alternativa al unipolar que consideraba estaría dominado por Estados Unidos. Identificada como uno de los polos mundiales de influencia en surgimiento, Rusia prestó una atención creciente a América Latina, a pesar de la relativa lejanía geográfica. Las relaciones ruso-latinoamericanas se impulsaron con todos los países, así como con sus respectivas organizaciones regionales, sobresaliendo por su intensidad geopolítica-económica y compromiso mutuo aquellas con Brasil, Venezuela y de nuevo Cuba, seguidas de cerca por Argentina como su segundo socio comercial latinoamericano (aunque muy por debajo de los intercambios ruso-brasileños), México, Chile, Ecuador, Nicaragua y Bolivia.

El caso Cuba

Las relaciones entre Rusia y Cuba iniciaron en 1902 con el reconocimiento de la isla como un país independiente. Los contactos se interrumpieron en 1917 con la Revolución Rusa para ser establecidos posteriormente con la URSS en 1942; fueron suspendidos de nuevo en 1952 en el contexto de la Guerra Fría por decisión del gobierno de Fulgencio Batista y se reestablecieron en mayo de 1960, tras el triunfo de la Revolución Cubana. Después de la crisis de los misiles, que enfrentó a la nueva alianza cubano-soviética con Estados Unidos, y una frontal oposición por parte de Washington a la Revolución Cubana, Fidel Castro realizó una histórica visita oficial a la URSS en 1963. No fue sino hasta 1989 que un líder soviético visitó Cuba, en lo que técnicamente constituyó la única visita de un premier ruso a Latinoamérica y el Caribe.

Sin embargo, el encuentro entre Mijail Gorbachov y Fidel Castro se vio empañado por las divergencias de fondo entre ambos líderes en cuanto a las reformas sociopolíticas y económicas que estaban surtiendo efecto en la URSS, así como por el desmoronamiento en marcha del bloque socialista, del que Cuba formaba parte. Tras fallar de manera contundente el intento de la vieja guardia por retomar el control del coloso soviético y acontecida, de manera irreversible, la debacle de la URSS, Cuba reconoció a la Federación de Rusia como Estado sucesor en diciembre de 1991.

Cuba fue el principal --y también el más estable-- aliado geopolítico, ideológico y socioeconómico de la URSS en Latinoamérica durante la Guerra Fría, en ocasiones el único, promediando en su momento de 7 a 10 mil millones de dólares anuales en intercambios, una cantidad en verdad impresionante, comparable con el total del comercio ruso-latinoamericano en los primeros años de la década del 2000. A lo largo de sus relaciones, la parte fundamental del comercio se concentró en el trueque de azúcar cubana por petróleo ruso, primero en operaciones comerciales subsidiadas por la URSS y desde los años noventa a precios internacionales de mercado.

Aunque el comercio bilateral se desplomó a una décima parte de lo que era en los años noventa, siguió registrando montos relevantes en comparación con los de la mayoría de los países latinoamericanos, oscilando entre 500 y mil millones de dólares anuales. Mientras, los intercambios de azúcar por petróleo se debilitaron de manera considerable, pasando de un promedio de 4 millones de toneladas de azúcar exportadas a Rusia entre 1960 y 1991, a alrededor de 1 o 1.5 millones de toneladas, e incluso considerablemente menos en la década de los años noventa, con una reducción proporcional de los suministros petroleros enviados por Rusia. Durante la década del 2000 continuó el declive comercial bilateral, pasando de 930 millones de dólares en 1999 a 385 millones en 2000, con una breve recuperación en 2001 a 500 millones, para descender a un promedio de 250 millones en años siguientes (230 millones en 2006, 290 en 2007 y 260 en 2008). En materia política, los lazos bilaterales sufrieron en los años noventa porque habían estado permeados por la ideología, pero se recuperaron a partir del 2000, en gran parte por la voluntad del presidente Putin de renovar los lazos "estratégicos". A pesar de las dificultades, los desencuentros y el abandono mutuo de la década de 1990, Cuba siguió siendo, por mucho, el principal socio de Rusia en la región, incluso hasta los primeros dos o tres años de la década del 2000, cuando surgieron otros países como socios importantes en Latinoamérica. (1)

Para reordenar las relaciones bilaterales tras el colapso de la URSS, el liderazgo ruso recibió en Moscú, en noviembre de 1992, al vicepresidente del Poder Legislativo cubano, Lionel Soto; reunión que tuvo como resultado la frma de un Acuerdo de Cooperación Comercial y Económica, sentando las bases para las nuevas relaciones bilaterales con enfoques de mercado; asimismo, se concretó un Acuerdo para el establecimiento de la Comisión Intergubernamental de Cooperación Económica, Comercial y Científico-Técnica para el desarrollo práctico de estas esferas, y un protocolo para el comercio y los pagos, proyectando las características del comercio en los próximos años incluyendo el mantenimiento del esquema "azúcar por petróleo", pero bajo parámetros de mercado. Se acordó intercambiar 1.5 millones de toneladas de azúcar por 2.3 millones de toneladas de petróleo y 0.5 de diesel en 1993.

En los años subsiguientes, los montos se vieron modificados conforme a la capacidad de producción azucarera de la isla, que enfrentaba crecientes problemas, así como por las variaciones del precio internacional de las materias primas. Por otra parte, se llegó al acuerdo de mantener en funcionamiento el centro de inteligencia radioelectrónica en la localidad cubana de Lourdes, desde donde se realizaba un extenso monitoreo de las comunicaciones radiales de Estados Unidos y que permitía hacer enlaces entre los submarinos nucleares rusos en el Atlántico, lo cual tenía un gran valor militar ante la falta de puertos rusos en ese océano. Sin embargo, no se encontró una solución al problema de la deuda de 20 mil millones de dólares que Cuba debía a la URSS. (2)

En reciprocidad, en mayo de 1993, el primer viceprimer ministro ruso, Vladimir Shumeiko, visitó La Habana, entrevistándose con el presidente Fidel Castro y con su homólogo Lionel Soto, y suscribieron un memorando de cooperación mutua. El dignatario ruso subrayó que a partir de entonces se pasaba, en definitiva, a una interacción bajo parámetros de...

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