El período religioso de los escolásticos
Autor | Rubén Pacheco Inclán |
Cargo del Autor | Egresado por la UNITEC como Licenciado en Derecho |
Páginas | 54-64 |
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LECCIONES DE ÉTICA. Conociendo el proceso histórico
La paulatina transición en la losofía helenístico-romana del punto de vista
ético-religioso tuvo sus internas causas en esta losofía, así como sus móviles,
en las imperiosas exigencias de la época. Cuanto más íntimamente tomaban
contacto los sistemas entre sí, tanto más se puso de maniesto cuan poco podía sa-
tisfacer la losofía la tarea que ella misma se había propuesto: conducir al hombre,
mediante seguro conocimiento, al reino de la virtud y de la felicidad, a la interna in-
dependencia del mundo.
Si la corriente escéptica de ese tiempo, cada vez más extendida, enseñaba ya que
la virtud más bien reside en una per manente abstención de saber que en el saber
mismo, entre los estoicos se abría paso, con creciente éxito, la opinión de que su ideal
del sabio, diseñado de modo tan estricto y severo, no era susceptible de realizarse por
entero en hombre alguno. De tal suerte se convierte en lugar común de las diferentes
escuelas la idea de que el hombre por su propia energía no puede llegar a ser ni sabio
ni virtuoso, por tanto, tampoco feliz.
Si ya en la losofía se había despertado un estado de ánimo propenso a reconocer
una instancia de orden superior para cumplir los objetivos morales de los hombres,
las doctrinas teoréticas contenían un gran número de momentos religiosos. A no du-
dar, los epicúreos rechazaban deliberadamente estas cosas; pero los estoicos les dis-
pensaban una grata acogida.
En estos, la metafísica no sólo busca el principio de la moral en un precepto divi-
no; la teoría del pneuma ofrece también la posibilidad de suministrar a las creaciones
místicas signicación losóca, que puede incluso comunicarse a todas las formas del
culto. En n, no se olvidaba el monoteísmo del espíritu de la losofía de Aristóteles y
aquel rasgo idealístico, por obra del cual Platón había buscado la permanente esen-
cia de las cosas en un mundo superior de naturaleza suprasensible.
Pero, puntualmente, este dualismo, que oponía el mundo terrestre de lo perece-
dero al mundo suprasensible de lo divino, se manifestaba, al n de cuentas, como la
exacta expresión de aquel interno dilema metafísico que surcó la vida entera del en-
vejecido mundo grecorromano. Sin duda, el ansia del placer aún celebraba sus orgías
en el vértigo del poder y de las pasiones; pero de su propio seno surgió, por hastío y
tedio, un nuevo afán hacia alegrías más puras y elevadas; y al advertirse las mons-
truosas diferencias que traía consigo el estado social del Imperio Romano, se volcó
plena de nostalgia hacia un mundo mejor, la mirada de los millones de seres que se
veían excluidos de los bienes terrestres. De este modo se despertaba por doquier un
apasionado y hondo afán de bienaventuranza, una apetencia hacia lo supraterreno,
un impulso religioso sin igual.
Esta vitalidad del movimiento religioso se maniesta desde luego en la ansiosa
acogida que encontraron en el mundo grecorromano los cultos exóticos, en la mezcla
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