Pedro Frank de Andrea

AutorAndrés Henestrosa
Páginas791-793
aguas transparentes, en cuyo fondo podía verse una arenita blanca que se mo-
vía al impulso de la corriente. Cantaban los pájaros, ocultos en la enramada;
los rayos del sol se filtraban por entre las ramas de unos árboles gigantes,
quebrándose en aquellos cristales; cruzaban de una orilla a otra, mariposas
como enormes flores con alas. El colibrí, con esa su ligereza que espeluzna, me
quedó desde entonces en los ojos.
Nuestras bestias, a las que habíamos aflojado las riendas, bebían plácida-
mente. Hono y yo nos quedamos viendo asombrados, atónitos, silenciosos. Y
echamos a andar sin rumbo. De repente, nos encontramos con vereda conoci-
da, a unos pasos de nuestra casa. Nunca, por más que la buscamos, volvimos
a encontrar aquel sitio. Pero aquel lugar, si ya no existía, había existido, y si
nosotros no, algunos de nuestros remotos antepasados lo había visto, lo había
habitado. Y, ¿no será ésta una evidencia de que el hombre estuvo alguna vez
en el Paraíso Terrenal?
1o. de octubre de 1961
Pedro Frank de Andrea
Hace algún tiempo que vengo pensando dedicar esta Alacena a un gran amigo de
las letras mexicanas, al par que su celoso cultor, en la doble condición de lector
y de librero. Amigo de las letras mexicanas, porque frecuentó su trato cuando
estudiante en nuestra Universidad, en un tiempo en que no era su deber escolar
leer libros mexicanos que fueran estrictamente los académicos; luego su cultor
porque se dio a cazar los más raros y desconocidos, con la misma paciencia y de-
leite con que un coleccionista de gemas se da a buscarlas y cuando las tiene las
guarda celoso, pero las acaricia, las ve a distinta luz, las muestra. Quiso después
que esos libros no corrieran el riesgo de perderse como es regular que ocurra
donde no abundan los bibliófilos ricos, entonces los propuso a quien pudiera
adquirirlos, a la vez que garantizara su custodia permanente. Así, muchas de
esas alhajas de la bibliografía mexicana se encuentran en sitio seguro: en bi-
bliotecas nacionales y extranjeras y en manos de particulares de aquí y de fuera.
El trato con los libros, con las imprentas, con los escritores conduce más tarde
o más temprano, a escribirlos, a editarlos. Y Pedro Frank de Andrea acabó por
escribirlos, por editarlos, con los mil riesgos que esos extremos suponen.
AÑO 1961
ALACE NA DE MINUCI AS 791

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