El Papel de la Institucionalidad Democrática en el Combate a la Violencia Política como Reto de la Post Transición en América Latina

AutorDr. Santiago Nieto Castillo
CargoTitular de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales de la PGR
Páginas48-52

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Han pasado más de 4 décadas desde aquel día que un viejo sabio italiano publicara un libro llamado a convertirse en la columna vertebral de la discusión sobre la democracia a finales del siglo xx. En las páginas de El futuro de la democracia1, encontramos el espejo en el que el Quijote veía reflejada su triste figura. Es la imagen fiel de la democracia formal en aquellos años, sufriendo los embates de las falsas promesas que no se cumplieron y de los obstáculos no previstos que terminaron por imponer trabas al proceso democratizador. A pesar de ello, Bobbio reconocía con la frase de Galileo, que “y sin embargo, se mueve”. La democracia era (y es) la única vía. El único camino. Los valores de la tolerancia, la evolución social, la pluralidad, propios del modelo democrático, ganaban (hoy debatimos si todavía lo hacen) espacios en la vida cotidiana. Eran los días en que más naciones se convertían en espacios democráticos, que quienes sucumbían en la obscuridad de los regímenes autoritarios y totalitarios.

En ese marco, México experimentó, al igual que la mayoría de los países de América Latina y Europa del este, un proceso de transición democrática al que Samuel Hungtinton2 denominaría la tercera ola democrática. Un período que abarcó, desde la rebelión de los claveles en Portugal, hasta la caída del muro de Berlín. En esos años, a partir de procesos de reforma constitucional, se perfeccionaron los sistemas electorales en la región; se establecieron tribunales constitucionales, consejos de la magistratura y ombudsman; se desarrollaron nuevos derechos fundamentales y una mejor tutela de los mismos; se constitucionalizaron los partidos políticos y los órganos autónomos.

El modelo del Estado Constitucional de Derecho que había surgido en la Europa Occidental de la posguerra adquiría carta de naturalización finalmente en la región latinoamericana. Con 40 años de atraso, pero ahí estaba la transición democrática acompañada o precedida por un proceso de reconstitucionalización de las américas. La victoria de la demo-cracia liberal y el libre mercado pare-cía definitiva. Al menos, eso pensábamos en la época en que se hablaba del fin de la historia y rozábamos el fundamentalismo democrático.

En el caso mexicano, 3 o mejor dicho 4 generaciones de reformas electorales construyeron un sistema electoral modélico. La primera, la de las reformas de 1977 y 1987 significó la pluralidad en la Cámara de Diputados a partir de la representación proporcional.

La segunda, la de las reformas de 1990, 1993 y 1994 construyeron la institucionalidad electoral en una triada organizativa administrativa, jurisdiccional y de procuración de justicia penal electoral. La tercera, de las reformas de 1996, 2007 y 2011, generaron un modelo de control constitucional y convencional en la materia electoral aplicable en diferentes medidas, por todas las autoridades electorales. Como ha señalado José Woldenberg en otro clásico, La mecánica del cambio político3, la transición democrática mexicana implicó la gestación de un sistema de partidos plural y de una institucionalidad electoral sólida. A estas 3 generaciones habría que incorporar una cuarta, que puso énfasis en la democracia directa y las candidaturas independientes, como se advierte del contenido de las reformas constitucionales de 2012 y 2014.

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El sistema electoral mexicano es paradigmático. Sin embargo, pese a los innegables avances, el nivel de satisfacción con la democracia es el más bajo de la región. No solo eso. En el ámbito global, vemos cómo se construye un voto anti valores democráticos que no ayuda al sistema. ¿Cómo explicar el triunfo de un misógino racista en una de las democracias más antiguas del planeta? Como ha planteado Jorge Volpi, del discurso de Trump al de Hitler sólo existe una cuestión de grado. Ambos llegaron a partir de procesos democráticos con un discurso abiertamente anti democrático. Desafortunadamente no es el único caso. ¿Cómo explicar el triunfo del NO en el proceso de paz de Colombia? ¿El triunfo del Brexit en Inglaterra que busca el aislacionismo? Un voto antisistema. Es claro que estos ejemplos convergen en un voto de hartazgo en contra del establishment. Un voto contra los valores democráticos.

El sistema electoral, como tal, no es el problema. Hay que ser enfáticos en esto. No es contar los votos. Es pensar por qué se vota así. El voto anti sistema no es necesariamente negativo. En gran medida, las transiciones democráticas del mundo y las alternancias en el ejercicio guberna-mental se dan también por la crítica ácida en contra de los gobiernos a partir de la libertad de expresión. Un voto antisistema que pugnaba por los valores democráticos. El problema está en el tipo de discurso anti sistémico que vemos, marcadamente antidemocrático, vota contra la paz; vota por el aislamiento y no por la integración; vota por proyectos racistas, xenófobos, intolerantes, discriminadores de las mujeres, por programas violatorios de derechos humanos. Esta mutación del discurso antisistema de los derechos al fundamentalismo ultra conservador revive prácticas y grupos que pensábamos que ya solo existían como una nota al pie vergonzosa en el...

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