Pantaleón Tovar, poeta olvidado

AutorAndrés Henestrosa
Páginas738-740
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ANDRÉS HEN ESTROS A
“Estudia”. Este soneto es el primero –lógico es– del tríptico: “Estudia, trabaja,
descansa” del poeta venezolano Elías Calixto Pompa.
Ni sabio ni amigo personal suyo, pero eso sí, alguien a quien sus Alacenas
y otras razones han enseñado a quererle y admirarle, queda a sus muy aprecia-
bles órdenes: en Colombia Núm. 67-11, zona 1.
Fernando Pineda P. incluye en su carta copia del tríptico, con las refe-
rencias complementarias del Parnaso venezolano en que aparece, y que no in-
cluimos en este lugar porque el problema –probar que el soneto no es de
Martí– queda ya suficientemente resuelto.
Por lo que toca al autor de esta columna nada más habrá que decir que se
siente muy satisfecho de descubrir que sus esfuerzos por mantenerla al día,
alcanzan en premio –ninguno otro mejor– de tener un lector, así de enterado
y de afectuoso.
¿Puede aspirar a otra cosa quien escribe para instruir y entretener las horas?
No. Verdaderamente no hay otro galardón más alto que este galardón.
11 de diciembre de 1960
Pantaleón Tovar, poeta olvidado
Las historias literarias apenas si mencionan ya a Pantaleón Tovar. Su nombre,
como el de otros escritores de efímero fulgor, ha caído en el olvido. Y, sin embargo
no lo merece. Poeta, dramaturgo, periodista, soldado de la patria, reclama que
alguno estudie su obra y lo sitúe en el marco de nuestro desarrollo literario. En
su tiempo gozó de fama: por sus versos, por sus dramas, por sus novelas. Discutió
sobre crítica literaria con el joven Manuel Gutiérrez Nájera; llevó obras a la escena.
Su nombre sirvió a José Zorrilla para ejemplificar la suerte que corren en nuestro
medio los escritores: de su drama Una deshonra sublime se vendieron diecisiete
ejemplares, no obstante que fue ruidosamente aplaudida cuando se representó.
Un soneto suyo fue presentado por Luis G. Urbina como típico del roman-
ticismo mexicano, tras de aparecer en Las cien mejores poesías (líricas) mejica nas,
escogidas por Antonio Castro Leal, Manuel Toussaint y A lberto Vázquez del
Mercado en 1914.
Frecuentemente se atribuye a Urbina, cuando no a los autores de la antolo-
gía mencionada, el descubrimiento de esta temprana flor de nuestro romanti-

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