Origen de la leyenda

AutorAndrés Henestrosa
Páginas537-539
Si otra cosa no hiciera, le bastara con estar, con ser. Tiene su presencia
signos de distinción, de hálito apacible, que en rueda de hombres y de muje-
res, sobresale. Muy bien pudiera decirse que en las letras mexicanas, donde
abunda la pasión sin gobierno, Gris elda sabe poner y transmitir una lección
de compo stura y de seren idad. Si algun a vez qu isieras saber qu é es lo q ue
se debe hacer en cada caso, pregúntaselo a Griselda, lector.
26 de enero de 1958
Origen de la leyenda
Es un frecuente estado de ánimo considerar las leyendas como eso: como meras
leyendas, es decir, como cuentos fantásticos, como sueños de escritores, como
rosas que inventa la inteligencia de los hombres. Las leyendas son eso: pero
también algo más: son la manifestación primera de la inteligencia humana, la
guía que si no reconstruye la historia de los pueblos, sí dibuja su espíritu, lo que
a ratos vale más. La leyenda es el hilo que lleva al ovillo del alma primitiva.
Quizá la leyenda nació en una cueva, en tiempos muy remotos. Un hom-
bre primitivo, un cazador, por ejemplo, vuelve un día al hogar, y cuenta una
gran proeza: haber vencido a un animal feroz, de una pedrada o de un tiro de
su cerbatana. Orgulloso de sí mismo, enajenado por su propia voz, sintiendo
que su importancia crece en la tribu, cuenta los pormenores de la singular
contienda, recreándose en el relato. El animal feroz lo había atacado de im-
proviso. Los dioses monstruosos del trueno y del relámpago, y las nubes que
adoptan formas caprichosas se habían confabulado en su contra. Y la batalla se
vino desigual, tremenda. Al fin, espantados, los dioses enemigos huyeron y el
animal cayó muerto a los pies del hombre valiente. Entre las nubes salió el sol,
alumbrando los seres, el valle y el soto. Y entonces una mujer, sin cuya presen-
cia no hay triunfo cabal, vino a condecorar al vencedor con el mirto y el laurel,
cortados allí cerca, por sus propias manos. Así, más o menos, nació la primera
leyenda. Se basaba en un hecho real, pequeñito como un grano de arena.
La imaginación adornó el acontecimiento, agigantó el grano. Nació cuando el
hombre no temía mentir, cuando la mentira era todavía la fiel imagen de la
verdad y viceversa. Cuando el hombre, gramaticalmente, fabulaba, es decir,
hacía fábulas, que eso quiso decir fabular o fablar de los orígenes.
AÑO 1958
ALACE NA DE MINUCI AS 537

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