Opúsculo por la República

AutorAndrés Henestrosa
Páginas212-214
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ANDRÉS HEN ESTROS A
suceso mundano, capaz de distraerlo un momento. Muy bien lo sabía, y lo dice
en Cuentos vividos y crónicas soñadas. Y, sin embargo, bastaron unos cuantos reto-
ques para salvar del montón de cuartillas que Urbina escribió durante muchos
años, algunas de las mejores piezas de la crónica mexicana.
Otro quiso defender su obra de los pecados de lo efímero, y es lo que
motiva esta Alacena: Ángel de Campo. Tengo en mi biblioteca un ejemplar de
Ocios y apuntes dedicado a Enrique Zerecero con un amable envío del autor.
El ejemplar es curioso, no tanto por el autógrafo, cuanto por las correcciones
que de su puño y letra hizo “Micrós”, a veces hasta en más de una ocasión.
Sustantivos, verbos y adjetivos aparecen sustituidos por otros en un empeño
del autor por ajustar la imagen a su mayor exactitud expresiva. El tiempo y los
problemas de su vida personal de empleado público y de sostén de sus herma-
nos, le impidieron, primero, escribir con mayor acierto, y luego, dedicarse a esa
faena, útil y dolorosa, de segar la maleza que cubre su jardín.
11 de abril de 1954
Opúsculo por la República
Era don Pedro Santacilia originario de la isla de Cuba, donde había nacido
en el año de 1826. A los siete años acompañó a su padre en el destierro a
España. Ahí completó su educación y escribió sus primeras composiciones
literarias. En 1845 volvió a Cuba y entró de lleno en el ejercicio del periodismo
escribiendo no sólo poesías sino también artículos y trabajos sobre ciencias
naturales. Amigo de los partidarios de la independencia cubana, muy pronto
fue señalado como un elemento al que había que cortar las alas. Fue, como
su padre, desterrado a España. Vivió en Sevilla. Se ignoran las circunstancias,
pero no debe haber sido por complacencia de las autoridades españolas como
Santacilia pasó a Nueva York y más tarde a Nueva Orleáns, como socio del
famoso conspirador, hombre de extraordinaria personalidad, Domingo Goycu-
ría. Allí conoció a Juárez, a la sazón desterrado. Allí se descubrieron idénticos
en el ideario político, y allí iniciaron una amistad que devino en parentesco al
casarse don Pedro con la hija mayor de don Benito.
Muy joven debió haber sido cuando llegó a México. Aquí se quedó
hasta su muerte ocurrida en 1910. Su casa fue siempre asilo de los perse-

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