El ominoso futuro de las pensiones en México

AutorDr. Angel Guillermo Ruiz Moreno
CargoIntegrante del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt; y de la Academia Mexicana del Derecho del Trabajo y de la Previsión Social
PáginasC12-C21

La1 mayor necesidad de los seres humanos es el sentimiento de seguridad ante la precariedad a la que estamos expuestos; eso ha sido el secreto del enorme éxito de los seguros públicos y privados, diseñados como mecanismos de protección ideados por el hombre para el hombre.

Al satisfacer nuestra necesidad esencial de seguridad, se consigue una mejor calidad de vida en esta existencia que es pura y radical inseguridad, a tal grado que lo único seguro en la vida es la muerte. Naturalmente que no se requieren estudios universitarios para entender a cabalidad esa verdad incuestionable, si bien nos resulta sorprendente que quienes tengan preparación de nivel superior no lo terminen de comprender.

En efecto, algo nos ha ocurrido tanto en las universidades públicas como privadas; y es que en la mayoría de las veces, la ignorancia supina en materia de seguridad social hace presa de directivos, docentes y educandos, y en otras es tanto el desdén sobre ella que en la mayoría de las licenciaturas en derecho, contaduría pública, administración de empresas, relaciones industriales, economía, etc., que se cursan en nuestra patria ni siquiera figura tal disciplina en el diseño de sus programas de estudios. Ysi no la estudiamos, tampoco podemos esperar que "por osmosis" se aprendan obligaciones y derechos en esta materia compleja y abigarrada.

Pero con ser ello malo, no es lo peor; lo verdaderamente grave es que existen lagunas de conocimiento y hasta confusiones conceptuales gravísimas en todos los niveles de gobierno -de suyo no sólo en el Ejecutivo sino en los otros dos poderes: Legislativo y Judicial-. La ignorancia llega al grado: por ejemplo, de confundir a la seguridad social con la asistencia social, o al punto de entender o interpretar que es lo mismo, un esquema pensionario jubilatorio de previsión social laboral, que un sistema pensionario de seguridad social. Así de delicado y tergiversado está el asunto.

Nuestras universidades públicas y privadas, por una u otra causa, no escapan a tan sentida problemática. ¡Qué va! Porque en vez de educar con el ejemplo -que es la manera más sencilla y bella de enseñar-, ellas mismas envían un mensaje claro a la sociedad entera: las normas legales se hicieron para ser violadas; en el fondo, creen que pueden ser inobservadas impunemente o interpretadas a conveniencia, aduciendo que en aras de alcanzar su sanidad financiera y garantizar su supervivencia el fin justifica los medios.

Esa total ausencia de cultura, por todo lo social, imputable desde luego a quienes tienen el sagrado deber de educar a los futuros profesionistas y deben crearles una cultura de ética y respeto por los principios y valores sociales que subyacen detrás del ejercicio profesional responsable, provoca serios desajustes sociales. Los valores morales o éticos se quedan en el tintero y guardados para mejores ocasiones, pues corren buenos tiempos para los que se acomodan atodo, con tal de que no les falte nada.

La educación, más allá del discurso oficial que no convence a nadie, debería ser luego derramada para beneficio de la colectividad entera, de esa masa productiva casi anónima que con su sudor, esfuerzo e impuestos coadyuva a pagar la educación pública de nivel superior en México de miles y miles de nuevos profesionistas, haciéndolo sin recibir nada a cambio; y no porque los profesionistas se nieguen a corresponderles, sino por algo más doloroso todavía: la ignorancia, ese mal terrible y endémico que se padece en este país y que por más que nos apliquemos a mejorar esta situación, ha llegado más allá de nuestro alcance el poder solucionarla.

A pocos debiera caberles la duda sobre un hecho irrefutable que se palpa en México: aquí, en esta amada patria que nos ha visto nacer, aprender y nos acogerá en su seno tarde o temprano, los derechos sociales de plano han sido arrojados al arcón del olvido y allí yacen, abandonados a su suerte en el fondo del pozo, a punto de desaparecer mediante el "tiro de gracia" de una realidad dolorosa y cruel que prohija un mercado sin rostro humano y las reglas feroces que aquél impone. Cierto, la realidad es más sabia que el derecho.

Pero aunque algunos lo pretendan negar y otros más lo ignoren -para no variar hablamos de simple ignorancia-, ocurre que la solidaridad social existe todavía y seguirá siendo, a pesar de todo, el principio y eje de cualquier sistema de seguridad social, así como el de cualquier esquema pensionario jubilatorio de previsión social.

Hoy en día resulta inconcebible que una sociedad organizada, más allá de su situación geográfica, cultural, política o económica, prescinda de esos esquemas protectores. Estamos tan acostumbrados a estar y sentirnos protegidos desde antes de nacer y hasta después de morir, que a ningún precio permitiríamos que se nos prívase de ese logro por el cual en México, a principios del siglo XX, ofrendaran su vida un millón de compatriotas en esa magnífica gesta emancipadora que nos legó amaneceres libertarios y que coloquialmente hemos dado en llamar Revolución Mexicana, un concepto que de tanto manosearlo se nos ha gastado.

Y como las revoluciones no pasan por las universidades -según afirmaba Salvador Allende-, la culminación de ese movimiento social de obreros y campesinos quedó plasmado en nuestra Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada el 5 de febrero de 1917, sobre todo en tres artículos de una belleza incomparable: el artículo 3o., que eleva al rango de garantía individual el derecho a la educación laica, obligatoria y gratuita; el artículo 27, que es nada menos que la fuente del derecho agrario; y el artículo 123, gloria y prez del constitucionalismo mexicano y un producto de exportación al mundo entero, que es el basamento de nuestro derecho del trabajo, así como del derecho de la seguridad social, hermanados ambos por un tronco común pero transitando rutas diferentes cada uno de ellos.

No obstante, como sociedad organizada algo nos pasó en las dos últimas décadas del siglo XX y hemos extraviado el camino. Sólo unos cuantos nos interesamos por los asuntos sociales y el resto sobrevive con una apatía sorprendente. ¿Qué pasaría si hoy se levantaran de su tumba nuestros abuelosy bisabuelos, y nos preguntaran qué hicimos con su legado? ¿Cómo les explicaríamos la patente indiferencia que demostramos por su sacrificio? Pues no habría explicación alguna, y es menester que comencemos a reconocerlo; ni siquiera aducir que el seguro social es caro y malo, o bien que no lo necesitamos -puesto que lo mejor de un seguro es tenerlo y nunca llegar a ocuparlo-; menos aún que no tuvimos la oportunidad de estudiar el punto, pues el estudio fue nuestro mejor legado que de ellos recibimos.

En Alemania a fines del siglo XIX, el padre de la primera codificación de seguro social del mundo, el llamado "Mariscal de hierro" Otto Von Bismarck -más que un hombre de nobles sentimientos, un verdadero estadista que bien sabía necesario atender a los marginados y desposeídos en aras de evitar graves convulsiones sociales-, afirmaba categórico: Por caro que parezca el seguro social, resulta menos gravoso que los riesgos de una revolución.1

Cierto, el seguro social básico, no sólo en México sino en cualquier país del planeta, suele ser caro y también es verdad que en muchas ocasiones su servicio deja mucho qué desear; sin embargo, no olvidemos que es la única alternativa de salud, pensiones y prestaciones sociales que tienen millones y millones de seres humanos en el planeta. Pero más pesado será su sostenimiento si lo vemos como una carga y no un beneficio, si lo sentimos como ajeno y no como propio o si pensamos que es responsabilidad del Estado cuidarlo y que patronos y trabajadores sólo sirven para financiarlo o padecerlo.

Pues entonces, para acabar con los mitos y para que todo mundo lo sepa -más allá de las medias verdades que terminan siendo mentiras completas, información de "pasillo" o entrevistas "de banqueta"- el siguiente decálogo de razones nos servirá para ilustrar los porqués debieran interesarnos a los profesionistas, con verdadera vocación social, los problemas existenciales de la seguridad social contemporánea:

  1. Para comenzar dejemos asentado que más allá de la retórica, el IMSS es de todos los mexicanos, pues con nuestros impuestos coadyuvamos a su sostenimiento y de hecho indirectamente a la financiación de los tres seguros sociales federales restantes: Infonavit, ISSSTE e ISSFAM; que es alto el costo pensionario pero más todavía lo es el servicio institucional de salud que ellos otorgan, pues la atención médica brindada a los más de 50 millones de derechohabientes del IMSS, con todas las deficiencias que pudiere tener, consume la mitad de las cuotas que se cubren por este servicio público de innegable raigambre social.

  2. El IMSS es también de todos los patrones, quienes en los términos del artículo 2o., fracción II, del Código Fiscal de la Federación; y sobre todo del artículo 53 de la Ley del Seguro Social, quedan los empleadores relevados de todo tipo de responsabilidades en materia de riesgos de trabajo y de otras nueve contingencias sociales por dicho ente asegurador nacional, siendo ellos -los patrones- los verdaderos asegurados, y quienes en mayor o menor medida reciben los beneficios.

  3. El IMSS es de todos los trabajadores subordinados, recibiendo no solo ellos sino también su núcleo familiar dependiente económico, como derechohabientes que son de este servicio público de seguridad social, prestaciones en dinero (subsidios, pensiones, ayudas económicas diversas) y prestaciones en especie (atención médico-quirúrgica, farmacéutica, hospitalaria, aparatos de prótesis u ortopedia, rehabilitación, servicio de guarderías, prestaciones sociales, etc.), todas ellas de innegable valor, prestaciones indirectas adicionales a su salario que representan alrededor de 28% a su paga en efectivo y que incluso puede ser reclamado su otorgamiento ante la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje...

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