Por que no soy falibilista *.

AutorHurtado, Guillermo
  1. Preámbulo

    El falibilismo es la doctrina de que cualquiera de nuestras creencias puede resultar ser falsa.

    Esta doctrina goza de enorme popularidad en algunos sectores de la comunidad filosófica. El falibilismo ha sido descrito como el término medio virtuoso entre los extremos del escepticismo y el dogmatismo. También se lo ha presentado como el fundamento de la tolerancia a la que se aspira en una sociedad democrática. Para no pocos filósofos contemporáneos sería impensable poner en duda la doctrina falibilista.

    A pesar de lo anterior, yo no soy falibilista. En lo que sigue voy a sostener que el falibilismo es contrario al sentido común y que no disponemos de buenas razones para aceptarlo.

  2. Falibilismo y sentido común

    Para que quede claro cuál es mi oponente en este trabajo, es preciso distinguir entre varios tipos de falibilismo que circulan en el mercado de las ideas. (1) También diré algo --para que se entienda desde dónde planteo mi alegato-- sobre cuál es mi posición epistemológica.

    Comencemos por señalar la diferencia que existe entre la falibilidad y la contingencia. El falibilismo no se reduce a la tesis de que las proposiciones que determinan el contenido de nuestras creencias son contingentes, i.e., que es posible que sean falsas. Nuestras creencias, todas o cualquiera de ellas, podrían ser contingentes y, sin embargo, no cualquiera de ellas podría resultar ser falsa. No obstante, en su versión más extrema, el falibilismo implica la tesis de que todas nuestras creencias son contingentes, ya que se podría argüir que si algunas de ellas fueran necesariamente verdaderas, no cualquiera de ellas podría resultar ser falsa. La filosofía de Quine es un buen ejemplo de cómo el falibilismo, llevado a su extremo, tiene como consecuencia que hasta nuestras creencias matemáticas y lógicas se vean como revisables (Lakatos también ha defendido, con otros argumentos, un falibilismo respecto a las matemáticas). Empero, muy pocos falibilistas han renegado, como Quine, de la analiticidad y la verdad necesaria, y han restringido su doctrina a nuestras creencias sobre el mundo, para ser más exactos, a las contingentes. (2) Pienso que un falibilismo extremo como el de Quine es, por varias razones que no podemos exponer aquí, indefendible, pero me parece que el falibilismo que restringe su doctrina a las creencias contingentes es igualmente indefendible. Este último será mi principal oponente en este trabajo, ya que los argumentos en contra de él valdrán también en contra de un falibilista más extremo como Quine.

    También es preciso distinguir entre el falibilismo como doctrina sobre el conocimiento científico y el falibilismo como doctrina acerca del conocimiento en general. No es difícil percatarse de que, como afirma Nicholas Rescher, el segundo es menos plausible que el primero. (3) En la vida cotidiana tenemos creencias como "En condiciones normales, beber agua quita la sed", que no sólo incluyen cláusulas precautorias como "En condiciones normales", sino que hablan de cosas o hechos que están en la base de nuestra concepción del mundo, e.g., que el agua quite la sed. En la ciencia, por el contrario, siempre hay más riesgo, ya que aspira al máximo grado de universalidad y de exactitud. Es importante marcar la distinción entre el falibilismo científico y el falibilismo general, ya que aunque desde una posición naturalista se invocaría una continuidad entre ambos, podríamos adoptar el primero sin el segundo (aunque no el segundo sin el primero). El falibilismo del que me ocuparé en este trabajo --el que pienso que no puede aceptarse-- es el que versa sobre el conocimiento humano en general; sin embargo, diré algo sobre el falibilismo visto como una doctrina sobre el conocimiento científico.

    Hay otra distinción entre dos tipos de falibilismo --también señalada por Rescher-- que hemos de considerar antes de avanzar. El falibilismo, tal como lo he caracterizado, sostiene que:

    (A) Cualquiera de nuestras creencias puede resultar ser falsa.

    Obsérvese que esto no es lo mismo que afirmar que

    (B) Cualquiera de nuestras creencias puede resultar ser falsa y muchas de ellas, quizá la mayoría, de hecho lo son.

    Ahora bien, podemos separar la segunda parte de (B) y quedamos con

    (C) Muchas de nuestras creencias, quizá la mayoría, son falsas.

    Rescher llama a (C) "falibilismo sistémico". (4) Me parece que es un error catalogar (C) como una postura falibilista; pero de eso nos ocuparemos más adelante. Por ahora, observemos que puede sostenerse (A) sin (C) y viceversa. También está claro que podemos sostener las dos a la vez, como en (B). Quien afirme (B) no sólo piensa que su conocimiento actual del mundo es frágil, sino que, si lográsemos acercamos a la verdad, comprobaríamos que lo que creíamos ahora estaba casi todo mal; e.g., si restringiésemos (B) a nuestras creencias científicas, diríamos que la ciencia actual todavía está en pañales. (5)

    Mi oponente principal en este trabajo es el defensor de (A). Si me opongo al defensor de (B) es, primordialmente, porque también suscribe (A).

    Ahora bien, comprenderemos mejor el fondo del dictum falibilista si tomamos en cuenta la noción de probabilidad. Un falibilista afirmaría que la probabilidad de que cualquiera de nuestras creencias sea falsa nunca es negligible. En otras palabras, ninguna de nuestras creencias tiene una probabilidad de ser falsa igual a cero o reducible a cero. Aunque en el caso de nuestras creencias mejor justificadas dicha probabilidad sea menor que la de otras de nuestras creencias menos justificadas, ésta siempre tendrá algún peso epistemológico. Consideremos ahora la noción de grados de creencia. Tanto los falibilistas como sus oponentes aceptan que creemos con diversos grados de convicción. Pero a mí me parece que si alguien cree que cualquier creencia puede resultar ser falsa, que no hay garantías para la verdad de nada, ni cimientos seguros en el edificio del conocimiento, etc., entonces ese sujeto no podría creer nada con una confianza plena. Desde una perspectiva bayesiana, diríamos que un sujeto verdaderamente convencido de la doctrina falibilista ha de tener reservas iniciales que pueden provocar un descenso, por mínimo que sea, en el grado de convicción de todas sus creencias.

    Ésta es, en mi opinión, la razón principal por la que podemos decir que el falibilismo es una doctrina revisionista. Si se pregunta a Fulano o a Zutano que si creen que cualquiera de sus creencias puede resultar ser falsa, seguramente responderán que no, y más aún, darán algunos ejemplos de lo que, en su opinión, son creencias infalibles. Ahora bien, que diga lo anterior no significa que piense que este asunto pueda dirimirse por medio de una encuesta. No es así como se determina que ésta, o cualquier otra doctrina, vaya de acuerdo o en contra del sentido común. Para mostrar que una tesis o doctrina no coincide con el sentido común es preciso enfrentar la tesis o doctrina en cuestión --en este caso el falibilismo-- con ciertos principios sin los cuales no podríamos concebir lo que entendemos por el sentido común. Veamos de qué manera me parece que el falibilismo quebranta uno de estos principios.

    Para el sentido común, las creencias se dividen en dos grandes bloques: aquellas que no pueden resultar ser falsas y aquellas que pueden resultar serlo. El creyente ordinario está convencido de que algunas creencias están tan bien fundamentadas que no tienen ninguna probabilidad de ser falsas, y también piensa que las que pueden resultar ser falsas están ordenadas de manera gradual desde aquellas que tienen una probabilidad mínima de serlo, hasta aquellas que muy probablemente resulten ser falsas y se creen con muchas reservas. Ahora bien, a mí me parece que el falibilismo borra la distinción entre las creencias que no pueden resultar ser falsas y aquellas que sí pueden serlo. En otras palabras, la tesis de que cualquiera de nuestras creencias puede resultar ser falsa es una tesis revisionista. Pero al borrar la distinción entre las creencias que pueden resultar ser falsas y aquellas que no pueden serlo, que, según afirmo, es adoptada por el sentido común, a mí me parece que el falibilismo siembra en cada una de nuestras creencias la semilla de la duda. El falibilista confía en que esta semilla no puede germinar en todas sus creencias a la vez y, sobre todo, que no puede hacerlo de manera racional en aquellas de nuestras creencias que suponemos tienen la menor probabilidad de ser falsas. Esto obliga al falibilista a defenderse de aquel que lo conmina a dudar de todo aquello que él mismo piensa que no es falso. Pero es importante percatarse de que a pesar de que el falibilista no es un escéptico, el revisionismo falibilista va en la misma dirección que el revisionismo escéptico. (6) El falibilismo y el escepticismo coinciden en borrar la distinción entre las creencias que pueden resultar ser falsas y las que no pueden serio. Por otra parte, el falibilismo y el escepticismo comparten el supuesto --también revisionista, a mi modo de ver-- de que ninguna evidencia y ninguna razón, por fuertes que sean, son una garantía para la verdad de una creencia. Para los creyentes ordinarios, por el contrario, hay evidencias y hay razones que no sólo apuntan hacia la verdad, sino que dieron en el blanco de ella.

    El creyente ordinario no es un falibilista, ni tampoco, como es obvio, un escéptico. ¿Acaso es un dogmático? Puestas así las cosas, el falibilista podría adoptar con orgullo el mote de revisionista y describir su situación como un proyecto de ilustración de masas. Si el sentido común no es falibilista, nos diría, tanto peor para el sentido común.

    Suponer que cualquier postura que no sea falibilista es o dogmática o escéptica es un error. También es un error suponer que el falibilismo es el término medio entre el dogmatismo y el esceptismo. Más adelante intentaré mostrar que el falibilismo está más cerca del escepticismo, que del punto medio entre éste y el dogmatismo. Pero vayamos por...

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